la resurrección, en el día postrero”. En otras palabras, sí, sí lo sé; gracias por tus amables palabras; me traen mucho consuelo en este tiempo difícil. Pero ella no entendía lo que Jesús quería decir. Hubiera sido muy asombroso si en ese momento Jesús le hubiera dicho, “No, quiero decir que resucitará en unos minutos, cuando yo se lo ordene”. Pero Él dijo algo más. Dijo, “Yo soy la resurrección y la vida”.17 ¡No sigas de largo y te lo pierdas! No dice meramente “yo puedo dar vida”, sino “¡Yo soy la vida!”
Honestamente, ¿qué tipo de hombre dice cosas como esas? ¿Qué tipo de hombre escucha a un amigo decirle con admiración, “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente”, y le responde, diciendo: “Tienes razón. Y fue Dios mismo quien te lo reveló”? A qué tipo de hombre le preguntan los gobernantes de su nación, “Eres tú el Cristo, el Hijo de Dios” y les responde, “Tú lo has dicho; y además os digo, que desde ahora veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo”.18
Ningún hombre ordinario, tenlo por seguro—no uno que solo quiere ser reconocido como un gran maestro, o honrado como una buena persona, o recordado como un filósofo influyente. No, una persona que habla en estos términos está declarando algo mucho más grande y más glorioso y profundamente revolucionario que cualquiera de ellos. Y eso es exactamente lo que Jesús estaba haciendo, por lo menos para aquellos que estaban prestando atención.
Él estaba declarando ser el Rey de Israel—y de la humanidad—.
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