Jessica Hart

El hombre imperfecto


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como un hermano para mí.

      –Ah, excelente. Entonces, no te importará que lo invite a cenar en mi casa.

      Allegra se quedó helada.

      –¿A cenar?

      –Sí, pero no tendría nada que ver con el asunto de Glitz. Sería una cita.

      –¿Quieres salir con Max?

      Darcy se rio.

      –Bueno, es un hombre muy interesante.

      –Sí, supongo que sí.

      –No se parece nada a los hombres con los que he salido –le confesó Darcy–. ¿Crees que aceptará mi invitación?

      Allegra no tuvo la menor duda al respecto. Una modelo de lencería lo quería invitar a cenar en su casa. ¿Qué hombre se podía negar?

      –No lo sé. Supongo que tendrás que preguntárselo a él.

      Darcy frunció el ceño.

      –No pareces muy contenta con la idea. ¿Estás segura de que no te importa?

      –No, claro que no. Es que…

      –¿Sí?

      –Max ha pasado una temporada difícil. Su prometida lo abandonó, y no quiero que le vuelvan a hacer daño. Comprendo que Max te interese y que te quieras divertir un poco con él, pero me da miedo que se enamore de ti. Eres una mujer impresionante, Darcy –dijo con envidia–. Cualquier hombre se enamoraría de ti.

      –Te sorprendería saber lo equivocada que estás –replicó Darcy–. Sé que tengo fama de ser una devoradora de hombres, pero no es cierto.

      –De todas formas, Max no es tu tipo.

      –Por eso quiero conocerlo mejor. Estoy cansada de hombres que son puro drama o que solo se interesan por mí para salir en los periódicos.

      –Bueno, dudo que a Max le interese salir en los periódicos.

      Darcy sonrió.

      –Entonces, si no te parece mal, se lo preguntaré.

      Allegra no estaba precisamente segura de que le pareciera bien, pero no se le ocurrió ningún motivo de peso para oponerse. A fin de cuentas, Max era un hombre adulto. No necesitaba que cuidaran de él.

      Cuando Max volvió al salón, Allegra se levantó de la mesa y dijo, con la más radiante de sus sonrisas:

      –Os dejaré a solas. Tengo que poner mis notas en orden. Que os divirtáis.

      –¿Qué significa que no vas a venir? –preguntó Max, mirando a Allegra con consternación.

      –Que he quedado a cenar con mi madre. Además, no estoy invitada.

      –Pensé que tú también asistirías a la cena. Bueno, tú y Dom.

      –Max, Darcy te ha invitado porque le interesas. No tiene nada que ver con el artículo para la revista.

      Max se quedó atónito.

      –¿Cómo?

      –Por extraño que te parezca, le gustas.

      Max se pasó una mano por el pelo. Ni siquiera se le había ocurrido la posibilidad de que Darcy lo hubiera invitado por motivos estrictamente personales.

      –¿Insinúas que quiere salir conmigo?

      –Exactamente.

      –¿Darcy King? ¿Conmigo?

      –Sí, ya sé que no es lo más lógico del mundo, pero quiere salir contigo.

      Max suspiró.

      –Yo pensaba que me había invitado a cenar por tu artículo. No sabía que…

      –Solo es una cena, Max. No te preocupes tanto. Dudo que se abalance sobre ti y te haga el amor a la primera de cambio.

      Max guardó silencio.

      –Deberías sentirte halagado –continuó ella.

      –Y lo estoy. Pero… es que no quiero complicar las cosas.

      –¿Qué hay de complicado en una cena? No será la primera vez que cenes con Darcy, ¿verdad? Y, esta vez, ni siquiera tienes que preparar la comida.

      –No se trata de eso –dijo Max, intentando encontrar una excusa–. Es que… bueno, ha pasado muy poco tiempo desde mi separación. No me siento con fuerzas para empezar otra relación amorosa.

      Allegra se acercó al sofá y se sentó a su lado.

      –Lo siento, Max. Tiendo a olvidar que lo de Emma te ha dejado huella.

      Max pensó que tampoco era para tanto, pero guardó silencio. Allegra estaba tan cerca de él y sus ojos verdes lo miraban con tanta ternura que lo dejó sin palabras.

      –Darcy sabe que estuviste comprometido y que te separaste hace poco tiempo –Allegra le puso una mano en el muslo y Max se estremeció–. No espera que te enamores locamente. Solo quiere pasar un buen rato. Además, es una mujer encantadora. Cena con ella y olvídate de Emma, aunque solo sea por una noche.

      Max se dijo que no necesitaba olvidar a Emma; lo que necesitaba olvidar era el contacto de la mano de Allegra en el muslo, pero asintió y le dio la razón porque, si no se levantaba del sofá inmediatamente, se lanzaría sobre ella y la devoraría.

      Se fue a su dormitorio, se cambió de ropa y volvió al salón. Aquel día, Allegra se había puesto un vestido de flores, sin mangas, que dejaba ver casi toda la extensión de sus largas y bellísimas piernas. Max se detuvo en el umbral y la admiró durante unos segundos. Se le había quedado la boca seca.

      –Estás muy guapa –acertó a decir.

      –Gracias. Pero ¿de dónde ha salido esa camisa? ¿Es otra de las que compraste con Dickie? –se interesó.

      –Sí. ¿Es que me queda mal?

      –No, te queda perfecta. Aunque estaría mucho mejor si te remangaras un poco y…

      Allegra no terminó la frase. Se limitó a señalar el cuello de la camisa para que supiera que se tenía que desabrochar otro botón.

      Max sonrió y obedeció al instante.

      –Así que vas a ver a Flick. ¿En qué circunstancias? ¿Será una noche familiar?

      Ella sacudió la cabeza.

      –No exactamente. Me temo que habrá más invitados. Dijo que me quería presentar a alguien –contestó.

      Max la miró con ironía.

      –No me digas que te ha buscado otro novio.

      –Es posible.

      –Pues no parece que te haga mucha ilusión.

      Allegra se levantó del sofá.

      –Por supuesto que me hace ilusión. Mi madre siempre me presenta a hombres inteligentes, cultos, divertidos e interesantes.

      Max arqueó una ceja.

      –Si tú lo dices…

      –Solo intento ser positiva –afirmó, encogiéndose de hombros–. Además, ¿quién sabe? Puede que sea el hombre de mis sueños.

      Él bufó.

      –Si lo es, no quedes con él el miércoles que viene.

      Max ya había tenido noticias de Bob Laskovski. Por lo visto, su esposa y él llegaban a Londres la semana siguiente y querían cenar con ellos el miércoles por la noche. Max estaba nervioso y Allegra lo sabía. Era evidente que no se sentía cómodo ante la perspectiva de engañar a su propio jefe; pero quería el trabajo de Shofrar.

      ¿Sería por eso por lo que estaba tan cascarrabias?

      Allegra alcanzó el teléfono móvil para pedir