habría sido culpa del conductor, y por ende culpa suya también por haber permitido a Brooke el capricho de seguir usando una de sus limusinas hasta que estuvieran oficialmente divorciados.
Aunque el acuerdo prematrimonial que habían firmado antes de la boda le aseguraba un férreo control para evitar que sus bienes acabasen en sus garras, se había mostrado generoso con ella. Además de dejar que siguiese haciendo uso de la limusina, le había comprado un lujoso apartamento para que viviese en él cuando abandonase Madrigal Court, su casa de campo. De hecho, ya le había entregado las llaves, pero Brooke aún no se había mudado porque le gustaba demasiado la comodidad de contar con un servicio pagado que le cocinaba, limpiaba, lavaba la ropa… ¡Madre di Dio…!, ¿cómo podía estar pensando esas cosas en un momento tan grave?, se reprendió.
La policía le aseguró que el accidente no había sido culpa de su chófer. Un camionero extranjero había girado en la calle equivocada, le había entrado el pánico en medio del intenso tráfico y se había saltado un semáforo en rojo, provocando el accidente.
Brooke había sufrido un severo traumatismo craneal y el neurocirujano que estaba a punto de operarla le advirtió que era posible que no sobreviviera a la intervención. Lorenzo se pasó horas paseándose arriba y abajo por la sala de espera, rumiando los demás detalles que le habían dado sobre su estado: le habían dicho que Brooke tenía múltiples cortes y golpes en la cara y aunque solo había podido verla unos segundos cuando habían pasado con ella en una camilla, camino del quirófano, había podido comprobar hasta qué punto el accidente había desfigurado sus facciones. Sabiendo lo importante que era para Brooke su apariencia, sintió lástima de ella. Si sobrevivía, se aseguraría de conseguirle al mejor cirujano plástico para que pudiera volver a mirarse al espejo sin sentirse mal. Haría todo lo que estuviera en su mano por ella.
Cuando por fin apareció el médico para decirle que la operación había ido bien, respiró aliviado. Sin embargo, el neurocirujano también le explicó que Brooke estaba en coma y que no había manera de saber cuándo saldría de él, ni en qué estado quedaría. Esa clase de traumas craneales solían causar complicaciones y secuelas. En cualquier caso, le dijo, tenía un largo y lento proceso de recuperación por delante.
Una enfermera le entregó los efectos personales de Brooke. Entre ellos estaban su anillo de compromiso y la alianza que él había puesto en su dedo el día de la boda con tanta confianza y optimismo. Tragó saliva, consciente de la encrucijada en la que se encontraba de repente. Hacía unas horas solo había podido pensar en que dentro de unas semanas sería libre, pero Brooke aún era su esposa, y le daría todo el apoyo que fuera necesario en esos momentos difíciles. Dejaría en suspenso el asunto del divorcio hasta que Brooke se recuperase.
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