Três Iniciados

El Kybalión de Hermes Trismegisto


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cual conservaron siempre ardiendo la lámpara perpetua de la Sabiduría. Esos hombres dedicaron su vida a esa labor de amor que el poeta describiera en estas líneas: «¡Oh, no dejes extinguirse la llama! Sustentada por generación tras generación en su oscura caverna, —sus templos sagrados sustentada. Nutrida por puros sacerdotes de amor— ¡no dejes extinguirse la llama!».

      Esos hombres no buscaron ni la aprobación popular ni acaparar gran número de prosélitos. Son indiferentes a esas cosas, pues saben de sobra cuán pocos hay en cada generación, capaces de recibir la verdad, o de reconocerla si se les presentara. Ellos «reservan la carne para los hombres», mientras que los demás «dan leche a los niños», conservan sus perlas de sabiduría para los pocos elegidos capaces de apreciar su valor y de llevarlas en sus coronas, en vez de echárselas a los cerdos que las mancillarían y pisotearían en el cieno de sus chiqueros. Mas estos hombres no han olvidado aún los preceptos de Hermes respecto a la transmisión de estas enseñanzas a los que estén preparados para recibirlas, acerca de lo cual dice El Kybalión: «Dondequiera que estén las huellas del Maestro, allí, los oídos del que es apto para recibir sus enseñanzas se abren de par en par». Y, además: «Cuando el oído es capaz de oír, entonces vienen los labios que han de llenarlos con sabiduría». Pero su actitud habitual ha estado siempre estrictamente de acuerdo con otro aforismo, de El Kybalión, que dice que «los labios de la Sabiduría permanecen cerrados, excepto para el oído capaz de comprender».

      Y esos oídos incapaces de comprender son los que han criticado esta actitud de los hermetistas y los que se han lamentado públicamente de que aquellos no hayan expresado nunca claramente el verdadero espíritu de sus enseñanzas, sin reservas ni reticencias. Pero una mirada retrospectiva en las páginas de la historia demostrará que la sabiduría de los maestros, quienes conocían la locura que era intentar enseñar al mundo lo que éste no deseaba ni estaba preparado para recibir. Los hermetistas nunca han deseado ser mártires, sino que, por el contrario, han permanecido retirados, silenciosos y sonrientes ante los esfuerzos de algunos que se imaginaban, en su ardiente entusiasmo, que podían forzar a una raza de bárbaros a admitir verdades que sólo pueden comprender los que han avanzado mucho en el Sendero.

      El espíritu de persecución no ha muerto aún en la tierra. Hay ciertas enseñanzas herméticas que, si se divulgaran, atraerían sobre sus divulgadores un griterío de odio y el desprecio de las multitudes, que volverían a gritar de nuevo: ¡Crucificadlo!… ¡Crucificadlo!…

      En esta obra hemos tratado de daros una idea de las enseñanzas fundamentales de El Kybalión, indicado todo cuanto se refiere a los principios actuantes, dejándoos el trabajo de estudiarlos, más bien que el de tratarlos nosotros mismos en detalle. Si sois verdaderos estudiantes o discípulos, comprenderéis y podréis aplicar estos principios; si no, debéis desarrollaros, pues de otra manera las enseñanzas herméticas no serán para vosotros sino «palabras, palabras, palabras».

      LOS TRES INICIADOS

      LA FILOSOFÍA HERMÉTICA

      «Los labios de la sabiduría permanecen cerrados, excepto para el oído capaz de comprender».

      El Kybalión.

      Desde el antiguo Egipto llegaron las enseñanzas fundamentales y secretas que tan fuertemente han influido en los sistemas filosóficos de todas las razas y de todos los pueblos, durante centurias enteras. Egipto, patria de las pirámides y de la Esfinge, fue la cuna de la Sabiduría Secreta y de las doctrinas místicas. Todas las naciones han sacado las suyas de sus doctrinas esotéricas, La India, Persia, Caldea, China, Japón, Asiria, la antigua Grecia y Roma, y otros no menos importantes países, se aprovecharon libremente de las doctrinas formuladas por los hierofantes y Maestros de la tierra de Isis, conocimientos que sólo eran transmitidos a los que estaban preparados para participar de lo oculto.

      Fue también en el antiguo Egipto donde vivieron los grandes adeptos y Maestros que nadie después ha superado, y que rara vez fueron igualados en las centurias que han transcurrido desde los tiempos del Gran Hermes. Egipto fue la residencia de la Gran Logia de las fraternidades místicas. Por las puertas de su templo entraron todos los neófitos que, convertidos más tarde en Adeptos, Hierofantes y Maestros, se repartieron por todas partes, llevando consigo el precioso conocimiento que poseían y deseando hacer partícipe de él a todo aquel que estuviera preparado para recibirlo. Ningún estudioso del ocultismo puede dejar de reconocer la gran deuda que tiene contraída con aquellos venerables Maestros de Egipto.

      Pero entre esos grandes adeptos existió uno al que los demás proclamaron «el Maestro de los Maestros». Este hombre, si es que puede llamarse «hombre» a un ser semejante, vivió en Egipto en la más remota antigüedad y fue conocido bajo el nombre de Hermes Trismegisto.

      Fue el padre de la sabiduría, el fundador de la astrología, el descubridor de la alquimia. Los detalles de su vida se han perdido para la historia, debido al inmenso espacio de tiempo transcurrido desde entonces. La fecha de su nacimiento en Egipto, en su última encarnación en este planeta, no se conoce ahora, pero se ha dicho que fue contemporáneo de las más antiguas dinastías de Egipto, mucho antes de Moisés. Las autoridades en la materia lo creen contemporáneo de Abraham, y en algunas de las tradiciones judías se llega a afirmar que Abraham obtuvo del mismo Hermes, muchos de los conocimientos que poseía.

      Después de haber transcurrido muchos años desde su muerte (la tradición afirma que vivió trescientos años), los egipcios lo deificaron e hicieron de él uno de sus dioses, bajo el nombre de Thoth. Años después los griegos hicieron también de él otro de sus dioses y lo llamaron «Hermes, el dios de la sabiduría». Tanto los griegos como los egipcios reverenciaron su memoria durante centurias enteras, denominándole el «inspirado de los dioses», y añadiéndole su antiguo nombre «Trismegisto», que significa «tres veces grande». Todos estos antiguos países lo adoraron, y su nombre era sinónimo de «fuente de sabiduría».

      Aun en nuestros días usamos el término «hermético» en el sentido de «secreto», «reservado», etc., y esto es debido a que los hermetistas habían siempre observado rigurosamente el secreto de sus enseñanzas. Si bien entonces no se conocía aquello de «no echar perlas a los cerdos», ellos siguieron su norma de conducta especial que les indicaba «dar leche a los niños y carne a los hombres», cuyas máximas son familiares a todos los lectores de las escrituras bíblicas, máximas que, por otra parte, habían sido ya usadas muchos siglos antes de la Era Cristiana.

      Y esta política de diseminar cuidadosamente la verdad ha caracterizado siempre a los hermetistas, aun en nuestros días. Las enseñanzas herméticas se encuentran en todos los países y en todas las religiones, pero nunca identificados con un país en particular ni con secta religiosa alguna. Esto es debido a la prédica que los antiguos instructores hicieron para evitar que la Doctrina Secreta se cristalizara en un credo. La sabiduría de esta medida salta a la vista de todos los estudiantes de historia. El antiguo ocultismo de la India y de Persia degeneró y se perdieron sus conocimientos, debido a que los instructores se habían convertido en sacerdotes y mezclaron la teología con la filosofía, siendo su inmediata consecuencia que perdieron toda su sabiduría, la que acabó por transformarse en una cantidad inmensa de supersticiones religiosas, cultos, credos y dioses. Lo mismo pasó con las enseñanzas herméticas de los gnósticos cristianos, enseñanzas que se perdieron por el tiempo de Constantino, quien mancilló la filosofía mezclándola con la teología, y la iglesia cristiana perdió entonces su verdadera esencia y espíritu, viéndose obligada a andar a ciegas durante varios siglos, sin que hasta ahora haya encontrado su camino, observándose actualmente que la iglesia cristiana está luchando nuevamente por aproximarse a sus antiguas enseñanzas místicas.

      Pero siempre han existido unas cuantas almas que conservaron viva la llama, alimentándola cuidadosamente y no permitiendo que se extinguiera su luz. Y gracias a esos firmes corazones y a esas mentes de extraordinario desarrollo tenemos aún la verdad con nosotros. Mas no se encuentra en los libros. Ella ha sido transmitida del Maestro al discípulo, del iniciado al neófito, de los labios a los oídos. Si alguna vez se ha escrito algo sobre ella, su significado ha sido cuidadosamente velado con términos de astrología y alquimia, de tal manera