no la he traicionado… –replicó Vincenzo.
No había traicionado a Alessandra, solo le había ocultado una parte de la verdad que había confiado en explicarle más adelante. Cuando pudiera apelar a su sentido de la justicia. Pero había calculado mal la fuerza de su vínculo con los Brunetti.
–Tenía que ocuparme de un asunto –continuó–. ¿Por qué no me decís dónde está?
–No lo sabemos –dijo Massimo–. Después de que te fueras se encerró en su dormitorio y cuando Natalie fue a buscarla a la mañana siguiente, se había ido.
–¿Pretendéis que crea que no os pidió ayuda para que la ocultarais? ¿Que no habéis participado encantados de este juego de niños?
–En eso tienes razón –dijo Leo sin el menor rencor en su tono–. Pero olvidas que Alex conoce a gente en todo el mundo dispuesta a ayudarla. Es la persona más leal que conozco. Y sabiendo cuánto desprecias nuestro apellido hará lo que sea para que no puedas atacarnos. Supondría que nos preguntarías dónde estaba. Su manera de protegernos es ocultárnoslo.
–¿Peleó conmigo como una leona para protegeros de mí y vosotros no la habéis ayudado?
–No me estás escuchando, Cavalli. Alex se ha ido y nadie sabe dónde está o cuándo va a volver.
Ninguno de los hermanos parecía sacar el menor placer en darle la noticia. Solo mostraban preocupación por Alex.
–No puede escapar de su vida. Tiene obligaciones, una carrera –dijo Vincenzo confuso.
–Una carrera que quiere dejar –dijo Massimo–. ¡Has tenido que aparecer justo cuando se estaba cuestionando su vida y su carrera!
–¿De qué estás hablando? –Leo se adelantó a la pregunta que iba a hacer Vincenzo.
–Rompió con aquel fotógrafo, Javier Díaz, hace unos meses. Planea dejar la pasarela. Por eso no entiendo que se casara con un total desconocido después de que…
–Alessandra y yo nos conocíamos de varias semanas –protestó Vincenzo.
–Aun así, apenas te conocía. Pero ahora creo que lo entiendo –Massimo clavó la mirada en él–: Debiste de ser un escape, una locura pasajera que la ayudó a superar lo de Javier.
Vincenzo habría querido darle un puñetazo.
–Cuidado con lo que dices, Massimo.
–Márchate, Cavalli –Massimo se puso en pie–. Entérate: Alex se ha ido. Es lo que hace cuando no puede soportar el dolor que siente.
Vincenzo no supo qué contestar. Aquella no era la Alessandra que conocía, la sofisticada aunque vulnerable mujer que había acabado con su autocontrol, que le había hecho olvidar en una semana veinte años de planificación.
–¿Tengo que creer que me he casado con la complicada mujer que describís?
–Da lo mismo lo que creas. Nosotros la conocemos desde hace muchos años –dijo Massimo–. Traicionaste su confianza. Descubrir cómo te había tratado Greta fue una doble traición para ella. Si entiendo cómo funciona tu tortuosa mente, estoy seguro de que tu intención era utilizarla en nuestra contra –lo miró con una expresión altanera en la que Vincenzo sintió la incomodidad de verse reflejado–. Y estoy seguro de que Alessandra también lo sabía. Pero ella siempre ha conocido sus propias debilidades –concluyó crípticamente.
Vincenzo no aguantó más.
–Si con esto pretende que elija entre ella y mis intenciones originales…
–Si creyera que podía convencerte –le cortó Leonardo–, no habría abandonado su hogar en mitad de la noche sin decirnos nada, y eso solo significa que no hiciste nada por tranquilizarla o para demostrarle que no era un peón más de tu juego.
–Mis planes para los Brunetti no tienen nada que ver con ella.
–No tienes ni idea de lo que la familia significa para Alex –un destello de compasión en los ojos de Leonardo obligó a Vincenzo a apartar la mirada–. Acepta que se ha ido, Cavalli. Y que tardará en volver.
Vincenzo se tensó ante aquellas palabras, sintiendo la furia y la frustración removiéndose en su interior. El futuro que había atisbado en las últimas semanas se le escapaba entre los dedos. ¿Esa era la idea de compromiso de Alessandra: huir ante la primera dificultad?
Massimo lo miró con desdén.
–Me apuesto a que ha vuelto junto a Javier. Y por muy capaz de maquinar que seas, dudo que la encuentres hasta que ella quiera aparecer.
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