¿qué estás haciendo? –dijo ella, sin salir de su asombro.
–¿Lo sabe alguien más?
–No, nadie.
–Por tu bien, espero que estés diciendo la verdad.
–¡No soy una mentirosa!
Él le dio la espalda y se dirigió nuevamente a la salida.
–¡Si crees que me voy a quedar aquí mientras tú bailas con las invitadas, estás más loco de lo que creía!
Zak se detuvo y la miró de nuevo.
–Corrígeme si me equivoco, pero ¿no has venido a hablar conmigo?
Ella carraspeó, confundida.
–Sí, claro.
–Pues no tengo tiempo de hablar ahora. Debo volver a la fiesta y excusarme adecuadamente, como exige el protocolo –declaró–. Te quedarás aquí hasta que regrese.
–Pero…
–¿Es que has cambiado de idea? ¿Ya no te parece una situación tan urgente?
Violet no tuvo más remedio que asentir. Le habría gustado marcharse después de darle la noticia, pero no podía dejar su conversación en el limbo. Además, necesitaba tiempo para pensar.
–Bueno, no es estrictamente necesario que hablemos hoy.
–¿Y cuándo propones que hablemos? ¿En una ocasión sin determinar?
–Zak, esto no es culpa mía. Si hubieras contestado a mis mensajes, no habría tenido que decírtelo en la boda de tu hermano.
Él hizo un gesto de desdén.
–Lo pasado, pasado está –dijo–. Ahora sé lo que tenías que decirme, y voy a hacer algo al respecto.
Violet abrió la boca, y él se la cerró con otra interrupción.
–Conociendo a mi madre, habrá notado mi ausencia y habrá enviado a alguien a buscarme. ¿Quieres que solucione el asunto y vuelva contigo? ¿O no?
–Sí, por supuesto que quiero.
Zak asintió de forma brusca y se fue, dejándola con una sensación extraña que no habría sabido explicar.
Súbitamente mareada, se acercó a los suntuosos sofás de la sala y se dejó caer en el más cercano. No sabía qué hacer y, tras una hora de angustiosa espera, empezó a pensar que Zak la había abandonado y que estaba haciendo bromas a su costa con los invitados.
Justo entonces, un segundo guardia apareció en la sala. El hombre habló en voz baja con su compañero y después, se dirigió a ella.
–Venga conmigo, por favor.
–¿Adónde? –preguntó, desconfiada.
–Su Alteza ha pedido que se reúna con él en otra parte.
Ella frunció el ceño y se giró hacia la puerta.
–Pero mi madre…
Violet no llegó a terminar la frase, porque comprendió que no podía volver al salón de baile sin llamar la atención, y que acompañar al guardia era lo más razonable.
–Está bien, vamos.
El guardia la llevó por una serie de corredores alejados de la zona donde se estaba celebrando el convite y, poco después, salieron a un patio interior donde esperaba una brillante y vacía limusina negra, cuyo conductor le abrió la portezuela.
Violet ni siquiera se molestó en preguntar adónde iban, porque era consciente de que no le habrían contestado, así que se sentó en el asiento trasero y se limitó a admirar las vistas cuando el vehículo se puso en marcha, salió de palacio y se internó por las preciosas e impresionantes calles de Playagova.
Al cabo de unos minutos, entraron en un edificio que se parecía sospechosamente a un hangar. Y sus sospechas se confirmaron al ver que el chófer detenía la limusina junto a un reactor de la Casa Real, algo más pequeño que el avión que los había llevado a Tanzania.
Como era de esperar, el conductor abrió la portezuela de nuevo y la ayudó a salir. Pero, en lugar de acompañarla al aparato, se volvió a sentar al volante y se fue.
Violet caminó entonces hasta la escalerilla, subió por ella y entró en la lujosa carlinga, cuyos muebles de madera de cerezo y sus sillones de cuero la habrían dejado pasmada si Zak no hubiera estado allí, sentado al fondo y aparentemente ajeno a su presencia.
La actitud del príncipe le molestó. Sin embargo, no podían hablar a gritos, de modo que se acercó a él y se detuvo a un par de metros, tan cerca como para poder charlar pero no tan cerca como para sentirse abrumada con su presencia. O, por lo menos, como para no sentirse demasiado abrumada.
–¿Qué ocurre, Zak? ¿Qué estoy haciendo aquí?
Zak miró al piloto, que estaba al otro lado del aparato, y le hizo un gesto. El piloto asintió y, solo entonces, él dijo:
–Siéntate, Violet.
–No, no me sentaré hasta que contestes a mi pregunta.
–Creí que querías hablar de… la noticia.
–¿Ni siquiera puedes pronunciar las palabras adecuadas?
Él clavó la vista en su estómago.
–¿Qué palabras? ¿Que estás embarazada? ¿Que afirmas estar embarazada de mí?
–¿Cómo que lo afirmo? Creí entender que confiabas en mi palabra.
–Bueno, entraremos en detalles dentro de unos instantes –dijo Zak–. Pero antes, agradecería que te sentaras de una vez.
En ese momento, Violet se dio cuenta de dos cosas: la primera, que el avión empezaba a circular por una de las pistas y la segunda, que su equipaje ya no estaba en el hotel donde se alojaba, sino allí.
La enormidad de lo que estaba pasando hizo que se le doblaran las piernas y, como no quería perder el equilibrio y hacerse daño, se sentó en el sillón más cercano, el que estaba enfrente de Zak. Entonces, él se levantó con un movimiento felino, le ajustó el cinturón de seguridad y se quedó de pie, pegado a ella, como si tuviera miedo de que saliera corriendo y se bajara del avión.
Y desde luego, Violet deseaba huir. Pero no podía, porque el avión ya estaba en marcha.
–¿Qué diablos estás haciendo? –acertó a preguntar, espantada.
–Querías llamar mi atención, ¿no? –replicó él–. Pues lo has conseguido.
Capítulo 7
ZAK MIRÓ a la mujer dormida que llevaba un hijo suyo en su vientre. Se había retirado a descansar tras someterlo a un castigo de varias horas de silencio, que en otras circunstancias había encontrado divertido. Pero no estaba precisamente de buen humor.
Por supuesto, había hablado con su jefe de seguridad y le había pedido que investigara los movimientos de Violet después de su noche de amor. Y los informes preliminares indicaban que se había limitado a trabajar y a estar en su apartamento neoyorquino.
No tenía amantes secretos. No hacía nada sospechoso. Hablaba de vez en cuando con su madre, pero con tan poca frecuencia que Zak se reafirmó en la conclusión que había sacado durante la boda de Remi, al notar la tensión que había entre ellas: que Violet intentaba evitar a la condesa. Una conclusión que parecía definitiva desde que Margot lo había acorralado con la excusa de felicitar a los novios y le había preguntado qué le pasaba a su hija.
¿Sería verdad que no lo sabía?
Zak sacudió la cabeza y se maldijo a sí mismo por estar postergando el verdadero problema, sus propios sentimientos.
No