Eduardo Ruiz Sosa

Anatomía de la memoria


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anotó en su cuaderno:

      Si la memoria no nos salva, que se salve la memoria.

      Y entre paréntesis agregó: (Primera frase del libro).

      ¿QUIÉN LE TIENE MIEDO a la memoria?

      Una vez Orígenes le dijo:

      Todo lo que ya perdí estará en algún lado.

      Quizá fue entonces que Salomón comprendió que la historia de la vida de Juan Pablo Orígenes no estaba solamente en la memoria del escritor, y que sería necesario, para completarla, buscar lo perdido, lo que constantemente, durante las entrevistas, Orígenes negaba o confundía o mezclaba:

      A veces la memoria es una amenaza, Salomón.

      La amenaza, tal vez, era Pablo Lezama, o su recuerdo, o la sola evocación de su nombre. Seguía sin saber, Estiarte Salomón, si aquel nombre era un recuerdo real o un recuerdo inventado, si era parte de esas amenazas de la memoria que se atoraban en la voz y que cobraban cuerpo en la forma del desierto, el viaje a la frontera, el regreso a la ciudad, esas latencias olvidadas que persisten en la memoria como un pulso, como un rumor que viene de lejos, como una voz que de pronto nos habla en los sueños;

      Como los Enfermos, decía el poeta.

      Cuando le preguntaba por los Enfermos, Orígenes casi siempre terminaba hablando de otra cosa:

      ¿Cómo fue que usted se acercó a los Enfermos, Juan Pablo?;

      y aunque Orígenes sabía, en el fondo, de qué le hablaba Salomón, le decía:

      Todo empezó con mi madre, con el cáncer de mi madre, yo nunca conocí a nadie enfermo, luego, con los años, vino la ceguera de Isidro Levi, que la viví muy de cerca, ¿sabe?, hasta que Isidro no pudo más y murió;

      Pero Isidro Levi no está muerto, Juan Pablo;

      Eso dígaselo a él;

      o le preguntaba:

      ¿Los Enfermos eran comunistas, anarquistas, qué eran?;

      A mí me contaron, le decía, que los Enfermos eran unos locos, que escribían en las paredes, que lloraban todo el día;

      ¿Pero, usted era un Enfermo?;

      A veces me duele la espalda, y se me olvidan cosas; lo que pasa es que quien no vivió la historia perdona más fácilmente. Conocí a una muchacha que estaba enferma, se desmayaba a cada rato, era imposible bailar con ella.

      Entonces Salomón le contó que la primera vez que él escuchó hablar de los Enfermos, su padre, cuando todavía estaba en vida, en voz alta le dijo:

      Querían cambiar el mundo, eran estudiantes, decían que estaban enfermos;

      ¿Enfermos de qué?;

      De lo que han perdido, de lo que otros han perdido, de lo que nadie tiene.

      Un día, pensando en Isidro Levi, Orígenes le dijo que los ciegos siempre hablan de la vista porque uno siempre habla de lo que ha perdido:

      Así son los Enfermos, siempre hablaban de lo perdido;

      y Salomón le preguntó:

      ¿De qué hablan los Enfermos, Juan Pablo?;

      Ya no hablan, ya están muertos todos, contestó.

      Pero otro día:

      No existe la maldad, existe la manifestación de la maldad, como tampoco existe la memoria, sino la manifestación de la memoria. El libro es el lugar donde la memoria se hace cuerpo. La Enfermedad tampoco existe, Salomón, lo que existe es el cuerpo del Enfermo, donde todo se manifiesta en su dureza y su infección;

      luego dijo:

      Un Enfermo es un muchacho flaco que esconde una pistola bajo la camisa.

      Para cuando Estiarte Salomón habló con Juan Pablo Orígenes por primera vez, con el firme encargo de escribir su biografía, ya sabía que los Enfermos habían soñado con un País distinto, que habían soñado con la guerra y despertaron encerrados en sus tumbas, que la bahía estaba llena de sus cuerpos, hundidos como anclas que han perdido su barca, que eran los que soñaban con la utopía sabiendo que no hay utopía que no se cumpla con la herida de la violencia, que los Enfermos son los que arden ante la negligencia y la comodidad, que se prenden fuego espontáneamente y hablan del tiempo como si el tiempo no pasara, como si todo estuviera aquí hoy y no hubiera distancia; que son los que se saben perseguidos y perseguidores, los que sabían que la ciudad es el hospital de los rebeldes, el núcleo encerrado donde se guarda la voluntad en un archivo perdido entre carpetas y formularios, los que nunca supieron que el peor lugar para una revolución no proclamada es, precisamente, la calle, la casa, la ciudad.

      Y podría hundirse Estiarte Salomón en cada recuerdo, enterrarse en lo hondo de cada remolino, en el pelaje espeso de la memoria, en la condenada idea de ir y venir haciendo perdedizo el verdadero sentido del recordar, sin volver al comienzo de todo, al principio en donde, a la distancia, Juan Pablo Orígenes pronunciaba unas palabras llenas de pulpa y entraña, una cosa oculta que había que desatorar de la garganta del tiempo y comprender para acercarse, quizás, a la verdad sobre Orígenes, sobre Pablo Lezama:

      ¿Quién era de verdad Pablo Lezama?;

      la primera vez Orígenes le había dicho:

      Pablo Lezama es un recuerdo;

      un despedazado recuerdo que no agarra forma, pensaba Salomón, o una alevosa manera de contar un secreto sin decirlo,

      una especie de albino o lienzo en blanco al que hay que ir poniéndole, prueba y error, unos ojos ¿negros?, una boca que no dice mucho, un sonido respiratorio encajado en la nariz, el pelo quizá desordenado, una palidez que se mueve en la noche porque los crímenes, entonces, siempre eran en la noche, en lo escondido, y porque el nombre de Pablo Lezama tendría que ver con algún crimen.

      Cada nombre tiene su historia, le dijo Orígenes, o su hora del día, o su mes del año, o su esquina de una calle, o su canción favorita, o su ojo de la cara, o su diente de la boca. Cada nombre lleva a un lugar específico. El nombre de Pablo Lezama siempre llevaba hacia la noche, o hacia donde la noche era posible.

      ¿Cómo saber, se preguntaba Salomón, quién era Pablo Lezama?, ¿cómo saber que Orígenes no había inventado todo aquello?

      Entonces Orígenes le habló, un día, de los otros Enfermos:

      Yo apenas los conocí, Salomón, íbamos a la escuela juntos, pero uno no se imagina que los compañeros de escuela van a ir por ahí robando bancos o quemando autobuses. Conocí a Eliot Román, por ejemplo;

      y le habló de la Biblioteca Ambulante de Libros Izquierdistas:

      Eliot Román había nacido, dijo Orígenes, en el margen del Orabá cuando el Orabá sale de la ciudad y cambia de nombre, cuando el río deja de ser una corbata pasiva y elegante y se convierte en una soga alrededor de cualquier pescuezo; cuando el río, en lugar de alejarse, se acerca a uno y crece y se desborda siempre, cuando el río es río y no frontera interior, cuando el río es salvaje como los ríos deben ser y come gente y perros locos y caballos tristes, que es lo que comen los ríos de verdad, y no la basura y la mierda que en las ciudades les damos para mantenerlos mansos y que se dejen rasurar y cambiar de curso. En esos márgenes nació Eliot Román, que también fue salvaje;

      ¿Eliot Román era un Enfermo?;

      Usted, Salomón, cree que todos estaban Enfermos. No se equivoque, en aquellos tiempos había de todo, había Enfermos, había Pescados del Partido Comunista, había Morelinos, había Espartacos y Jesuitas, había Guardias Blancos, Halcones del ejército, Orejas de la policía política, Perspectivos y Mafufos, delatores comunes y corrientes, políticos corruptos, como también los hay ahora, izquierdistas, derechistas, Maderistas de los de Ciudad Madera, no de los de la Revolución, y había hijos de puta y cabrones que estaban ahí nomás porque no tenían nada más que hacer, y había periféricos y simpatizantes, antipáticos y apartidistas. No todos estaban Enfermos;

      ¿Y