Jayne Bauling

Seducción temeraria


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Perdona, trabajo por la noche –se disculpó.

      –Lo sé.

      –¿Cómo? No encajas con el perfil de nuestros oyentes –Challis rió–. ¿Sabes? Por un momento pensé que me estabas llamando prostituta – añadió, al ver que Richard daba como cosa natural que ella trabajase de noche.

      –Te aseguro que no ha sido mi intención. Que yo sepa, eres un modelo de integridad como profesional… aunque en tu vida privada intentes cazar a chicos como Kel. ¿Te habló mucho de nuestra familia? Supongo que no, ya que no sabías quién era yo; pero sí lo suficiente como para intuir que teníamos dinero, ¿verdad? Eres muy inteligente, así que estoy seguro de que entiendes que estoy aquí para evitar que puedas hacer daño a mi familia.

      –¿Daño? –repitió Challis, indignada–. Déjame que te diga que tu querido sobrino ha sido el que se ha acercado a mí. Nunca he quedado con él, pero los de seguridad me han dicho que me ha esperado más de un día a la salida del trabajo… ¿Por qué me miras así?, ¿acaso te he ofendido? ¿Es que ningún miembro de tu maravillosa familia puede interesarse por alguien como yo? Pues créeme: ha intentado ponerse en contacto conmigo por Internet; me llama cuando dejo que los oyentes entren en mi programa; me manda faxes, me deja mensajes en el contestador… Me persigue. Y nunca ha ocultado su identidad ni la familia a la que pertenece: en eso tenías razón… Pero entérate, Richard, mi interés por Kel es meramente profesional –espetó molesta.

      –Si está tan obsesionado contigo como dices, entonces no es tan profesional que le des ánimos –repuso Richard con voz neutra.

      –Es que resulta que el interés de Kel por mí también es profesional. En cualquier caso, ¿quién eres tú para decirme lo que está bien y lo que está mal?

      –¿Te cuesta mucho discernir entre ambos extremos? –replicó Richard.

      –Para ti es pan comido, ¿verdad? –replicó Challis enojada–. Supongo que tienes reglas para todas las circunstancias de la vida –añadió.

      Richard no contestó en seguida, distraído en la contemplación de Challis, cuyos ojos azul oscuro destellaron furiosos.

      –Pero a veces las rompo –contestó él por fin–. Bueno, ¿me vas a decir por qué estás tan interesada en mi sobrino, de verdad?

      –¡Porque es un genio! –exclamó ella. Challis nunca permanecía enfadada mucho tiempo, y aprovechó la ocasión para explicarle el talento de Kel–. Me mandó una maqueta y es fantástica. Se la dejé escuchar al productor de la emisora y quiere que lo contratemos.

      –Imposible –zanjó Richard con rotundidad.

      –¿Por qué no? Somos una emisora muy buena –aseguró Challis–. Y si no lo contratamos nosotros, se lo llevará alguna competidora.

      –Kel no va a trabajar en la radio.

      –¿Y eso por qué? –exigió saber Challis–. Tiene dieciocho años, es mayor de edad y puede decidir a qué dedicarse. Mira, no le daríamos un programa de inmediato; estaría a prueba durante seis meses, con alguna aparición en una franja horaria de poca audiencia hasta que adquiera experiencia –explicó.

      –Estás perdiendo tu tiempo y me lo estás haciendo perder a mí – repitió Richard.

      –¿Y qué pasa con Kel? Éste podría ser un primer paso para triunfar en la radio… Todos necesitamos trabajar y nuestra emisora le ofrece la oportunidad de meter la cabeza en este mundo; le servirá para formarse y, en el futuro, podrá trabajar en otros medios de comunicación.

      –Medios de entretenimiento –matizó Richard–. No vuelvas a ponerte en contacto con mi sobrino –zanjó tras una pausa.

      –Supongo que has borrado el mensaje que le dejé, ¿verdad? –preguntó Challis, sin hacerle ninguna promesa.

      –¿Tú qué crees?

      –¿Que qué creo? Creo que te obsesiona tenerlo todo bajo control – respondió–. Conozco a los de tu clase.

      –A mí me pasa lo mismo –Richard sonrió con cinismo–. Yo conozco a los de la tuya.

      –¿Entonces qué haces aquí, sentado a esta mesa delante de un montón de personas que nos están mirando y probablemente nos habrán reconocido? –repuso Challis–. Me sorprende que te hayas arriesgado tanto.

      –¿Por qué? –preguntó él.

      –Bueno, a mi manera, yo soy famosa en esta ciudad.

      –¡Cierto, cierto!, ¡eres toda una celebridad! –se burló Richard–. Pero sigue.

      –Pues eso, ¿no te avergonzaría que nos reconocieran?

      –¿Por lo joven que eres y la ropa que llevas? –preguntó Richard.

      –Y por lo mayor y convencional que eres tú –contraatacó Challis–. De hecho, estoy pensando que podría perder credibilidad entre mis oyentes si descubren que voy hablando con alguien tan convencional como tú –insistió.

      –De modo que si tú y yo decidiéramos tener una aventura, tendría que ser un secreto, ¿no? –comentó él con un destello de humor en los ojos.

      La pilló desprevenida. Jamás había imaginado que un hombre como Richard pudiera sugerir tal posibilidad; sobre todo, cuando acababan de conocerse y el encuentro no estaba siendo en absoluto distendido. Lo miró a la cara. Se había sentido atraída hacia él desde el primer momento, pero no se le había ocurrido que Richard pudiera verla como algo más que una amenaza para su sobrino.

      –¿Se supone que debo tomármelo en serio? –preguntó con una sonrisa de incredulidad–. Imposible: venimos de mundos muy diferentes.

      –Cierto –dijo Richard–. ¿Dejarás en paz a mi sobrino, Challis? – insistió acto seguido.

      Challis lo miró y observó que algo ensombrecía el brillo de sus ojos y tensaba las facciones de Richard.

      –Odias estar aquí, haciendo esto, ¿verdad? –comentó ella.

      Richard la observó durante varios segundos, desconcertado por que Challis lo hubiera adivinado:

      –Sí –admitió por fin.

      Le sucedía a menudo: empatizaba con alguien y en seguida se compadecía de él.

      –Y si fichamos a Kel, ¿será motivo de problemas familiares?

      –Seguro –reconoció con suavidad–. No voy a entrar en detalles, pero no hago esto por Kel. Es por otra persona.

      –Está bien, pensaré en ello –concedió Challis.

      –¿A qué viene este cambio tan repentino? –desconfió Richard.

      –¿Nunca te fías de los demás?

      –Nunca he encontrado motivos para hacerlo.

      –No es que me rinda –explicó Challis, en cualquier caso–. Pero una familia infeliz… no me gusta causar problemas.

      –¿Tengo que darme por satisfecho con esa explicación? Supongo que sí –se respondió Richard mientras miraba el reloj. Luego sacó la cartera y extendió un billete–. Para el desayuno. No puedo quedarme más tiempo –añadió, al tiempo que se ponía de pie. Challis lo imitó y le ofreció una mano.

      –¿No me vas a dar la mano? –le preguntó.

      Richard la miró y soltó una risa que la conmovió y le puso la piel de gallina.

      –No pensé que fueras a darle importancia a un gesto tan convencional.

      –Pues se la doy –insistió ella con alegría–. Tiene mucha importancia. Tocar a una persona te permite aprender de ella. No todo, por supuesto, pero da un par de pistas fundamentales.

      Además, nunca lograría tener un contacto más íntimo con él. Tal como habían convenido, procedían de mundos muy