se masajeaba la muñeca. Desde que se la había torcido jugando al tenis, se masajeaba a menudo en momentos perdidos. A veces en medio de la noche, cuando no podía dormir, o en el jardín cuando hacía una pausa entre la poda y la escarda. Había mucho que escardar en su jardín. Y que podar. Y además tenía la casita de sus padres en el Betuwe con un jardín, ¡y menudo jardín!
—¿Qué quieres? Me he equivocado. ¿Es eso lo que querías oír? No me cuesta decirlo. Me he equivocado, nunca me había parado a pensarlo. Creía que te provocaba un orgasmo, pero ahora resulta que era una equivocación. De acuerdo, felicidades. Y es demasiado tarde, gracias a Dios es demasiado tarde para pararse a pensarlo mucho rato. Se acabó. Tus orgasmos ya no son asunto mío, y viceversa. Otros tendrán que hacerse cargo de ti, otros se han hecho cargo de ti. ¿Por qué vienes a quejarte ahora? Durante tres años has disfrutado como nunca, durante tres años has vivido de orgasmo en orgasmo, si no me equivoco, ¿por qué te preocupas ahora del par de años anteriores en que la vida era otra cosa salvo un orgasmo?
—¿Un par de años? Querrás decir un par de décadas.
—Podrías haberte encargado tú misma —gritó él—. Si de verdad era tan importante, si era una cuestión vital, haberlo hecho tú misma.
—Lo hacía yo misma —le gritó ella—. No podía esperar nada de ti.
—Entonces no comprendo a qué vienen tus quejas y por qué sacas a relucir los trapos sucios. Olvídalo. Bórralo de tu memoria. Haz sitio para el futuro. Deja de descargar tu rencor y tu despecho. Eres joven. Tú misma lo has dicho. Empieza algo nuevo, como hiciste antes. Lamento que no seas lo que te imaginabas, pero déjame en paz, deja a Tirza en paz. Ya lo ha tenido bastante difícil.
—¿Demasiado tarde? —replicó ella—. Pero Jörgen, nada es demasiado tarde. Nada se acaba realmente. Tú me has quitado mi vida. Así están las cosas. No puedo hacer sitio para el futuro. No puedo entrar en el futuro, porque mi vida tiene que estar por aquí, en algún sitio. Se quedó aquí. He venido a buscarla.
Miró a su alrededor y agitó el brazo, señalando al dormitorio.
Está mal de la cabeza, pensó él. Está chiflada. Más que antes. Más chiflada que nunca.
—Te la devolví hace tres años. Cuando te marchaste a tu casa flotante. Si es que te la había quitado alguna vez. A este respecto las opiniones también divergen. No te he obligado a nada, ni a tener hijos ni a tener un marido ni a tener sexo. Todo eso fue idea tuya.
—Exacto —gritó ella—, tú lo has dicho. Todo fue idea mía. Todo lo que hacíamos era siempre idea mía.
Ambos creyeron oír algo y se callaron. Creían haber despertado a la niña.
Cuando vieron que se habían equivocado, ella dijo en voz más baja que antes:
—Por eso he venido, Jörgen. Por eso estoy aquí, porque quiero recuperarla.
Miró a su alrededor, ligeramente desconcertada, pero ya no loca, curiosamente menos loca que nunca. Serena y decidida.
Él sudaba como si fuera un día tropical. Se pasó la mano por la frente.
Ella lo miraba mientras su vestido estaba a su lado como si lo hubiese tirado allí porque había que meterlo en la lavadora. Él lo recogería, lo lavaría, lo plancharía, siempre y cuando la etiqueta le diera permiso para hacerlo.
—¿Qué parte del cuerpo de una mujer te parece más repugnante, Jörgen? —le preguntó. Ahora su voz sonaba dulzona—. ¿Son los pechos? ¿O las nalgas? Cuando me miras, ¿qué te repugna más?
Él se notó la mandíbula. Cuando se tensaba a veces volvía el dolor, aunque en realidad no era dolor, sino más bien la conciencia de que tenía una mandíbula.
—Ya te he dicho que no soy gay. Me gustan las mujeres.
Ella se rio. Era una risa dura y desagradable.
—Pero ¿cuáles? ¿Qué tipo de mujeres? ¿Tienen que ser de Urano o de otro sistema planetario? ¿Tal vez enanas?
Hofmeester tragó saliva. Lamentaba haberle ofrecido que se quedara a dormir.
Pero no sabía cómo tendría que haberlo solucionado. Ella se había presentado con una maleta, se había sentado, había bebido, después de comer y beber tocaba dormir. Solo que él no había esperado esto. No lo había anticipado.
—Tirza duerme. Bajemos la voz.
—Te he preguntado algo. ¿Qué tipo de mujeres te gusta?
Él se notaba la cara y las manos pegajosas y sentía la mandíbula que tiraba como una máquina mal calibrada.
—Nunca las he dividido en clases. No soy tu tipo ni tú el mío. ¿No te basta con eso? ¿No sabemos ya suficiente, si es que no lo sabíamos ya? No hemos despertado casi nunca a la bestia, quizá nunca, lástima. Pero tenemos dos hijas. Eso es más importante. La bestia en nuestro interior está muerta.
Se acercó al lavabo, mantuvo la cabeza debajo del grifo y bebió. No le importó que el agua estuviera tibia, bebió con avidez.
—En mi interior no, Jörgen —dijo ella—, dentro de mí la bestia no ha muerto. Tú hiciste todo lo que pudiste por matarla, pero sigue viva. Vive.
El cerró el grifo y se volvió.
—Estupendo —dijo— pero dentro de mí está muerta y bien muerta, le he ganado la batalla. La tengo bajo control. Soy más fuerte que la bestia. Por eso soy libre y tú no. Vístete. Te va a dar frío.
—Nunca me ha parecido que tu bestia viviera realmente —dijo ella—. Vivir como se supone que viven las bestias. Tu bestia estaba gravemente herida desde el principio. Me hiciste creer que estaba vivita y coleando, pero era solo para seducirme, para encerrarme aquí dentro. Yo todavía no estaba aquí, todavía no me había instalado, cuando la bestia murió como una planta que no se riega nunca. Oh, de vez en cuando se despertaba, pero no era más que un juego. ¡Lo que no hice para sacar a tu bestia del sueño invernal! Eso es agua pasada, tienes razón. Es cosa del pasado. Pero ahora que estoy aquí, y no estoy a menudo aquí, dímelo Jörgen, pues de lo contrario me iré con la idea de que viví todo el tiempo con un gay, que el padre de mis hijas es gay. No tiene nada de malo, no tengo nada contra los gais. Pero dime: ¿qué mujeres te excitan?
Él se apretó las sienes con las manos, como si tuviera un dolor de cabeza que intentara reprimir de esta manera.
—Dímelo —repitió ella con su voz más dulce—, ¿son mujeres viriles, mujeres con bigote, sin pechos, mujeres con el pelo corto o totalmente calvas? ¿Medio niñas? ¿Discapacitadas? ¿Mujeres con una pata de palo que pueden desenroscarse antes de meterse en la cama?
Él negó con la cabeza.
—¿O son, secretamente, hombres? Ahora puedes decirlo. Soy tu amiga, tu mejor amiga. Alguien que lo sabe todo de ti y no le importa nada, porque todo ha acabado. El matrimonio. El romance.
—Me gustan —dijo él y tragó saliva una vez y después otra, mientras intentaba deshacerse de la desagradable sensación en la mandíbula—, me gustan las mujeres vulgares.
Se hizo un silencio. Después ella empezó a reírse. Se reía a carcajadas echando la cabeza hacia atrás.
—¿Cómo que vulgares?
—Vulgares. No sé cómo. Creo que se dice así. Vulgares. ¿Ya tienes suficiente? ¿Podemos irnos a dormir? ¿Se ha acabado?
Ella siguió riéndose sin parar.
—¿Y yo no era lo suficientemente vulgar? ¿Hasta qué punto tienen que ser ordinarias para cumplir tus exigencias?
—No lo sé —susurró él—. No lo sé y tú estás borracha.
—Venga, Jörgen, dímelo. ¿Borracha por una botella de vino? Venga. Puedes contármelo todo. Por fin puedes contármelo todo. No debes tener miedo de que me enfade. Nunca más me enfadaré. Ya no tengo