Knifer
Primera edición: julio 2016
Segunda edición: septiembre 2017
©De esta edición, Luna Nueva Ediciones. S.L
© Del texto 2016, Adrián Andrade Madrigal
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Luna Nueva Ediciones.
Guayas, Durán MZ G2 SL.13
ISBN: 978-9942-8671-1-7
Les dedico esta novela a mis padres, gracias por estar siempre conmigo, respaldándome e impulsándome a escribir mis historias en los malos y buenos momentos.
Si no fuera por ustedes, Knifer jamás hubiese sido contada.
Antecedentes
Meses antes de que estallara la Primera Guerra Mundial en 1914, Thomas Copeland era tan sólo un joven americano de 24 años de edad. Era un muchacho humilde y de bajos recursos que trabajaba en el campo.
En una mañana inesperada, se cortó accidentalmente y fue trasladado al hospital más cercano. Fue ahí donde conoció a Karen Madriguel, una amable y dedicada enfermera que más tarde se convirtió en mi madre. Karen era una estudiante de intercambio que había contado con el privilegio de ejercer su internado en Pearl Harbor. En cuanto se trataron, inmediatamente se enamoraron.
No obstante, esta inusual relación fue interrumpida por el inicio de la Gran Guerra. Sin desperdiciar más el tiempo, Thomas le propuso matrimonio a Karen y ambos se casaron en la playa durante un atardecer tranquilo. La ceremonia sólo contó con la presencia del sacerdote, los novios, algunos conocidos y familiares. Tres días después, Thomas la dejó prometiéndole sobrevivir a la guerra y regresar a su lado por el resto de sus vidas.
Desde aquella emotiva despedida, pasaron poco más de ocho meses y yo nací.
Cuatro años después, la guerra llegó a su fin con el Tratado de Versalles y Thomas nunca regresó como lo había prometido. Karen creyó que su esposo se había muerto, pero nunca recibió un telegrama ni visitas de oficiales para justificarle tal hecho.
A los pocos meses, se contentó al recibir un sobre con dinero de una postal desconocida. Karen se ilusionó al suponer que se trataba de él. Aunque los sobres no llevaran cartas escritas y firmadas por su Thomas, ella se negó a sospechar que ese dinero enviado fuera de otra persona; por lo que decidió laborar tiempo completo en el hospital esperando algún día recibirlo en una de las camillas o quizá encontrárselo de pie, frente a la ventana de la recepción.
Mientras ella esperaba y esperaba, el mundo comenzaba lentamente a preparase para la Segunda Guerra Mundial. Debido a que el Tratado de Versalles representaba un problema serio para Alemania. Esta situación de indefensión y constantes represalias combinadas con el factor de que nunca se llegó a combatir en el territorio alemán, originó la Teoría de la Puñalada por la Espalda.
La teoría mencionada atribuye la derrota de Alemania en la Primera Guerra Mundial a determinados grupos internos quienes fueron culpados de no haber respondido a la supuesta llamada patriótica de salir a defender a su país. Inclusive subrayaron algunos elementos que habían saboteado el esfuerzo bélico, elementos identificados como judíos e izquierdistas.
Por consecuencia, el Ejercito Provisional Nacional usó esta enseñanza bajo el nombre de Dolchstosslegende para educar firmemente el pensamiento de Adolf Hitler quien, con apoyo del nuevo partido Nazi, creado por la desmovilización forzosa del Ejército causada por el tratado injusto, comenzaron a encontrar una manera de recuperar el poder, paso por paso.
Entre tanta conspiración y desorden extranjero, Karen murió en 1924 al tratar a un veterano de guerra quien portaba un virus letalmente indocumentado. Aun así, mi padre nunca regresó. Era todavía un niño para entender que mi madre no tenía idea alguna de su paradero, pero me dio mucha lástima que tantos años de espera hayan sido en vano.
Después del funeral, me enviaron a vivir a México con la familia de mi madre. Cuando cumplí los dieciocho años de edad, me escapé del desértico vecindario. Usando el dinero de los sobres enviados por mi padre, busqué la manera de conseguir su proveniencia y cubrir los gastos necesarios para el viaje.
Me sorprendió mucho y a la vez sentí miedo descubrir que los sobres venían de un establecimiento de correo en la ciudad de Berlín, Alemania. Fue cuando mi cabeza se llenó de una pregunta importante: ¿Qué rayos había estado haciendo mi padre todos estos años en Alemania?
Viajar al país no fue complicado gracias al empleo de mí credencial mexicana la cual me daba estatus de mayor. Lo complicado estuvo en ingresar a Berlín y esperarme en el establecimiento de correo hasta que mi padre fuera a enviar otro sobre. Lo cual le tomó varios días.
Obviamente le daba dinero al dueño para que me permitiera la estancia y en su proceso, no me deportara. En cuanto a la espera, aprovechaba mi atención en las noticias y prestaba sumo cuidado a la propaganda Nazi. El dueño solía ser amable en traducirme y contarme los hechos relevantes.
Este movimiento Nazi comenzaba a asustarme por las justificaciones escritas en su ideario, las cuales eran: la remilitarización para librarse de las antiguas potencias aliadas, la inestabilidad del país ocasionada por los movimientos sociales extranjeros o grupos de presión no alemanes y además culpables de haber apuñalado por la espalda a la Gran Alemania en 1918. Sin duda constituía un indicio de la desdicha que sufrirían los judíos. También yacía declarado el derecho de Alemania por recuperar sus propios territorios robados por el injusto Tratado de Versalles.
Algo que no olvidaré fue cuando se anunció a Adolf Hitler como el canciller de Alemania en enero 30 de 1933. Claro, no le di tanta importancia porque no tenía noción de quién fuera en ese entonces; pero si tenía un mal sentimiento tras haber leído la propaganda del partido a cual representaba con orgullo y exceso de confianza.
Tras dos semanas de ir y regresar al establecimiento esperando encontrarme a mi supuesto padre; milagrosamente apareció en el momento en que casi estuve a punto de renunciar. Sin embargo, aquél joven que me había descrito mi madre, se había convertido en un señor canoso en sus cuarenta años. Éste sólo se me quedó mirando y me rodeó hasta llegar con el encargado quien le aviso que yo, su hijo, lo había estado esperando.
Nunca podré olvidar su primera expresión ¿Cómo podría? Fue de ira mezclada con preocupación. Rápidamente me tomó de la mano y me sacó de ese lugar hasta detenerse en un callejón solitario.
Tampoco podré olvidarme de sus primeras palabras:
—¡Qué carajos estás haciendo aquí! —respondió con tanta fuerza que me costó trabajo intentar no contagiarme de su furia.
—Si también me da gusto conocerte finalmente —respondí con sarcasmo.
—Debes irte, te llevaré inmediatamente de regreso con tu madre.
—¡Está muerta! —contesté con disgusto. Enterarme que no tenía idea de lo que le había sucedido tras tantos años desperdiciados, lo justificaba—. Murió hace diez años esperando tu retorno, ignorando mi presencia porque le recordaba tanto a un muerto que nunca regresaría y ahora que estoy delante de ti, me doy cuenta de que esto ha sido una completa perdida. No necesito que me lleves, conozco el camino de regreso.
Me di la vuelta y comencé a alejarme en sentido contrario hasta que me detuvo.
—Espera… —dejo espacio para que le completara la oración con