Habana, 1929
El presidente del congreso en la Habana fue el periodista mexicano Gonzalo Báez Camargo, quien, en su análisis del congreso, enumera varios factores que actuaban en contra de los planes expansionistas protestantes, comenzando con la sospecha generalizada de que los protestantes eran agentes políticos norteamericanos.
El recelo y la desconfianza muy justificados con que nuestros pueblos observan las maniobras políticas e internacionales de la nación norteña, nos alcanzan, nos envuelven y nos afrentan a nosotros, los protestantes hispanoamericanos, aunque seamos tan opuestos a la política hasta aquí desarrollada por los Estados Unidos en el resto del continente, como lo son nuestros hermanos de sangre. Los que han empujado al Gobierno de los Estados Unidos a escribir páginas humillantes de política internacional en la historia de sus relaciones con América Latina, no se imaginarán jamás, de qué manera tan injusta pero tan explicable han entorpecido la evangelización de nuestros pueblos.59
Aunque estas observaciones eran también conocidas por algunos misioneros, queda la pregunta de si era posible deshacerse de ese estigma. Samuel Guy Inman había expresado de forma explícita los problemas de la influencia de las políticas norteamericanas en el trabajo misionero:
Sería absurdo no reconocer el obstáculo a la obra misionera extranjera en América Latina creado por las políticas reales o supuestas de los Estados Unidos hacia su vecino sureño. Los hechos son en sí mismos vergonzosos, con o sin explicación. La toma de Panamá por el presidente Roosevelt, el embargo de la aduana de Santo Domingo para asegurar las deudas de los acreedores extranjeros, la ocupación real de Santo Domingo por las tropas estadounidenses, la conquista práctica de Haití por los marines de los Estados Unidos, la toma de Veracruz por la fuerza naval de Estados Unidos en 1914, la expedición punitiva en México bajo el general Pershing en 1916.60
En Montevideo se había propuesto una respuesta tripartita a este asunto: evitar asociar el movimiento evangélico con el Panamericanismo como política norteamericana, que los misioneros no se metan en asuntos políticos locales y el traspaso urgente del trabajo a los nacionales.61 Pero parece que había razones suficientes para que la gente tuviera esa percepción. Si un norteamericano visitara América Latina, según Inman, iría a encontrar diferencias en la cultura general, excepto en las iglesias evangélicas.
Si él visitara su iglesia y hablara con un ministro protestante, observara la obra protestante tanto privada como pública, va a encontrar que mayormente es una copia del protestantismo que ya conoce en su país. Los templos serían o más grandes o más pequeños, más o menos adornados, pero copias de lo que ya conoce en Norte América. La predicación con más o menos elocuencia, mayor o menor conocimiento del texto, pero sería una copia de la teología que ya conoce, un duplicado de lo que ha escuchado antes. Incluso los ademanes de los oradores, las citas de los predicadores le van a mostrar que ellos prefieren obras traducidas; que sus maestros y profesores son protestantes que vivieron años atrás o aquellos populares en las frías tierras norteñas. Raramente encontraría alguna diferencia u originalidad para mostrar que el protestantismo no es una planta exótica sino nativa a los hispanohablantes y parte de su civilización y cultura. Él notaría esto más intensamente si pusiera atención a la literatura, estudiara los himnos, la forma del culto y la organización de la iglesia. En este medio tan original en su música, en su himnología y su literatura, encontraría nada más que imitaciones de los himnos en inglés, muchas veces mal traducidos, con melodías inglesas, no siempre adaptadas al delicado oído de la gente, con ceremonias y manifestaciones religiosas ya arcaicas en Norte América pero que constituyen la liturgia y ceremonias de las iglesias de habla hispana del momento.62
No era la primera vez que alguien llamaba la atención a esto. El mismo año del congreso en Montevideo, el argentino Julio Navarro Monzó recomendó a los protestantes evitar ser una copia de las instituciones religiosas anglosajonas y alemanas que promovieron la reforma del siglo XVI. Para él, eso sería “un error tan enorme”, como cuando las nacientes repúblicas latinoamericanas copiaron las instituciones políticas europeas “sin haber pasado por las experiencias históricas” que cristalizaron esas formas de gobierno en Europa. Navarro Monzó decía que se debía promover una nueva reforma, ya que “la reforma es un espíritu, un movimiento, mientras que el protestantismo es una organización. La reforma, el espíritu de la reforma, es algo eterno. El protestantismo es algo temporal”.63
Será una nueva reforma, la reforma del siglo XX. Será la síntesis de los esfuerzos de los latinos y los anglosajones, de los germanos y los eslavos, de los occidentales y tal vez también los orientales, para encontrar la solución a los problemas morales y espirituales del mundo moderno, los problemas que la ciencia levanta en conflicto con las teologías tradicionales, los problemas que han surgido por el industrialismo y el despertar gradual de las clases trabajadoras, los problemas causados por la aproximación de razas diferentes, el ajuste de sus relaciones económicas y la necesidad de establecer relaciones amistosas entre ellas.64
Báez Camargo también mencionó al “escolasticismo romanista” como causa del rechazo a los evangélicos, principalmente por las clases educadas. “Las librerías se prestan a vender obras budistas, mahometanas, teosóficas, espiritistas, ocultistas, pornográficas, radicales en muchos sentidos, incrédulas y ateas, menos protestantes”. Esto lo llevó a preguntarse: “¿Será que nuestro protestantismo no se adapta al temperamento de estos pueblos, no satisface sus aspiraciones religiosas, no llena sus necesidades espirituales, en una palabra, no arraiga, no prende, no se identifica?”. Su conclusión fue que “no hemos podido vincularnos con nuestros pueblos. Le somos extraños a nuestra raza”.65 Es interesante este cambio de perspectiva. En lugar de buscar las causas en elementos externos, Báez Camargo propuso una mirada hacia el interior del movimiento protestante y buscar una revalorización y reorganización de él.
Urge desde luego un examen cuidadoso de nuestro protestantismo; una revisión de nuestro modo de presentar el mensaje, nuestra organización, nuestras formas de culto; nuestros métodos de trabajo; nuestra actitud hacia los anhelos sociales de nuestros pueblos; nuestros elementos y nuestras fisonomías.
Nuestro protestantismo no tiene raigambres ni relación con las tradiciones espirituales de la raza… es de lamentarse que en nuestra reacción contra el catolicismo, hayamos ido hasta el extremo de desechar cuanto hay de cristiano, por lo mismo de glorioso, en la experiencia religiosa de nuestra raza.66
Báez Camargo propuso “latinizar” el protestantismo en busca de una reforma religiosa, contrastándola con una invasión religiosa. Vio el hecho de que el congreso en La Habana fue dirigido y organizado por latinoamericanos como un paso positivo en esa dirección, y al mismo tiempo estaba consciente de que “la gran empresa de asimilarnos mejor el protestantismo no es obra de un momento ni cosa de violencias y apresuramientos.”67
Lamentablemente en La Habana se perdió una oportunidad de “latinizar” el mensaje cuando se adoptó la declaración del Congreso Internacional Misionero llevado a cabo en Jerusalén un año antes.68 No es que esa declaración tuviera errores doctrinales. El problema es que se sentó un precedente difícil de romper. Los intentos iniciales en Panamá y Montevideo de definir un mensaje que tuviera en cuenta el contexto se dejaron a un lado en La Habana. Las discusiones se centraron más en estrategia que en contenido. Pero estas observaciones, tanto las de Inman, Navarro Monzó y Báez Camargo, nos dan una idea de las luchas que los evangélicos tenían para definir su