que todo se esfumara con él, y eso me parecía bien, me parecía justo. Dos veces se le esfumó todo a Orígenes, si no es que más. Dos veces, que yo sepa:
una vez cuando se fue de aquí, y otra vez cuando se le vino la edad encima. A todos se nos viene encima la edad, pero a él se le vino con rencor, con mucho rencor. Se puede envejecer, Salomón, no hay maldad en ello,
la vejez es tortuga, es elefante, y no hay nada de malo en eso,
pero envejecer así, sin acordarse de las cosas, sin terminar la vida o la historia que de la vida se va haciendo uno, eso, yo lo creo así, es un crimen. Volver a empezar todo, hasta lo que decididamente habíamos olvidado, por la razón que fuera, y mezclarlo sin sentido, porque usted lo ha visto, no tiene sentido, eso, Salomón, qué triste,
su madre murió cuando él se fue, y tuve que ser yo el que se lo dijera, mucho tiempo después, cuando por fin volvió. Créalo usted, hace unos meses, cuando empezó a agravarse pero todavía los momentos de lucidez eran mayores, tenía episodios de olvido, como si de pronto se instalara muy lejos en el pasado, como si nadie hubiera muerto en todos estos años, pero la mayor parte del tiempo era él mismo, el del presente, o el de algún presente posible; aquella vez, le digo, me llamó por teléfono y me pidió que le devolviera las cartas que me envió cuando estuvo lejos. Pero él nunca me envió ninguna carta. No sé si las habrá escrito, pero yo nunca recibí nada. Y las cartas que yo le escribí, porque eso sí lo hice, nunca se las envié porque no sabía dónde estaba él, no sabíamos nada de él, casi todos pensábamos que estaba muerto;
Y ahora es él, dijo Salomón, el que piensa que son ustedes los que están muertos;
No es que él lo piense, respondió Isidro Levi, es que él sabe que estamos muertos. Hay una diferencia: su memoria no es un descuido, es una nueva memoria. Lo he pensado mucho: lo que a Orígenes le pasa no es el olvido, sino la metamorfosis de la memoria, la reconstrucción. Algo sucede en su mente que no es que borre los recuerdos, sino que los reordena, los renombra, los reconvierte en algo distinto. Por ejemplo, yo le hablo a usted del libro de Robert Burton, que Orígenes conservaba casi como un cuaderno de notas, pero antes de hablarle de ello, le pregunto ¿qué sabe usted del libro de Burton?;
Orígenes, respondió Salomón, me dijo que el libro se lo dio usted la noche en que se fue de la ciudad, huyendo con la intención de cruzar la frontera. Dijo que ahí escribió todo lo que pensaba a lo largo del viaje y que de ahí salieron muchos de los libros que luego fue publicando. También me dijo que lo había perdido, o que lo enterró, o que se lo entregó a alguien, o que lo olvidó en alguna casa;
Resulta, Salomón, que yo no le di ese libro a Orígenes, y quizá no le di ningún otro libro. Pero sí lo recuerdo, años después, ya cuando volvió a la ciudad, cuando se metió en la Liga Comunista, cuando estaba enredado con el asunto de las madres de los desaparecidos y empezó a dar clases de filosofía en la Universidad, lo recuerdo, pues, llevando bajo el brazo el ejemplar en inglés de Anatomía de la melancolía, y le pregunté por el libro, y me lo mostró, lleno de anotaciones, y ahora viene usted y me dice que yo se lo di. Eso no es olvido, Salomón, eso es una nueva memoria.
EN UNA OCASIÓN, hablando del libro que supuestamente Isidro Levi le dio a Juan Pablo Orígenes, y de las cartas donde se le notificó la muerte de su madre, también supuestamente, Orígenes le dijo a Salomón:
Decir la muerte es hacer que la muerte ocurra, repetirla hasta el cansancio del llanto y el dolor, otorgarla como un objeto contundente y lleno de espinas que se ha de tragar como un alimento que no puede rechazarse porque encierra en su pulpa la autoconciencia de la vida;
Orígenes no hablaba, predicaba;
y Salomón:
¿Tiene usted esas cartas, Juan Pablo?;
y Orígenes:
Fui un día a pedírselas a Isidro Levi, porque yo pienso que las cartas que uno escribe son de uno, y las que uno recibe son de quien las escribió, aunque esas palabras estén destinadas a nosotros. Eso creo yo: que las palabras que escribimos son nuestras, las que nos escribe alguien más, no: esas palabras son de los otros. Por eso fui a recuperar las cartas que le envié a Isidro Levi, y me dijo que yo nunca le había enviado ninguna carta. Estoy seguro de que las destruyó, no sé si tuvo miedo de la vigilancia del Estado o si simplemente ya le estorbaban. En ese tiempo el Estado nos vigilaba, no lo olvide, Salomón. Todo lo que Isidro Levi le diga al respecto es, sin duda alguna, una mentira;
Y ¿por qué habría de mentir?;
No lo culpo, siempre fue un cobarde.
USTED SABE, SALOMÓN, estas cosas pasaban antes, lo de Norma Carrasco, lo de Terán Domínguez, lo de Hernández Cabello;
¿Cuál es la verdad del caso de Terán Domínguez?;
Yo no lo conocí, dijo Orígenes, pero durante un tiempo todos supimos que era un traidor, que después de estar en la cárcel unos meses, luego de vivir huyendo de la policía y los militares y de otros grupos de izquierda o derecha o de lo que fuera, por fin volvió a la ciudad y se asentó, se casó con una muchacha que conocía de antes y consiguió un buen empleo. Por aquellas fechas hubo varias detenciones y desapariciones, algunos enfrentamientos, y muchos sospecharon que era culpa de Terán Domínguez;
¿Un traidor?;
Pero luego murió, y algunos hicieron averiguaciones;
¿Cómo murió?;
Sí, murió en un accidente en la carretera: salió volando por la ventanilla como quien se lanza desde lo alto de una torre en movimiento. Tenía veintiún años, un par de hijos. La muerte fue lo que nos abrió los ojos;
¿Por qué?;
Porque en la muerte se revela el secreto de los callados, de los que nunca dicen nada, imagínese usted a un muchacho que va a la escuela, saca buenas notas y se ríe mucho, un muchacho como tantos otros, o casi, y luego un día sus compañeros se enteran de que apareció muerto por ahí, que se pegó un tiro en la cabeza antes de cumplir los trece años, y entonces, sólo entonces, se enteran de que el muchacho sufría, de que tal vez lo reventaban a golpes en su casa, de que algo hondo, que a lo mejor no era tan serio, cobró en él proporciones animales, y ahora está muerto, y sólo entonces los compañeros saben qué le pasaba en la vida, porque era un callado y nada decía, así fue con Terán Domínguez, yo creo que así fue;
¿Terán Domínguez era un Enfermo?;
No, él estaba en otro lugar cuando pasó aquello, sobrevivió al jueves de Corpus, estuvo involucrado en estas cosas desde mucho antes. Cuando volvió, cuando creímos en su traición, venía siempre con un médico militar, joven pero mayor que él, que se casó con la hermana de la esposa de Terán Domínguez;
¿Quién era él?;
¿Su nombre?, no lo recuerdo, pero luego supimos que ni era médico ni era militar. Luego supimos que Terán Domínguez tuvo que ver con el asalto a un banco en no sé dónde, que habían sacado mucho dinero que la Liga usaría en no sé qué operaciones contra el gobierno, que capturaron a los compañeros y que el dinero no apareció nunca. El médico era de la policía secreta. Lo siguió a Terán Domínguez toda la vida, lo siguió muy de cerca hasta que tuvo tiempo y oportunidad para matarlo. Así hacían las cosas entonces,
de noche, siempre de noche;
Quizá fue de verdad un accidente;
Usted no sabe nada, Salomón.
¿Y SOBRE EL SECUESTRO de Hernández Cabello?;
Ahí empezó todo a salir mal. Ahí fue cuando apareció Pablo Lezama, le dijo Orígenes;
después de tantas horas de conversación volvía a aparecer el nombre de Pablo Lezama:
Todos lo conocían a Hernández Cabello, no le digo su nombre porque no lo recuerdo, quizás era Darío, o Humberto, o Santiago, no lo sé. Ya lo averiguará usted, Salomón. El caso es que a principios de aquel año, en las reuniones de los Enfermos, cuando empezaba el surgimiento de la Liga