Dorothea Schlickmann

José Kentenich, una vida al pie del volcán


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en cinco años en lugar de seis. Esto representa algo significativo al tener en cuenta que los seis años del Seminario Menor palotino resultaban escasos al compararlos con los nueve de la enseñanza media en institutos estatales.

      A José le agradan mucho los “estudios humanísticos”, y también la literatura clásica. Admiraba las descripciones que Heine hacía de sus viajes. Por eso, cuando realizaba largas caminatas, escribía después una crónica de lo vivido. Hasta el final de su vida solía citar obras clásicas, por ejemplo, de Schiller y de Goethe. De este último gustaba hacer citas de “Fausto”.

      También el tiempo libre del Seminario tenía sus encantos: largas caminatas por la magnífica naturaleza de la serranía y bosques de Westerwald; alegres y edificantes fiestas, incluyendo la celebración del cumpleaños del Káiser, la fiesta de San Nicolás y las funciones teatrales. José amaba el teatro e incluso escribió una pieza dramática titulada “Conradino, el último Hohenstaufen”. Sus intereses y talentos eran muy variados. En razón de su capacidad para la música, se le ofreció tomar lecciones de piano. Pero, contra lo esperado, no aceptó: si los demás no podían tomar lecciones de piano, tampoco él las tomaría.

      Lógicamente la vida diaria era exigente y la rutina del internado muy severa, como era todo en aquella época. Pero los muchachos parecían no quejarse de ello: severidad, disciplina, obediencia y orden eran cualidades apreciadas en el imperio prusiano. Sea como fuere, los jóvenes tenían un lugar secreto de reunión: el viejo molino al que no solían ir los Padres, y por lo tanto no era controlado. Allí tenían ciertas libertades y leían algunas lecturas prohibidas, porque en el sótano del molino se habían depositado los libros del anterior dueño de la propiedad. Allí había libros que despertaron particularmente su curiosidad, por ejemplo, los referentes a los “misterios de la vida en gestación”. De ahí que no fuesen necesarias clases de ilustración sobre el tema.

      Luego del intenso estudio, grande era la alegría de José cuando llegaban las vacaciones o cuando podía visitar a su madre un fin de semana. “Sábado, domingo, sábado, domingo”, escribió una vez en su libreta, con actitud de soñador, decorando con florecillas y volutas el nombre de su madre, “Catalina”, escrito junto al horario de los trenes a Colonia y las diferentes estaciones de trasbordo. En otra anotación recuerda lo que quiere traer de su casa: “cuchillo, zapatos de invierno, cuaderno de apuntes, cepillo de dientes y dentífrico”.

      En la otra página escribe cómo pensaba organizar sus vacaciones. Levantarse más tarde (6.45 hs.) se contaba entre los principales placeres de las vacaciones. No obstante no quería faltar a la misa. Por las mañanas se proponía estudiar francés e italiano, e incluso preveía una siesta después del almuerzo. Su salud no era la mejor. Se le había caído sobre la cabeza la trampilla del desván, y desde entonces padecía frecuentes dolores de cabeza. Además se cansaba rápidamente y tenía que lidiar frecuentemente con resfríos. Hacia fines de su estadía en Ehrenbreitstein sufrió incluso una pleuritis. Para las tardes de sus vacaciones, a partir de las 14 hs., José había previsto estudiar historia y griego; luego del café, tres horas de caminata.

      Le encantaba caminar y en general no era contrario a los placeres “mundanos”. Cierta vez, cuando tenía dieciséis años, le dijo a su madre que no era muy fácil ser pobre, que le gustaría alguna vez tomar un vaso de cerveza o fumar un cigarro, a lo que la ahorrativa señora respondió: “Bueno, José, tienes entonces que elegir. O una cosa o la otra. ¡El estudio cuesta mucho dinero! Por eso hay que limitarse con la cerveza y los cigarros”. José decidió entonces dejar por completo de fumar y le dijo a Enriqueta: “Es más fácil renunciar por entero que hacerlo sólo a medias”.

      Si bien debía tener cuidado con la salud del cuerpo, su intelecto funciona óptimamente. Traía notas excelentes a su hogar. No sólo la madre sino todo el pueblo estaban orgullosos de él, porque José en definitiva quería ser sacerdote y más tarde convertir a los paganos.

      Más allá de estos éxitos exteriores, por aquellos años libró en su fuero íntimo una dolorosa lucha por asumir su situación familiar. Sus talentos y sus capacidades intelectuales, pero también su manera reservada de ser, lo fueron aislando. Con facilidad se lo entendía mal, incluso no se lo entendía. A uno u otro profesor le resultaba difícil valorar cabalmente a ese muchacho talentoso que se mostraba independiente y seguro de sí mismo.

      Aparentemente en esos años sólo lo acompaña y apoya paternalmente el P. Mayer, a quien José había confiado su situación desde el comienzo de su ciclo de enseñanza media en el Seminario Menor. José le regala al P. Mayer una serie de poemas autobiográficos. Ya en la Navidad de 1899 compone un poema para su profesor, al que añade una dedicatoria especial, en la que le expresa su agradecimiento: “Por toda la bondad que usted ha tenido para conmigo en este breve tiempo trascurrido desde que estoy aquí, y especialmente por el consuelo dispensado en mi situación”. El P. Mayer percibe las características particulares del muchacho y le brinda su apoyo en la medida de sus posibilidades. Guarda cuidadosamente algunas de las cartas y poemas en un cajón y las conserva por décadas. Con este profesor, que a partir de 1901 pasará a desempeñarse como rector del Seminario, José mantiene estrecho contacto hasta 1904. En ese año el P. Mayer es enviado a realizar estudios pedagógicos en Friburgo y José se muda a Limburgo.

      Otros poemas juveniles de los años de Ehrenbreitstein permiten vislumbrar algo de su desarrollo espiritual: la búsqueda y el anhelo de Dios, de ser niño ante Dios, de felicidad y plenitud de vida. Algunos de sus versos traslucen la creciente soledad que sentía. En este sentido es especialmente sugestivo un poema titulado “Sin hogar”.

      El 15 de septiembre de 1902 José retorna a Ehrenbreitstein. Aún no habían regresado todos los estudiantes y profesores, tampoco el P. Mayer. Pero en la casa reina ya intensa actividad.

      Foto 3: Con profesores y estudiantes en Ehrenbreitstein+(primera fila, segundo de la izquierda), 1902/1903.

      Cada estudiante que retornaba tenía muchas vivencias que relatar de las vacaciones de verano. En el caso de José, las vacaciones junto a su madre fueron esta vez de breve duración, porque los patrones de Catalina necesitaron su servicio. José se retira a la terraza y contempla la llanura del Rin. Un callado dolor turba fugazmente su rostro. En la hoja de papel que había traído consigo comienza a escribir los pensamientos que lo inquietan. La escritura es canal de expresión de su íntima angustia:

      “Sin hogar

      Abandonado y solitario

      peregrino por el mundo.

      Rechazado por mi padre,

      sin morada familiar.

      Arrancado del amor de mi madre

      con férrea mano;

      desconocido

      en el frío tumulto.

      En torno de mí veo paz.

      Los otros hablan con entusiasmo

      de sus padres y madres.

      Yo me aparto llorando….

      El frío devora mi corazón

      no amado por nadie.

      Así espero y espero

      que alguien me brinde amor”.

      Bueno fue que tuviera el talento de escribir. En los años de Ehrenbreitstein le pesaba mucho su situación familiar, y procuraba continuamente elaborar esos sentimientos. Si no hubiera tenido al P. Mayer ni su facilidad para expresarse en la poesía…

      En los años siguientes se presentó un nuevo peligro. Provenía de su fuero íntimo y lo llevó a un abismo intelectual-psicológico que en el pasado habría sido impensable para él. Como él mismo relatara más adelante, esa crisis comenzó “con exactitud matemática al comienzo del noviciado. Antes no había existido”. En su interior comenzó un proceso de fermentación y ebullición. En su joven vida volvióse a notar peligrosamente la cercanía del “Vesubio”, pero esta vez de manera muy distinta… Siguieron años de “tremendas