recuerdos del pasado.
Desgraciadamente, sabía que no podía durar. En cuestión de segundos, uno de los dos recobraría el buen juicio y rompería el contacto. Pero, de momento, Easton seguía aferrada a él, con las manos en su cintura.
Cisco la apretó contra la mesa de la cocina. Ya no le dolía nada; ni la herida del costado ni sus heridas interiores. Solo podía pensar en ella, en la única cosa de su vida que merecía la pena de verdad.
–Cisco –repitió.
Solo dijo eso. Su nombre.
Un sonido que le pareció increíblemente erótico; pero también, un sonido que le hizo reaccionar.
No podía hacer eso. No le podía hacer eso.
Las cosas ya estaban demasiado revueltas entre ellos. Cisco sabía que era culpa suya; a fin de cuentas, él era el canalla que había despertado sus sentimientos cinco años antes, cuando se aprovechó de su necesidad de cariño tras la muerte de Guff.
Por aquel entonces, Easton tenía veinticuatro años; pero a pesar de ello, seguía siendo virgen. Y Cisco se odiaba por haberle robado la inocencia.
Nada había sido igual desde aquella noche. Al día siguiente, tuvo que volver al trabajo y alejarse de Easton y del rancho Winder. Tres meses más tarde, cuando se recuperaba de una herida de bala, recibió una carta de Jo en la que mencionaba que Easton había aceptado un empleo en la asociación de ganaderos de Denver y que dejaba el rancho.
Cisco comprendió que lo dejaba por su culpa.
Su madre adoptiva no necesitó ser más explícita. Jo desconocía lo sucedido entre ellos, pero era evidente que había notado algo y que había llegado a la conclusión de que su huida estaba relacionada con él.
Cisco mantuvo las distancias durante dieciocho meses, hasta que Quinn lo llamó para decirle que iba a organizar una fiesta sorpresa para Jo y que, si no aparecía en el rancho, tomaría un avión, se presentaría en el agujero donde estuviera metido y lo sacaría de allí, literalmente, por el pescuezo.
Consiguió que le dieran un permiso y volvió a Estados Unidos. Easton había regresado al rancho, cansada al parecer de su pequeña aventura en Denver.
Cuando la vio de nuevo, le pareció más pálida y más callada que nunca. Ni siquiera se atrevía a mirarlo fijamente.
Desde entonces habían pasado tres años, pero las cosas habían cambiado poco. El azul de sus ojos se seguía oscureciendo cuando lo miraba y su cuerpo se seguía estremeciendo cuando la tocaba.
Pero ya no se estremecía. En ese momento lo besaba con seguridad, como si hubiera superado sus temores.
Cisco frunció el ceño y se repitió que estaban cometiendo un error; pero tuvo que echar mano de toda su fuerza de voluntad para dejar de besarla y apartarse.
Easton lo miró a los ojos, pero él no pudo interpretar su expresión. Al parecer, se había acostumbrado a ocultar sus sentimientos.
–Si Quinn y Brant estuvieran aquí, te darían una charla sobre la necesidad de que te mantengas alejada de lugares oscuros con hombres que no están en plena posesión de sus facultades, sobre todo si el encuentro se produce en mitad de la noche. Lo siento, Easton.
Tras unos segundos, su expresión cambió. Y esa vez la interpretó perfectamente. Estaba enfadada con él.
–Pero no están aquí, así que te has sentido en la obligación de decírmelo tú –dijo con sarcasmo–. La próxima vez, deberías atacarme con ese consejo en lugar de amenazarme con un cuchillo de cocina.
Cisco no dijo nada.
–Me voy a la cama –añadió ella.
–Está bien, pero no te preocupes por la niña. Me levantaré a primera hora y me encargaré de ella –afirmó Cisco–. Gracias por haberme ayudado estos días.
Easton lo miró una vez más, dio media vuelta y salió de la cocina, dejándolo a solas con sus remordimientos y sus recuerdos.
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