Sandra Field

El padre de su hija


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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1999 Sandra Field

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      El padre de su hija, n.º 1090 - octubre 2020

      Título original: The Mother of His Child

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

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      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-891-2

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      MARNIE Carstairs apartó su coche a un lado de la carretera, y el motor, tras emitir el asmático ronquido que le caracterizaba, se paró. Desde aquel ventajoso lugar en la cresta de la colina, podía divisar el pueblo que se extendía justo debajo: Burnham. Su destino. El lugar que podría dar respuesta, al menos parcial, a algunas de las terribles preguntas con las que había vivido durante casi trece años.

      Por eso no era de extrañar que tuviera las manos heladas y la garganta seca por la ansiedad.

      Burnham, aquel soleado domingo de finales de abril, parecía un pueblo bonito, situado, como estaba, en torno a las playas dejadas por una entrada del Atlántico. Entre los árboles que poblaban las laderas que lo rodeaban, Marnie pudo divisar los edificios de piedra de la Universidad de Burnham. ¿Trabajaría Calvin Huntingdon allí? Tal vez su mujer también.

      Sus nombres habían sido los que le habían llevado a Marnie allí esa tarde. Calvin y Jennifer Huntingdon de Burnham, Nueva Escocia. Dos nombres, un lugar y una fecha. La fecha de nacimiento de la hija que tuvo Marnie hacía ya años. La hija, que contra su voluntad le habían arrebatado. La hija a la que no había visto, y de la que no había oído hablar desde entonces.

      Si, Charlotte Carstairs, la madre de Marnie no hubiese muerto, inesperadamente, a los cincuenta y dos años, Marnie nunca habría encontrado aquel pedazo de papel dentro de un sobre blanco en su caja de seguridad. Marnie estaba segura de que su madre lo habría destruido.

      El nombre de los Huntingdon junto con una fecha de nacimiento y el nombre de ese pequeño pueblo aparecía manuscrito en aquel pedazo de papel, con la letra de Charlotte Carstairs. Un descubrimiento que había estremecido violentamente a Marnie.

      El matrimonio Huntingdon debía haber adoptado a su hija. ¿Qué otra explicación podía haber?

      Por un instante la visión del pueblo se desvaneció. Miró al volante y pudo ver la tensión reflejada en sus uñas y en sus muñecas. Marnie tenía unas muñecas y unos dedos muy fuertes porque durante los últimos cinco años había estado practicando la escalada libre. Haciendo un esfuerzo deliberado por relajarse expulsó el aire lentamente, miró por el espejo retrovisor y metió la marcha. No tenía sentido estar ahí parada. Ya que había llegado hasta ahí, debía continuar adelante con el plan, si podía decirse que tenía un plan.

      Mientras volvía a meterse en la autopista, comprobó que un banco de nubes había descendido sobre las colinas y amenazaba tormenta.

      Marnie tenía la dirección de los Huntingdon grabada en su mente. La encontraría con facilidad en el listín de teléfonos. Su plan de momento era acercarse y conducir alrededor de la casa para ver cómo era. De esa forma podría al menos ver dónde vivía su hija.

      ¿Esperaba acaso que una niña de doce años saliera de la casa en el momento mismo en el que ella pasaba por allí?

      La verdad era que no tenía ningún plan. Se había decidido a ir allí porque, aunque temía que aquello abriera viejas heridas, nada ni nadie en el mundo podría haber impedido que lo hiciera.

      Los Huntingdon tenían que ser gente adinerada. Charlotte Carstairs se habría asegurado de ello. No, a Marnie nunca le había preocupado la situación material del bebé que nunca había visto. Eran otras las dudas que la asaltaban. ¿Era su hija feliz? ¿Se sentiría querida? ¿Sabría que era adoptada, o pensaría que las dos personas que la cuidaban, Calvin y Jennifer Huntingdon, eran sus verdaderos padres?

       «Basta, Marnie», se reprendió a sí misma. «Ve poco a poco. Comprueba cómo es la casa primero, y luego ya verás qué hacer. Este es un pueblo pequeño, puedes parar aquí y allá, comprar una ración de pizza en algún puesto, repostar en la gasolinera del pueblo y preguntar discretamente sobre los Huntingdon. Nadie puede ocultarse en un pueblo tan pequeño como Burnham. Tú misma te criaste en Conway Mills, y sabes bien cómo son estos pueblos pequeños».

      Como si de un presagio se tratara, el sol se ocultó tras las nubes y la estrecha calle central de Burnham se oscureció como si la hubiesen cubierto con una manta negra. Si se tratara de una película, pensó, la música ambiental sería del tipo de la que anuncia que algo realmente peligroso va a ocurrir.

      Llevada por un impulso, Marnie giró hacia la izquierda y se metió en el aparcamiento de un pequeño centro comercial frente al que