Jordi Sapés de Lema

El evangelio


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una interpretación que parte de unas premisas cuestionables: las citadas claves; pero a nosotros nos ha sorprendido la facilidad con que su aplicación revela el sentido oculto y las indicaciones concretas que los textos contienen, y nos ha parecido interesante comunicarlo a las personas que buscan una orientación procedente de lo Superior.

      No hemos tenido más que establecer una equivalencia entre las figuras que aparecen en las parábolas y los conceptos que manejamos en nuestra línea de Trabajo, para constatar que el Evangelio contienen indicaciones muy precisas para atender situaciones que se resisten a ser asimiladas y tratadas en clave espiritual. Curiosamente, estas indicaciones suelen poner en solfa nuestra idea de bondad, espiritualidad, devoción etc. Y es que la trascendencia no tiene nada que ver con ninguna idea.

      El Evangelio exige un salto previo en nuestra conciencia para aprovechar sus indicaciones; el famoso: «¡Levántate y anda!». Después de leer, reflexionar y asimilar estas observaciones, nuestra existencia cambia forzosamente. En el último apartado que titulamos Indicaciones para el Trabajo espiritual, queremos compartir con cualquier persona interesada en la trascendencia las enseñanzas que hemos descubierto trabajando estos fragmentos.

       EL DESPERTAR

      Según Antonio Blay, estamos identificados con una idea de nosotros mismos que él llama “personaje”. El personaje es una descripción imaginaria, basada en el prejuicio de que somos una mezcla de virtudes y defectos. Si no queremos vernos rechazados, debemos andar con tiento para disimular estos defectos y, al mismo tiempo, tenemos que aprovechar cualquier situación propicia para llamar la atención sobre las virtudes en las que destacamos, con el fin de ser reconocidos y aprobados.

      En realidad, estos supuestos defectos y virtudes son los miedos e ilusiones de las personas que nos educaron: les preocupaba que tuviéramos las dificultades que ellos habían sufrido y querían que realizáramos los sueños que no habían alcanzado. En la práctica, lo que hicieron fue imbuirnos unos miedos y unas ilusiones que no tienen nada que ver con nosotros, pero que interfieren nuestro contacto personal con la realidad. Así, vemos convertida nuestra existencia en una especie de tragicomedia, en la que hemos de probar nuestro valor evitando el rechazo y alcanzando el éxito.

      En esta comedia, partimos de la idea de no ser nadie; nuestra existencia se convierte en una cruzada para adquirir identidad y demostrar que valemos y que podemos. Según el personaje, lo demostraremos con nuestros logros: somos lo que tenemos. No todo es riqueza material, también podemos ser importantes y valiosos en clave de sabiduría, sacrificio y altura espiritual.

      Llamamos despertar al hecho de reconocernos en el actor que está interpretando esta comedia. No necesitamos ninguna máscara para llamar la atención ni obtener prestigio o poder, porque ya somos capacidad de ver, amar y hacer; lo somos a imagen y semejanza de Dios. El problema es que nos hemos confundido con el papel que representamos y hemos acabado olvidando nuestra naturaleza esencial. Estamos buscando fuera lo que ya somos.

      En esta cruzada por obtener identidad, reconocimiento y poder, podemos considerar también el propósito de hacer carrera espiritual. Muchos fracasos en lo material se subliman presentándolos como sacrificio o renuncia. Así que, también podemos desvirtuar la mística, utilizándola como un terreno en el que destacar. De hecho, el personaje nos puede angustiar y atormentar, acusándonos de no cumplir los requisitos que se nos exigen. Y podemos adoptar el papel de inquisidores para sobreponernos a la impotencia.

      Despertar no tiene nada que ver con nuestra manera personal de ser ni con las teorías que profesamos, la moral que defendemos o la influencia que tenemos sobre los demás. Despertar es tomar conciencia de la realidad esencial que somos para vivir desde ella.

      Esto no se consigue intentado quedar bien, se alcanza redescubriendo la identidad que nos permita descansar en lo que somos, tal como somos y anhelando, simplemente, el contacto con lo Superior que todo lo cura. La clave es el amor por la Esencia que se expresa en nosotros y en todo lo demás.

      (Lucas 15, 11-32)

       «Y añadió: Un hombre tenía dos hijos, y dijo el más joven de ellos al padre: Padre, dame la parte de hacienda que me corresponde. Les dividió la hacienda, y pasados

       pocos días, el más joven, reuniéndolo todo, partió a una tierra lejana , y allí disipó toda su hacienda viviendo disolutamente.

       Después de haberlo gastado todo, sobrevino una fuerte hambre en aquella tierra, y comenzó a sentir necesidad. Fue y se puso a servir a un ciudadano de aquella tierra, que le mandó a sus campos a apacentar puercos. Deseaba llenar su estómago de las algarrobas que comían los puercos, y no le era dado.

       Volviendo en sí, dijo: ¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí me muero de hambre! Me levantaré e iré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti. Ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo; trátame como a uno de tus jornaleros.

       Y levantándose, se vino a su padre. Cuando aún estaba lejos, viole el padre, y, compadecido, corrió a él y se arrojó a su cuello y le cubrió de besos. Díjole el hijo: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo. Pero el padre dijo a sus criados: Pronto, traed la túnica más rica y vestídsela, poned un anillo en su mano y unas sandalias en sus pies, y traed un becerro bien cebado y matadle, y comamos y alegrémonos, porque este mi hijo, que había muerto, ha vuelto a la vida; se había perdido y ha sido hallado. Y se pusieron a celebrar la fiesta. El hijo mayor se hallaba en el campo, y cuando, de vuelta, se acercaba a la casa, oyó la música y los coros; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello. Él le dijo: Ha vuelto tu hermano, y tu padre ha mandado matar un becerro cebado, porque le ha recobrado sano. Él se enojó y no quería entrar; pero su padre salió y le llamó. Él respondió y dijo a su padre: Hace ya tantos años que te sirvo sin jamás haber traspasado tus mandatos, y nunca me diste un cabrito para hacer fiesta con mis amigos, y al venir este hijo tuyo, que ha consumido su fortuna con meretrices, le matas un becerro cebado. Él le dijo: Hijo, tú estás siempre conmigo, y todos mis bienes tuyos son; mas era preciso el tener fiesta y alegrarse, porque este tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, se había perdido y ha sido hallado».

       Recuerdos escolares:

      Esta parábola nos situaba de manera drástica en nuestra condición de pecadores incapaces de seguir un camino correcto. El hijo pródigo era el que se entregaba a la mala vida, desperdiciando los buenos consejos y enseñanzas que le habían dado sus padres; seguramente, como consecuencia de “malas compañías” que le habían desviado del camino correcto. Tras los aparentes goces iniciales que proporcionaba el mal camino venía la perdición, la caída en una total miseria material y psicológica. Estos amigos que nos habían convencido con sus cantos de sirena se aprovecharían de nosotros y nos dejarían tirados, totalmente perdidos y sin recursos. Era una parábola que pretendía vacunarnos para no tener que vernos en esta tesitura de volver a casa fracasados y humillados, teniendo que implorar el perdón por nuestra mala cabeza.

      El hecho de poder ser perdonados, reconociendo el error cometido, solo era un premio de consolación, porque la gente de bien nunca nos absolvería, quedaríamos desprestigiados para los restos, seguirían mirándonos mal y sintiéndose agraviados por la excesiva misericordia divina. Pero Dios es muy bueno, y Él nos acogería, aunque la sociedad nos continuara despreciando.

       Claves simbólicas:

      Para ver el trasfondo de la parábola, vamos a atender una serie de claves simbólicas que nos pueden llevar a una interpretación más profunda. Estas claves son: la hacienda, el país remoto, los cerdos, los jornaleros, el padre y el hijo mayor.

      La hacienda es la existencia, el terreno en el que debemos actualizar el potencial que somos; el país remoto son los objetivos que supuestamente hemos de alcanzar, como si la hacienda no nos bastara; los cerdos son los