John Piper

La supremacía de Dios en la predicación


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suprema belleza majestuosa de Dios. Trágicamente por eso, muchos están hambrientos de la visión centrada en Dios, del gran predicador Jonathan Edwards.

      Mark Knoll, historiador eclesial, descubrió que en los dos siglos y medio pasados desde Edwards, trágicamente “los evangélicos norteamericanos no han pensado desde un inicio acerca de la vida como cristianos, porque toda su cultura se los ha impedido. La piedad de Edwards continuó en una tradición de reavivamiento, a su teología siguió un Calvinismo académico, mas no hubo sucesores para la visión universal de su Dios poderoso o de su profunda filosofía teológica. La desaparición de la perspectiva de Edwards en la historia de la Cristiandad norteamericana ha sido una tragedia.”2

      Charles Colson repite esta convicción: “La iglesia moderna de Occidente – en su mayoría desviada, llena de cultos e infectada con gracia barata – necesita oír el reto de Edwards... Creo que las oraciones y las obras de los que aman y obedecen a Cristo en el mundo podrán prevalecer siempre que atesoren los mensajes de un hombre llamado Jonathan Edwards.”3

      La recuperación de “La visión universal de un Dios Poderoso” causará gran regocijo sobre la tierra en los mensajeros de Dios, y una razón de profundo agradecimiento al Dios que hace todas las cosas nuevas.

      El material de la Parte 1, fue inicialmente expuesta como las Conferencias Harold John Ockenga sobre Predicación, en el Seminario Teológico Gordon Conwell, en febrero de 1988. La esencia de la Parte 2 fue primeramente expuesta como las Conferencias del Centro Billy Graham sobre Predicación, en Wheaton College, en octubre de 1984. Tales privilegios y esfuerzos fueron una tremenda ganancia para mí más que para cualquier otro. Doy gracias a los administradores de estos Colegios que confiaron en mí, y me permitieron tener un atisbo del alto llamado del predicador cristiano.

      Siempre doy gracias a Dios, que nunca me ha abandonado sin una palabra y un celo para hablarla la mañana de un domingo, todo para Su gloria. Oh, pero yo tengo mis momentos. Mi familia de cuatro hijos y una esposa estable no es ajena a las penas y las lágrimas. Las críticas pueden herir al irritable, y el desanimo puede llegar tan profundo como para dejar a este predicador mudo. Pero la inconmensurable y soberana gracia de Dios, más allá de toda soledad e inconveniencia, me ha revelado Su Palabra y me ha dado un corazón capaz de saborearla y enviarla semana tras semana. Por eso nunca he dejado de amar la predicación.

      En la misericordia de Dios hay una razón humana para ello. Charles Spurgeon lo sabía, y la mayoría de predicadores felices lo saben. Cierta vez le preguntaron a Spurgeon acerca del secreto de su ministerio. Al cabo de una breve pausa, respondió: “Mi gente ora por mí.”4 Por eso es que yo he sido revivido una y otra vez en la obra del ministerio. Así es como La Supremacía de Dios en la Predicación pudo ser escrito. Mi gente ora por mí. A ellos dedico este libro con afecto y gratitud.

      Oro porque este libro pueda volver los corazones de los heraldos de Dios, para el cumplimiento de la gran admonición apostólica:

      Si alguno habla,hable conforme a las palabras de Dios...conforme el poder que Dios dapara que en todo sea Dios glorificado por Jesucristo, a quien pertenecen la gloria y el imperio por los siglos de los siglos. Amén. (1 Pedro 4:11)

      John Piper

      Prefacio a la Edición Revisada (2003)

      Más que nunca, creo en la predicación como una parte de la adoración en la iglesia congregada. La predicación es adoración, y pertenece a la vida de adoración regular de la iglesia, sin importar el tamaño de la iglesia. No se vuelve conversación o “compartir” en la iglesia pequeña. No se convierte en una inyección estimulante o retintín de campanillas en la mega-iglesia. La predicación es adoración sobre la Palabra de Dios –el texto de la Escritura- con explicación y exultación.

      La predicación pertenece a la adoración corporativa de la iglesia, no sólo porque el Nuevo Testamento ordena “predica la Palabra” ( keruxon ton logon) en el contexto de vida corporativa (2 Tim. 3:16-4:2), sino aun más fundamentalmente porque la esencia doble de la adoración lo demanda.

      Esta esencia doble de la adoración proviene de la manera en que Dios se revela a nosotros. Jonathan Edwards lo describe así:

      Dios se glorifica a Sí mismo hacia las criaturas en dos maneras también: 1. Por manifestarse a… sus entendimientos. 2. Comunicándose a Sí mismo a sus corazones, y en su regocijarse y deleitarse y gozar las manifestaciones que Él hace de Sí mismo… Dios es glorificado no solamente porque Su gloria sea vista, sino también cuando esa gloria es gozada. Cuando aquellos que la ven se deleitan en ella, Dios es más glorificado que si ellos solamente la ven. Su gloria es recibida entonces por toda el alma, por ambos, el entendimiento y el corazón.

      Siempre hay dos partes en la verdadera adoración. Hay el ver a Dios y hay el saborear a Dios. No los puedes separar. Tienes que verlo a Él, para saborearlo a Él. Y si no lo saboreas a Él cuando le ves, le insultas. En la verdadera adoración, siempre hay entendimiento con la mente y siempre hay sentimiento en el corazón. El entendimiento siempre debe ser el fundamento del sentimiento. Si no, todo lo que tenemos es emocionalismo sin base. Pero el entendimiento de Dios que no motiva sentimiento por Dios se vuelve mero intelectualismo e indiferencia. Por esto la Biblia nos llama continuamente a pensar, a considerar y a meditar, por un lado, y a regocijarnos, a temer, a gemir, a deleitarnos, a tener esperanza y a estar alegres, por el otro. Ambos, entendimiento y sentimiento, son esenciales para la adoración.

      La razón que la Palabra de Dios toma la forma de predicación en la adoración es que la verdadera predicación es la clase de discurso que consistentemente une estos dos aspectos de la adoración, tanto en la manera en que es hecha como en el propósito que tiene. Cuando Pablo le dice a Timoteo, en 2 Timoteo 4:2, “Predica la Palabra”, el término que utiliza para “predicar” es una palabra que se usa para “pregonar” o “anunciar” o “proclamar” ( keruxon). No es una palabra que se usa para “enseñar” o “explicar”. Es lo que un pregonero del pueblo hacía: “¡Oigan, oigan, oigan! El Rey tiene una proclamación de buenas nuevas para todos aquellos que juren alianza a su trono. Sea conocido de ustedes que Él dará vida eterna a todos los que confíen en y amen a Su Hijo.” Yo llamo a este pregonar exultación. La predicación es una exultación pública sobre la verdad que trae. No es desinteresada, fría o neutral. No es una mera explicación. Es manifiesta y contagiosamente apasionada acerca de lo que dice.

      Sin embargo, este pregonar contiene enseñanza. Puedes verlo al mirar de nuevo 2 Timoteo 3:16 –La Escritura (que da motivo a la predicación) es útil para enseñar. Y puedes verlo al mirar adelante el final de 2 Timoteo 4:2: “Que prediques la Palabra… redarguye, reprende, exhorta con toda paciencia y doctrina (enseñanza).” Así que la predicación es expositiva. Versa sobre la Palabra de Dios. La verdadera predicación no es la opinión u opiniones de un mero hombre. Es la fiel exposición de la Palabra de Dios. Así que, para decirlo en una oración gramatical: La predicación es exultación expositiva.

      En conclusión, entonces, la razón que la predicación sea tan esencial a la adoración corporativa de la iglesia es que es adecuada de manera única para alimentar ambos, entendimiento y sentimiento. Es adecuada de manera única para despertar el ver a Dios y el saborear a Dios. Dios ha ordenado que la Palabra de Dios venga en una forma que enseñe a la mente y toque el corazón.

      Quiera Dios usar esta edición revisada de La Supremacía de Dios en la Predicación para fomentar un movimiento de adoración y vida teocéntricas, centradas en Dios. Que la predicación de nuestras iglesias muestren más y más la verdad de Cristo y el sabor de Cristo. Que los púlpitos del país resuenen con exposición de la Palabra de Dios y exultación en la Palabra de Dios.

      John Piper

      2003

      POR QUÉ DIOS

      DEBERÍA SER SUPREMO

      EN