no apretar demasiado fuerte el teléfono. Temía romperlo.
–Entiendo.
–¿Sí? Entonces digamos que lo más sencillo sería que hicieras tú los honores –Murray hizo una pausa antes de añadir con un leve tono de amenaza–: No hay objeción por tu parte, ¿verdad?
–¿Estamos hablando de seducción, coerción o violación? –preguntó con fingida indiferencia
Priss dio un respingo. Sus ojos verdes se endurecieron, llenos de indignación, pero Trace también vio en ellos un destello de temor, el mismo que la hizo palidecer. Era la primera vez que la veía así.
¿Tanto le asustaba la idea de que la forzaran?
Se preguntó si ya le habría ocurrido antes.
Deseó abrazarla, reconfortarla… pero no lo haría. Un poco de miedo era justo lo que necesitaba Priss para comprender que estaba en peligro y olvidarse de su absurdo plan.
Murray se echó a reír.
–Te lo estoy encargando, así que ¿tienes alguna preferencia?
Trace cerró los ojos para no ver la cara de Priss y se encogió de hombros.
–No soy un violador nato, pero tú mandas.
Su deferencia encantó a Murray.
–Me gusta tu actitud, Trace, me gusta de veras. Te tomas muy a pecho tu deber. Me alegro de haberte contratado –su risa se disipó–. Empecemos por la seducción. A fin de cuentas, Helene dice que para ti será pan comido.
Trace soltó un bufido.
–¿Intenta Helene que me mates?
¿Por qué demonios hablaba de él con Murray sobre esos asuntos?
Murray volvió a reírse.
–Bueno, Trace, tú sabes que yo no soy celoso. No tengo motivos para serlo, ¿verdad?
–Ninguno, en absoluto.
–Me gusta complacer a Helene siempre que puedo.
¿Qué significaba aquello? ¿Que Helene tenía permiso para acostarse con él?
Trace se frotó el puente de la nariz, cansado de aquel juego.
–Eres muy generoso con ella.
–No me importa que admire a otros hombres. A menudo me sirve de ayuda. Pero recuerda que mi generosidad tiene un límite.
–Cómo no.
–Así que… puedo dar por sentado que este nuevo encargo no te dará ningún problema, aunque Priscilla no sea tan inocente como parece.
–No, ningún problema.
–Estupendo –las palabras de Murray rebosaban arrogancia–. Mantenme informado.
–Claro –mientras cerraba el teléfono oyó la risa desganada de Murray y sintió un hormigueo nervioso.
El muy cerdo estaba tramando algo, pero ¿qué? ¿Y qué supondría para Priss?
6
No le sorprendió que Priss se levantara de un salto, dispuesta a interrogarlo.
–¿De qué hablabais? –preguntó, pálida y furiosa–. ¿A qué venía eso de la violación? ¿Qué estáis planeando? ¿Qué quería Murray?
Trace observó su cara. Sin maquillaje y con el pelo revuelto, seguía estando tan sexy que tuvo que hacer un esfuerzo por dominar la reacción de su cuerpo.
Otra vez. Quería protegerla, reconfortarla, y también quería estar dentro de ella. Inmediatamente.
Vio sus pechos generosos a través de la camiseta holgada que había usado para dormir. Incluso vio la silueta de sus pezones. Tenía el vientre plano y los muslos redondeados y esbeltos. Sus muñecas y sus tobillos eran, sin embargo, muy frágiles y femeninos.
–Trace –dijo ella en tono de advertencia–, dime qué está pasando.
–Está bien –se acercó a ella–. Al parecer tu querido papaíto y tú tenéis algunas cosas en común.
Ella comenzó a respirar muy deprisa.
–¿De qué estás hablando? Yo no tengo nada en común con ese cerdo.
Trace levantó una mano y acarició su mejilla aterciopelada.
–Murray piensa que debería acostarme contigo –dijo en voz baja.
Priss dio un paso atrás y lo miró parpadeando.
–¿Qué?
–Ahí es donde querías ir a parar, ¿no? Me estabas comiendo con los ojos, hablando de sexo y de mujeres vírgenes, picando a propósito mi curiosidad –abrió la mano para agarrarla de la barbilla–. Pues ¿sabes qué, Priss? Estoy empezando a pensar que los dos tenéis razón. Quizá sea la solución más lógica.
Ella se pasó la lengua por el labio superior.
–¿Acostarnos?
–¿Tú qué crees?
Su expresión cambió, su respiración se hizo más agitada. Sacudió la cabeza, pero Trace no hizo caso.
–Ven aquí, Priss –la atrajo hacia sí.
Ella se dejó llevar, pero parecía insegura. Era tan cálida, tan redondeada allí donde debía serlo…
Trace le levantó la barbilla, agachó la cabeza y la besó en la boca.
Y en ese instante se perdió.
Murray se recostó en su silla y puso los pies en el alféizar de la ventana para poder contemplar la vista. A aquella hora del día había un sol radiante. Solo algunas nubes deshilachadas surcaban el cielo azul.
Los pensamientos se agolpaban en su cabeza. ¿Haría Trace lo que le había dicho? ¿Cuánto tiempo tardaría en desnudarla y en tenerla debajo? ¿Qué pensaría Priscilla? ¿Intentaría huir? ¿Estaría aterrorizada?
¿Era su hija?
–¡No te creo, joder!
El grito estridente de Helene interrumpió sus cavilaciones. Al girar la cabeza la vio en la puerta.
–Deberías haber llamado –dijo, ceñudo.
–¿Desde cuándo?
–Desde que te crees con derecho a hablarme en ese tono –giró la silla y ladeó la cabeza para observarla. Luego se dio unas palmadas en el regazo–. Ven aquí.
Ella obedeció como un perrillo faldero, aunque a regañadientes. Cuando la tuvo sentada sobre sus muslos, Murray tocó sus pechos grandes y firmes. Los mejores que podían comprarse con dinero, pensó.
Las tetas de Priscilla, en cambio, parecían auténticas.
–¿Qué decías? –preguntó mientras apretaba.
Ella levantó el mentón con aire desafiante y lo miró. Helene nunca se acobardaba. Eso era lo que más le gustaba de ella. Por brusco que fuera su humor, su sexualidad nunca le asustaba.
A Helene nada le asustaba. Aún.
Ella sacudió su larga melena para apartarla de sus pechos.
–¿Has ordenado a Trace que se tire a esa zorrita?
–Eso no es asunto tuyo –Murray sintió a través de la fina tela de su blusa que sus pezones se endurecían. Sonrió.
–Nunca habías hecho algo así. Cuando una mujer te interesa, la pruebas tú mismo y luego la vendes.
–Cierto.
Y, dado que lo asumía como parte del negocio, Helene se tragaba sus celos. Pero sabía que con Priscilla sería