Lynne Graham

E-Pack Novias de millonarios octubre 2020


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      A Kat le ardían las mejillas.

      –Oí lo que decía tu amigo anoche...

      –Ah... eso. Ya no tengo edad para ese tipo de cosas.

      Kat miró por encima de su hombro y vio que Luka ya estaba sentado a la mesa, mientras que Peter hablaba por teléfono junto a la puerta. Ella se acercó un poco más a Mikhail y murmuró:

      –Anoche llamaste a mi puerta.

      Él se rio.

      –¿Y? ¿Qué tiene eso que ver?

      Kat lo miró con frialdad y, sin decir nada más, sacó los platos calientes del horno y los puso en fila para servir el desayuno.

      –Ne ponyal... No lo entiendo –comentó Mikhail con impaciencia, decidido a obtener una respuesta.

      Kat dejó en la mesa un montón de tostadas y una cafetera. Luego miró por la ventana y vio a Roger Packham subido a su tractor en el campo que había más allá de su jardín, y se preguntó qué estaría haciendo allí con tanta nieve mientras intentaba controlar su temperamento. Le daba igual si Mikhail lo entendía o no. Por suerte, iba a marcharse y no tendría que volver a verlo y recordar lo humillada que se había sentido. Mikhail había dado por hecho que estaba disponible y que a lo mejor lo invitaba a su cama a pesar de que solo hacía un par de horas que se conocían, y eso era un insulto. Seguro que era el típico hombre que se acostaba con cualquiera y que después alardeaba de su éxito con las mujeres.

      Mikhail apretó los dientes al ver que Kat no respondía, aquella mujer lo ponía furioso.

      –Quiero volver a verte –le dijo en tono neutro, sin una pizca de amabilidad ni humildad en él.

      –¡No! –replicó ella.

      –¿Eso es todo lo que vas a decirme? –protestó Mikhail, indignado por su actitud, fulminándola con la mirada.

      –Sí, eso es todo. No me interesas –le contestó ella.

      –Mentirosa –la contradijo él en tono de burla.

      La palabra fue casi eclipsada por el ruido de un helicóptero que sobrevolaba la casa, pero Kat la oyó y se giró hacia él.

      –Te crees un regalo de Dios para las mujeres, ¿verdad? –le espetó con el ceño fruncido–. ¡No me interesas y estoy deseando que te marches!

      –Jamás pensé que vería el día en que te mandaban a paseo –murmuró Peter Gregory a sus espaldas mientras que Luka evitaba mirar a Mikhail y le pedía a su futuro cuñado que se callase.

      Kat sirvió rápidamente el desayuno mientras dos helicópteros descendían sobre el campo de Roger. Al parecer, este lo había limpiado de nieve para que aterrizasen. Se giró y vio que Mikhail seguía de pie.

      –Desayuna –le dijo.

      –No tengo hambre –le contestó él.

      De repente, Kat se dio cuenta de que estaba colorado y sintió remordimientos por cómo le había hablado. ¿Y si se había equivocado con él? Aunque entonces se recordó que había llamado a su puerta la noche anterior. Ella también se ruborizó y entonces llamaron a la puerta de atrás. Mikhail la abrió y, de repente, la cocina se llenó de hombres altos y abrigados que hablaban en ruso. El de más edad, que tenía el pelo cano, lo saludó de manera cariñosa y puso gesto de alivio. Mientras tanto, Kat se concentró en ofrecer a todo el mundo café y galletas.

      Era evidente que Mikhail era lo suficientemente importante como para que enviasen un helicóptero a buscarlo, pero ¿dos? ¿Lo habría organizado la noche anterior? ¿También sería banquero, como Peter Gregory? ¿O un hombre de negocios con más dinero que sentido común?

      Luka estaba buscando dinero para pagar la cuenta que ella había dejado encima de la mesa. Mikhail tomó el papel y la miró de manera burlona.

      –Cobras muy poco –dijo, guardándose la cuenta y devolviéndole el dinero a su amigo para sacar su propia cartera y dejar varios billetes encima de la mesa.

      –Gracias –dijo ella.

      Mikhail la fulminó con la mirada.

      –Yo no te las voy a dar a ti, ya que todavía no has hecho nada por complacerme... nada.

      Y a Kat le entraron ganas de echarse a reír al oírlo hablar como a un sultán que estuviese informando a una de las chicas de su harén de su descontento, pero entonces lo miró a los ojos y se puso seria. Tuvo un mal presentimiento.

      Los hombres empezaron a salir por la puerta. Mikhail esperó y el hombre de pelo cano se quedó en la puerta.

      –Te llamaré –murmuró.

      Kat evitó mirarlo.

      –No te molestes –le dijo sin poder contenerse.

      –Mírame –le ordenó Mikhail entre dientes.

      Y Kat levantó la vista. Tenía las mejillas sonrosadas y Mikhail se quedó cautivado con el brillo de sus ojos verdes. La vio humedecerse los labios y se excitó solo de imaginarse aquella lengua en su cuerpo. Espiró bruscamente y apartó la cara.

      –Te llamaré –repitió en tono decidido.

      Kat cerró la puerta. Al llegar a la verja, Mikhail se dirigió al hombre que tenía al lado.

      –Katherine Marshall. Quiero saberlo todo de ella.

      Stas se puso tenso.

      –¿Por qué? –se atrevió a preguntar, como si no hubiese presenciado la tensa conversación que había habido entre ambos.

      –Porque quiero enseñarle modales –le contestó Mikhail mirando hacia la casa con el ceño fruncido–. ¡Ha sido muy grosera!

      Sorprendido por aquel arrebato, Stas guardó silencio. Lo normal era que Mikhail no se exaltase por ninguna mujer. De hecho, su indiferencia frente a las numerosas mujeres que lo perseguían y las pocas que conseguían compartir su cama era una leyenda entre sus empleados y Stas no entendía qué podía haberle hecho Katherine Marshall para que su jefe reaccionase así.

      Kat agradeció tener mucho que hacer cuando los helicópteros se hubieron marchado. Cambió las camas y llevó las sábanas a la lavadora, y allí, sin darse cuenta, se acercó las de la cama de Mikhail a la nariz para aspirar su olor. Al darse cuenta de lo que estaba haciendo, se puso colorada y metió la sábana en la máquina, le echó detergente y la puso en marcha. ¿Qué le había hecho? Había olido sus sábanas... ¡Se estaba comportando como una loca! Era como si Mikhail hubiese encendido una conexión física en su interior y no pudiese volver a apagarla. Se sintió avergonzada.

      Esa tarde, Roger Packham le llevó la leña y ella lo invitó a pasar y a tomar una taza de té. Él le contó satisfecho la cantidad de dinero que había cobrado por limpiar su campo de nieve para que aterrizasen los helicópteros.

      –Se ve que en la ciudad cuesta poco ganarlo –comentó.

      –A mí me ha venido bien tener tres clientes –admitió ella, sabiendo que utilizaría el dinero para comprar comida–. El negocio no está yendo nada bien últimamente.

      –Debe de haberte resultado extraño, tener a tres hombres en la casa –comentó Roger con desaprobación–. Debe de haber sido incómodo para una mujer que vive sola.

      –No, no ha sido incómodo –mintió ella–. Además, Emmie ha vuelto de Londres, así que ya no voy a estar sola. Anoche se quedó a dormir en el pueblo.

      Mikhail se había marchado y no volvería. Ella podría enterrar aquellos sentimientos tan poco apropiados y olvidarse de cómo se había sentido, olvidarse de él...

      –No lo utilices –le aconsejó Stas, dejando el informe encima del escritorio de Mikhail–. Nunca has sido de los que utilizan esta clase de información contra una mujer...

      El comentario de Stas avivó