Juan Manuel Ruiz Cobos

Operaciones para la instalación de jardines y zonas verdes. AGAO0208


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monasterio es la ciudad de Dios, mientras que el claustro y su jardín es el paraíso.

      El claustro adopta una dimensión sobrenatural en su objeto, pues se pretende someter al creyente que lo contempla hacia una posición de contacto con Dios. Su trazado cruciforme es rescatado de nuevo por la religión cristiana para conmover y cristalizar la meditación en la Cruz en la que pereció el redentor. Cuatro cuadros que expresan los cuatro ríos edénicos y que tienen por centro al evocador árbol de la vida, formaban una escena verde que podía variar en su definición según las directrices de la orden. En todas, la vegetación se dispone en el interior de los cuadros y en muchas claustros, se acepta la opción de generar laberintos vegetales tallados que mantenían la estrategia disuasoria hacia los demonios en su deseo de acceder a zonas sagradas. Mediante la vegetación arbustiva, sobre todo boj y mirto, se producían bandas recortadas que tenían lectura exclusiva desde la altura y de esta forma su efecto sería óptimo al ocasionar la desorientación de los sacrílegos. A pesar de que en el jardín monacal no residía el objeto del cultivo especulativo o funcional, a veces se implementaba el cultivo floral o medicinal de cara al autoconsumo. Esto venía a ocurrir cuando el espacio religioso no era lo suficientemente espacioso. La zona de huerta recibía el cultivo tradicional en líneas de las especies hortícolas que la orden consumía en su propio menú culinario y solían acompañar además unos densos doseles arbolados donde los religiosos departían al fresco o simplemente meditaban.

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       Nota

      La dinámica conventual de la época cambió la concepción clásica de las plantas; y el jardín imponiéndoles a estas una simbología relacionada siempre con los misterios bíblicos y por ello dominaban las plantaciones de rosas, lirios y azucenas, correspondidas con la pureza, la pasión, etc.

      En la complejidad de vida que supuso la alta edad media, el tiempo para la jardinería era algo impensable ante las penurias y hambrunas que se pasaban. Como antes hicieran romanos y griegos, los guerreros cristianos provenientes de las cruzadas serían aunque de forma muy timorata, quienes hasta el norte de Europa, elevaron mediante el recuerdo de las imágenes y vivencias que habían recabado en la estancia en Tierra Santa, la semblanza del jardín de oriente medio y con ello, el restablecimiento de una situación anómala para la historia del jardín.

      Tras siglos de paro en la andadura del jardín, se comienzan a dar pasos que meramente se situaban en la solución de las costuras que suponían las aperturas de barbacanas, adarves u otros huecos presentes en los sistemas defensivos murados, utilizando para ello sencillas plantaciones floridas. En medida de la disponibilidad de espacio de cultivo, se fue acicalando el trazado, que sí encontraba una inspiración de referencia en la geometría del claustro, y utilizaba base del mismo pero alejándose en lo posible de la austeridad y severidad religiosa, para alojar en los mismos una intencionada belleza, hecha presente por medio del color y las texturas. Por ello y ante la limitación que les supone el tener que obviar los medios paganos, utilizaban como elemento de expresión el propio vegetal, abundando para ello en el arte topiario, que elevaron a unas cotas artísticas más que notorias.

      Ya en la edad media el jardín adopta nuevos elementos como las pérgolas o emparrados, bien para la guía en paramentos horizontales en altura o para la separación de espacios en el propio jardín, las praderas floridas, los arbustos tallados en complejas formas, las praderas de violetas en las que se integran macizos de flor, o los juegos o artefactos fantásticos, son parte de una escenificación que culmina el “estrade”, consistente en la talla de árboles con forma de discos superpuestos en sentido decreciente hacia la parte superior y manteniendo una frecuencia espaciada. Todo ello estuvo envuelto en un jardín con muros perimetrales que mantuvo un cordón umbilical con la jardinería clásica y la arquitectónica posterior.

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       Recuerde

      Los escritos de Boccaccio o Dante entre otros, constatan que el jardín se había convertido en un asunto literario, que de igual forma crece auspiciado por las innovaciones técnicas como el desarrollo de la metalurgia, la aparición de la brújula portátil o del rectángulus, etc., que facilitarán la creación de jardines.

      2.3. Jardín árabe. El jardín de los sentidos

      El trazado del jardín árabe supone un saldo colmado de sensualidad, que contrasta con la austeridad de la jardinería de los castillos de la edad media. En este se aprovecha con total tolerancia y protegidos de toda inseguridad lo mejor de la vida mientras Alá abre paso al paraíso prometido.

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       Un jardín cerrado, pequeño, con sombras y agua, buscando el solaz y la frescura.

      Los jardines árabes, grandes o pequeños comprendían una ocultación visual que propinaban los grandes muros y paramentos en la virtud de evitar que la sufrida sociedad accediese sensorialmente al paraíso creado. En origen esta protección puede encontrar justificación en las duras condiciones climáticas que se vivían en Persia, origen del jardín árabe que se extiende por Oriente hasta la India y hasta la península ibérica por occidente. Así en contraposición a la hostilidad del ámbito, el jardín se crea cerrado, de pequeñas y sombreadas dimensiones y con agua vivificante que se convierte en elixir de frescura y emoción.

      De organización geométrica en imagen y semejanza al paraíso trazado en el Corán, es de plano horizontal y se hace rígido al esquema base del jardín cruciforme encajado en un rectángulo, integrando los cuatro caminos y sus composiciones internas con una simetría muy rígida que se recoge en una pieza central en la que confluyen los cuatro ríos. En función de la escala del mismo este puede presentar una fuente central o un baldaquino o pabellón. La periferia solía manifestar una zona con una alta densidad arbórea y arbustiva que indujera la consabida ventaja térmica. Incorporaban el agua con inusitada astucia y devoción, la sumergen o hacen visible y sonora, la acuestan o simplemente la hacen brotar en gorgoteos insinuantes de fiesta en alocución a la simbólica fertilidad. Las plantaciones incorporan una ordenación aleatoria que se rompe con la simetría excepcional de ciertos ejemplares arbóreos (ciprés, naranjo, magnolio...). Mantienen un estricto levantamiento volumétrico por medio de setos que imposibilitan el acceso a los verdes cuadros en los que cultivaban diversidad de plantas que incorporaron a su inventario vegetal con importantes connotaciones sensoriales o simplemente culinarias.

      Mención aparte merece el jardín de Al-Andalus o Mudéjar como también se denominó, por celebrarse en nuestra península y sobre todo desde Andalucía como origen. Esta forma de entender los jardines supuso un importante bagaje en la historia de la jardinería. Del entendimiento entre el medio físico y el propio jardín árabe, se arrojan monumentos insignes como la Alhambra, El Generalife o los jardines de los Reales Alcázares de Sevilla. Auténticas joyas de este ejercicio paisajístico que tanta cautivación produjeron y aún hacen. Y no dejando de ser un híbrido entre la normalización de rasgos orientales y los heredados de la filiación cristiana, se hace peculiar sobre todo en su vertiente arquitectónica y la inmortalidad vegetativa. Cabe reseñar como culmen del refinamiento y hondura que alcanzó la cultura jardinera de la época en Andalucía, la incorporación del patio como una estancia más pero con la importancia de ser el centro de la morada, en la que la vegetación y la arquitectura conjugan para emerger auténticos espacios llenos de sensualidad y donde el tiempo y la vida se ensimisma.

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       Recuerde

      Mientras los persas habían hecho de sus jardines, paraísos, los árabes harán del paraíso un jardín.

      2.4. El jardín francés barroco y el renacentista italiano

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