Millie Adams

Íntimo paraíso


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también podía engañar a los demás.

      –Oh, vamos, los hombres tienden a mantener relaciones que, en principio, no tienen ni pies ni cabeza –declaró ella, intentando mantener su orgullo a salvo–. Son cosas de sus fantasías sexuales ocultas.

      –¿Ah, sí? Pues las mías están tan a la vista de todos que las publican en los periódicos de medio mundo. Y tú no encajas en ellas.

      Min se volvió a sentir insultada, aunque el comentario no le sorprendió en absoluto. A Dante le daba igual que las mujeres fueran rubias, morenas o pelirrojas; solo quería que fueran esbeltas y refinadas, es decir, como Violet.

      –Me alegro de saberlo –replicó.

      –¿Por qué lo has hecho, Minerva?

      –Lo siento, no quería causarte problemas –se volvió a disculpar–. Alguien nos ha amenazado a Isabella y a mí, y tenía que inventarme una historia para protegernos… una paternidad alternativa, por así decirlo.

      –¿Una paternidad alternativa?

      Min tragó saliva.

      –Sí, es que el padre de Isabella es el hombre que nos ha amenazado.

      Dante la miró con escepticismo.

      –Ah, pero ¿sabes quién es? Pensé que no lo sabías.

      Minerva no supo si sentirse sorprendida, ofendida o encantada con su intento de zaherirla, porque implicaba que la creía capaz de mantener relaciones amorosas secretas; pero, a decir verdad, solo la habían besado una vez, estando en Roma en compañía de Katie.

      Una noche, se fueron a una discoteca y, mientras bailaba con un joven del que ni siquiera conocía el nombre, él se inclinó y la besó sin previo aviso. Pero no le gustó nada, así que fingió que le dolía la cabeza, salió del local y tomó un taxi para volver al hostal donde su amiga y ella se alojaban.

      –Por supuesto que sé quién es. Desgraciadamente, su identidad tiene implicaciones de las que no fui consciente hasta más tarde.

      –¿Qué significa eso?

      Min dudó; quizá, porque no podía decirle la verdad sin confesarle que Isabella no era hija suya. Pero, por otra parte, Dante era una de las pocas personas de las que confiaba. Siempre había cuidado de ella, desde que era una niña. Y, a fin de cuentas, sus vidas estaban en peligro.

      –Su padre es miembro de una familia del crimen organizado –dijo, armándose de valor–. Huelga decir que yo no lo sabía cuando lo conocí. Y ahora la está buscando… bueno, nos está buscando.

      –¿Insinúas que estás verdaderamente en peligro?

      –Sí. Y la única forma de que nos deje en paz es convencerlo de que no es el padre de Isabella –contestó.

      –¿Y crees que se lo tragará?

      –Bueno, no tenía más opción que intentarlo –se defendió–. Necesito que me protejas.

      Él la miró con intensidad, como si estuviera mirando a una niña que había hecho una travesura. Y, de repente, su expresión cambió.

      –Si esa niña fuera hija mía, seríamos familia –afirmó Dante.

      –Sí, supongo que sí.

      –Y tendremos que hacernos fotografías, para que todo el mundo sepa que estamos juntos. De lo contrario, pensarán que soy un mal padre.

      –Sí, imagino que sí…

      –Pero, si Isabella fuera mi hija, tendríamos que hacer una cosa.

      –¿Una cosa? –dijo ella, frunciendo el ceño.

      Dante, que había empezado a caminar de un lado a otro como un tigre enjaulado, se detuvo súbitamente y respondió:

      –Sí, la única salida que tenemos.

      –¿Cuál?

      –Casarnos.

      Capítulo 2

      DANTE supo dos cosas cuando clavó la mirada en los ojos verdes de Min; la primera, que si Minerva e Isabella estaban en peligro, debía protegerlas y la segunda, que casarse con ella era la mejor forma de conseguir sus objetivos con la empresa de Robert King. A fin de cuentas, sería esposo de su hija y supuesto padre de su nieta.

      Además, no tenía la opción de destapar la mentira de Minerva y dejar que la policía se encargara del asunto, porque no podían hacer nada contra un hombre que, al parecer, formaba parte del crimen organizado.

      Por mucho que le disgustara la situación, él era lo que se interponía entre ella y el verdadero padre de Isabella. Pero tenía recursos, tenía hombres a su disposición y, sobre todo, tenía dinero. Y si el plan de Min no funcionaba, encontraría otra forma de protegerlas.

      En cuanto a la perspectiva de casarse, no le molestaba en absoluto. Siempre había querido tener un hijo, un heredero que continuara con su labor. Y, como no se creía capaz de amar a nadie, ¿qué diferencia había entre una mujer y otra? La delgaducha Minerva era tan buena como cualquiera. Ni siquiera importaba que tampoco se sintiera atraído por ella.

      Lo único que le podría haber hecho dudar era la genética, porque sería padre de una niña que no era suya; pero su experiencia no decía nada bueno de la familia: el hombre con el que se había criado los había abandonado a él y a su madre, una pobre prostituta que eligió el camino de las drogas, se desentendió de su hijo poco después y falleció a continuación.

      A los diez años de edad, ya se había quedado solo. Y lo había estado desde entonces.

      Seguramente, esa era la razón de que se sintiera en la necesidad de proteger a Isabella. Pero, en cualquier caso, su plan no le obligaba a involucrarse sentimentalmente con ellas. Solo tenía que solventar el papeleo y conseguir los documentos necesarios, cosas que podía hacer sin el engorro de cambiar pañales o intentar dormir a un bebé.

      –¿Casarnos? ¿Tú y yo? –dijo Minerva, horrorizada–. Es una broma, ¿verdad?

      –No.

      Dante se quedó perplejo con la reacción de Min. ¿Por qué le espantaba la idea? Él era quien tendría que atarse a una niña de la que no sabía nada. Él era quien tenía motivos para estar preocupado.

      –Nos vamos a casar, Min –insistió.

      –Eres demasiado viejo para mí…

      Dante soltó una carcajada.

      –Y tú, poco más que una niña –replicó–. Pero me has pedido que te proteja, y estoy dispuesto a concederte ese deseo si me das algo a cambio.

      –¿El matrimonio?

      –En efecto.

      –¿Por qué? ¿Qué pretendes? Sé que no quieres llevarme a la cama.

      –Desde luego que no. Pero quiero que tu padre apruebe la fusión de nuestras empresas y, como no soy de su familia, se niega –dijo, clavando en ella sus brillantes ojos verdes.

      –Ah, solo estás dispuesto a ayudarme si sacas beneficio…

      –Por Dios, Minerva. Si ser de tu familia me hubiera interesado de verdad, hace tiempo que habría buscado la forma de conseguirlo. Y la habría buscado con Violet, no contigo.

      Ella se ruborizó.

      –¿Lo dices en serio?

      –Bueno, va mejor con mi imagen.

      –¿Tu imagen?

      –Aunque, si quieres que te sea completamente sincero, sé que te podría haber seducido hace años. No necesito tu pequeña farsa para eso. Si hubiera querido casarme contigo, me habría casado contigo.

      Min estuvo a punto de gritar.

      –Tú no me podrías seducir en toda tu vida, Dante Fiori. Ni siquiera