entonces la frustración tiene las puertas abiertas hacia el enojo. Con esto quiero significar que ante cada frustración producimos, consciente e inconscientemente, conclusiones acerca de la causa que la genera y rápidamente evaluamos si existe una intención adversa o no.
En el marco de una guerra, de una batalla, de una lucha, todo obstáculo es, efectivamente, el resultado de una intención adversa, precisamente la del rival de turno que nos quiere vencer… El problema se suscita cuando la reacción que es adecuada para una batalla la extendemos al resto de las situaciones en las que debemos enfrentarnos a un impedimento que nos frustra.
Muchas personas tienen la tendencia psicológica a imaginar que sus frustraciones, de la índole que sean, se deben a la influencia de una voluntad adversa, bien de una persona, o bien del destino mismo, que se opone a sus propósitos. Dichas personas están muy expuestas a vivir crónicamente enojadas y resentidas.
En este sentido: ¿Sentís que estás impulsado por voces adversas?, ¿están fuera o dentro tuyo?, ¿por qué tienes como huéspedes internos si no son de tu agrado? Tienes un Dios poderoso y eterno que quiere sanarte…
Además de las tendencias psicológicas individuales, existe otro factor, de naturaleza filosófica existencial, que consiste en la concepción –consciente o inconsciente– que cada uno tenga acerca del sentido último de su vida y de la vida misma. Si yo creo que la vida es, en esencia, una eterna batalla en la que quien gana sobrevive y triunfa, y quien pierde es extinguido, mi objetivo último será ganar, y viviré en esa atmósfera emocional de guerra continua.
Desde esa perspectiva mental cada obstáculo que me frustre, quedará fácilmente convertido en una manifestación más de esa batalla y se activará, por lo tanto, la respuesta de enojo que se orienta a identificar al adversario y vencerlo.
Cuando esa actitud se hace habitual termina por convertirse en una forma de organizar la experiencia. Un ejemplo claro es “conocer personas”. Si alguien vive con el modelo planteado, esa persona va a ver a otra como un enemigo. Tal es el caso de novios que abandonan a sus futuras esposas una semana antes o quince días antes de casarse. Observemos y aprendamos…
“Lo que hemos oído y aprendido…
no queremos ocultarlo…
son las glorias del Señor y su poder,
las maravillas que él realizó”.
Salmo 78, 3a. 4cd
4ª Predicación:
“Nuestros enojos: conflictos enigmáticos (4)
“El enojo y el inconsciente” (2)
“Si un hombre mantiene su enojo contra otro,
¿cómo pretende que el Señor lo sane”.
Eclesiástico 28, 3
Tener presente que la atmósfera emocional de batalla continua hará que se desarrolle la respuesta de enojo que se direcciona hacia el adversario con intenciones de vencerlo, es muy frustrante. Esta estructura mental puede convertirse inconscientemente en una forma de organizar cualquier experiencia vincular. La desconfianza, la falta de disponibilidad para encontrarse con una persona, en cualquiera de sus planos, desemboca en una experiencia frustrante dado que la persona – en su imaginación – libra batallas sin descanso. Se elaboran preconceptos que se transforman en teorías “infalibles” los que, de alguna manera, consolidan el circuito de combate permanente.
Si las personas que piensan así, en vez, percibieran que la batalla mental existe pero que no es el rasgo esencial de la vida, sino el aprendizaje que nuestra conciencia realiza en la solución de los problemas que implica vivir como individualidades separadas (aquello de “separemos los tantos”), los desafíos de la vida se representarán como cosas a confrontar, no como puntos esenciales de nuestra existencia. De lo contrario, en palabras simbólicamente definidas, estas realidades se tornan en reflejos inmediatos de enojo bélico-destructivo hacia a dentro y hacia afuera.
En este período en el que los valores y las modalidades de la cultura competitiva están tan expandidos, y donde todo pase a ser motivo de competencia, estamos muy expuestos a interpretar cada obstáculo que surge en el curso de una relación como la “manifestación de la voluntad adversa del rival de turno”. Este rival puede ser mi mujer, mi marido, mi vecino, el portero del edificio en que vivo, mi compañero de trabajo, mi hermano/a de comunidad, que imaginamos que quiere oponerse a nuestros propósitos y vencernos. No es de extrañar, entonces, que el clima emocional de una incesante batalla sea el que fatigue nuestros días y debilite nuestra posibilidad de cooperación, entusiasmo y alegría.
Todo conlleva a darnos cuenta que el enojo puede ocupar un lugar mayor o menor en la vida de cada uno. Que podemos enojarnos más o menos fácilmente y que esta variable es importante y merece ser observada.
Pero junto con esta característica existe otro factor, de tanta o mayor importancia aún que ésta, y es la manera en que reaccionamos cuando nos enojamos, es decir, si nuestro enojo tiende a destruir o a resolver. No sólo es importante, por tanto, el cuánto nos enojamos sino, y muy especialmente, el cómo nos enojamos y cuándo lo hacemos. Esto puede darse y justificarse con expresiones como “no lo hice con mala intención”; “estaba nervioso por otros motivos”; “no pude manejar la situación”; “me desbordó la impotencia”, etc. Aquí cabe la posibilidad de revisar nuestras vidas y descubrir, ambarinamente, la diferencia entre el contenido del desorden (pecado) y la intención. A veces, esta última es buena, pero el método – la forma de llegar a – (voz altanera, prepotencia, agresión) es donde comúnmente hace su nido el pecado. Por eso, seamos más amplios en la reflexión considerando poder reconocer la “integridad del pecado”, sin excusarnos en la “intención”. Acudir realmente al método, al cómo comuniqué o trasbordé el pecado…
Nos podemos plantear qué predominio está merodeando el enojo…, será ¿el inconsciente pagano?; el ¿inconsciente impulsivo? O el ¿inconsciente espiritual?
Sabemos que el médico psiquiatra judío Viktor Frankl afirma que existe un inconsciente espiritual, además del inconsciente impulsivo – descubierto por Sigmund Freud.
El inconsciente espiritual es el tema central de la logoterapia o terapia existencial, creada por Frankl. Este psicoterapeuta define su escuela como una psicoterapia a partir de lo espiritual. Este tema se aborda en un libro de Frankl que se denomina “La presencia ignorada de Dios”. Consideremos sus propias palabras: “No se trata de un mero inconsciente impulsivo, sino también de un inconsciente espiritual, el inconsciente no se compone únicamente de elementos impulsivos, tiene asimismo un elemento espiritual, el contenido del inconsciente mismo clasificado en impulsividad inconsciente y espiritualidad inconsciente”.
Según Frankl, el inconsciente espiritual no se limita a la vida religiosa, sino que se expresa también en la vida artística. Aunque todo el libro citado es importante, en el capítulo 4, que trata sobre “La interpretación analítico-existencial de los sueños”, el autor se vale del método freudiano de interpretación de los sueños para descubrir las expresiones del inconsciente espiritual a través de los sueños. Afirma: “En los sueños, esos auténticos productos del inconsciente, no sólo intervienen elementos del inconsciente impulsivo, sino también del inconsciente espiritual”. En todo ser humano, creyente o incrédulo, existe el inconsciente espiritual, ya que poseemos aspiraciones trascendentales, abiertas al infinito. Los cristianos tuvimos el llamado de Cristo a nuestra vocación bautismal y, los que no lo son poseen en su interior un potencial sin descubrir en muchos casos, otros expresados en el arte, otros en las ciencias, otros en el servicio. Sin embargo, la ausencia de la Imagen de Dios anunciada y predicada es lo que nos marca la diferencia. Junto con ello nuestra adhesión interior por la fe en Jesucristo.
El inconsciente espiritual procede justamente de la imagen de Dios presente en todos los seres humanos.
Lo inconsciente, sea espiritual o impulsivo, no sólo se expresa mediante los sueños, que a veces quedan en el olvido al despertar. También hace sentir sus efectos, positivos o negativos, al comenzar cada día. No