Marion Lennox

Fantasmas del pasado


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tratamiento psiquiátrico. Esta es una ciudad pequeña donde se juzga mucho a las personas. Bueno, quizá no mucho, pero Christie tiene miedo de que a raíz de esto la puedan considerar una enferma mental. Al parecer ni siquiera quiso que la atendieran aquí, Tina la tuvo que llevar a Sydney.

      –¡Diablos!

      –Es cierto. ¿Lo crees? Y tú lo has puesto mucho peor. Y ahora, si me disculpas, será mejor que me vaya. Si quieres que te llame a la agencia de interinos antes de irme…

      –Déjalo –contestó Jock pensativo–. ¿Podrías…? ¿Podrías pedir a Tina que volviera al hospital? ¿Decirle que entiendo lo de la niña?

      –No.

      –¿Por qué no?

      –Porque si quieres que vuelva, creo que tendrás que ser tú quien se lo pida. Ella es muy orgullosa y tú la echaste, Jock. Tú lo solucionas.

      Eran las cinco de la tarde cuando Jock llegó a la granja de la hermana de Tina. Había encontrado la dirección en su historial médico, pero no estaba bien detallada. Así que le fue difícil llegar y al hacerlo, tampoco estaba seguro de haber llegado al lugar correcto.

      La casa estaba situada en las estribaciones de las montañas. Era un edificio destartalado rodeado de eucaliptos y helechos por todas partes.

      Había gallinas flacas y una vaca de mirada triste que observó el coche de Jock. ¿Había llegado al lugar que buscaba? Jock estuvo a punto de darse la vuelta, pero oyó una risa procedente de la parte trasera de la casa. Era una voz infantil.

      –Estoy viendo a Ally…

      Entonces Tina salió desde detrás de la casa. Aunque no era la doctora limpia de bata blanca que Jock conocía. Iba vestida con unos vaqueros viejos y una camiseta. No llevaba zapatos y su pelo rojo flotaba al viento. En los brazos llevaba un bulto enrollado que sujetó con una mano para subir los escalones del porche de entrada a la casa corriendo.

      –¡Te hemos visto, Ally Maiden! Ahora te toca a ti –entonces Tina bajó los escalones de nuevo y se dirigió hacia un lado de la casa, donde había un pequeño que comenzó a gatear tras ella.

      Todavía con el bulto en uno de los brazos, tomó al pequeño y lo puso en la cadera con la mano libre.

      –¿Qué te parece, Tim? Hemos encontrado a Ally –dijo Tina, con una sonrisa de triunfo y dando una vuelta completa para regocijo del pequeño.

      Pero Tim había visto a Jock y miraba el coche deportivo con la boca abierta.

      –Un coche, tía Tina. ¡Un coche!

      La tía Tina se dio la vuelta y se quedó helada. No vio el coche deportivo, sólo vio a Jock. Al doctor Jock Blaxton en persona. ¡Jock Blaxton allí! Su peor pesadilla la perseguía. Entonces Ally llegó corriendo. Era una niña de unos cuatro años con el mismo cabello de su tía.

      –Creí que nunca me encontrarías. Estuve mucho tiempo escondida…

      Entonces también ella vio a Jock. Se detuvo y miró… y luego se dirigió a Tina y la tomó de la mano. Ésta sólo quería meterse en la casa y cerrar la puerta. Aunque si cerraba de un portazo, la casa se caería en pedazos, pensó con amargura. No había ningún lugar seguro donde esconderse. Si se hiciera realidad el cuento del lobo que tira una casa soplándola, esa sería la casa.

      Jock caminó por el sendero que llegaba a la casa. El viento movía su pelo oscuro y sus ojos azul oscuro estaban entrecerrados para evitar el sol de la tarde. Era un lobo de verdad. Tina retrocedió un paso y los niños se agarraron más a ella. Parecía asustada, pensó Jock. ¿Por qué?

      –¿Tina? –dijo, deteniéndose al pie de las escaleras, observando al pequeño grupo.

      Tina prefería que no subiera las escaleras. Parecían a punto de derrumbarse.

      –Sí, soy yo –dijo, con una voz fría.

      Luego se volvió hacia su sobrina, como si buscara algo que decir.

      –Ally, éste es el doctor Blaxton. Es el hombre del que te hablé esta mañana. Doctor Blaxton, ésta es mi sobrina Alison, la llamamos Ally. Y éste es mi sobrino Timothy.

      Jock notó los dos pares de ojos que lo miraban juzgándolo. La pequeña alzó la barbilla desafiante, como si lo conociera bien.

      –Hiciste llorar a mi tía Tina –dijo severamente–. No nos gustas, doctor Blaxton. Aunque tengas un coche bonito creo que es mejor que te vayas.

      Jock tragó saliva. Desde luego no se lo ponían fácil.

      –No quería hacer llorar a tu tía.

      –¿Entonces por qué lo hiciste?

      –Me equivoqué.

      Seis ojos lo miraban, bueno, ocho contando al bebé apretado contra el pecho de Tina. Todos eran de un verde intenso y todos tenían la misma luz detrás. Todos eran pelirrojos. Parecía que los niños eran hijos de la muchacha.

      –¿Has venido a decirle que lo sientes? –preguntó Ally con curiosidad.

      –No hace falta que diga que lo siente, Ally. No quiero sus disculpas.

      –Te hizo llorar.

      –Yo fui tonta. Tonta por enfadarme. El doctor Blaxton no tiene nada que ver con nosotros. No tenía por qué haber conseguido que llorara –entonces levantó también ella la barbilla y miró a Jock con ojos fríos y duros–. Por favor, váyase.

      –Tina, lo siento –declaró Jock, con voz desesperada–. No tenía por qué haber supuesto que Rose era hija tuya… Fue…

      –¿Viene a disculparse por eso? ¿Eso es todo? ¿Por sugerir que tenía una hija ilegítima? Ese no ha sido el único daño que ha hecho… –su voz se apagó, ahogada por la furia.

      Luego hubo un silencio tenso. Ni los niños fueron capaces de hablar.

      –Tina, no sé qué quieres decir.

      –¿Me está diciendo que no sabe el daño que ha hecho?

      –No.

      –No sabe… –los ojos de Tina parecieron echar chispas–. ¡No lo sabe! Admite a mi hermana en el hospital, la atiende en el parto y le da el alta veinticuatro horas después. ¡Veinticuatro horas! Y sólo porque está en la seguridad social. A pesar de estar agotada al borde de la muerte, de estar muriéndose de hambre y de no tener a nadie que la ayude en casa. Por no mencionar la depresión. Pero usted la echó porque no puede ganar ningún dinero con ella y no le importa lo más mínimo cómo está.

      Tina era una persona más bien baja, pero lo que le faltaba de estatura le sobraba de personalidad y fuerza.

      –Así que no se preocupó por ella. Ni siquiera en los detalles más fáciles. No contactó con el centro de asuntos sociales para que enviaran alguien a su casa. No tuvo ninguna ayuda. Mi hermana llegó a casa después de una noche en el hospital y los vecinos le devolvieron a los otros dos niños. Nadie me llamó hasta dos semanas más tarde, que fue cuando tomé un avión en Brisbane para llegar y encontrarme…

      Tina cerró los ojos.

      –Esto fue lo que me encontré –apretó a los pequeños contra ella–. Mamá está enferma, ¿verdad? Pero ahora está en el hospital y se pondrá pronto bien. Mi hermana necesitaba un médico y no lo tuvo. Así que ahora… no lo necesitamos. No lo necesitamos para nada. Creo que será mejor que se vaya cuanto antes para que no me enfade más.

      Hubo un silencio prolongado. Se oyó el grito de un pájaro procedente de los árboles que rodeaban la casa. Pareció una acusación. El mundo entero parecía acusar a Jock Blaxton.

      Quizá el pájaro tuviera razón. Quizá Tina tuviera razón. ¡Maldita sea! Jock se sintió horriblemente culpable. Puede que no fuera tan responsable como Tina creía, pero era suficientemente responsable. Él necesitaba unas vacaciones y había contratado a Henry Roddich sin conocer bien su profesionalidad.