Augusto Cury

El líder más grande de la historia


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uno que declaró tener miedo de los zombis. Pero nadie confesó que enfrentaba al vampiro mental más común de la afición organizada: la necesidad neurótica de poder y de ser el centro de las atenciones sociales.

      Sofía escuchaba todo atentamente, y no pudo contener su entusiasmo:

      —¡Interesantísimo, Marco Polo! —declaró.

      —Cuando se abrieron, hice una sugerencia. Propuse una “semana de la humanidad”, una semana de actitudes invertidas —dijo el psiquiatra—. Ellos no entendieron nada, pero les expliqué: era una semana en la podríamos gestionar nuestra emoción, suavizar nuestras diferencias y adoptar actitudes diferentes, algunas invertidas. Durante ese tiempo, los fanáticos de un equipo apoyarían también a otro equipo, de preferencia a uno que no les gustara. Personas de religiones distintas se harían una visita solidaria unas a otras. Gente que nunca visitó prisiones, orfanatos, asilos, hospitales psiquiátricos, dedicaría su tiempo a esos seres humanos. Negros y supremacistas blancos se abrazarían y festejarían el espectáculo de la vida. Políticos de partidos distintos invitarían a sus opositores a cenar y a discutir proyectos sin prejuicios. Padres y maestros que criticaban a sus hijos y alumnos observarían los aciertos inadvertidos y los aplaudirían. Las parejas bajarían el tono de voz cuando estuvieran al borde de una discusión.

      Sofía estaba impresionada.

      —Quién sabe si esa semana “pegara”; eso podría ser un impulso a la viabilidad de la especie humana —y preguntó, casi en estado de éxtasis—: ¿Y cuál fue la reacción de las personas?

      —Todas manifestaron espanto y euforia. La anciana gritó: “¡Qué bonito, hijo!”. Y entonces se paró de su lugar y fue a besar a los aficionados de ambos lados. Emocionados, ellos comenzaron a abrazarse unos a otros. Y cuando salieron del metro, algunos gritaban a coro: “¡Semana de la humanidad, estoy dentro!”. Fue algo tímido, pero es un comienzo.

      —Pero ¿en qué filósofo o pensador te inspiraste para crear esa idea? —cuestionó Sofía.

      Marco Polo hizo una pausa, respiró profundamente y confesó:

      —Sabes que he estudiado al carpintero de Nazaret. Sabes que, antes de estudiarlo, yo pensaba que él era el fruto de un grupo de galileos que querían un héroe que los librara del yugo del tiránico y promiscuo Tiberio César. Al conocerlo mejor, no sólo como psiquiatra, sino como investigador del proceso de construcción de pensamientos, concluí que él no era sólo un superdotado, un genio, sino que probablemente fue el hombre más inteligente de la historia, el líder de los líderes que, sin derramar una gota de sangre, cambió la matriz socioemocional de la humanidad. En él me inspiré. Él vivió no una semana, sino una vida invirtiendo en la humanidad, en contra no sólo de los fariseos de su tiempo, sino de innumerables religiosos a lo largo de los siglos. Él transformó prostitutas en reinas y leprosos en sus dilectos amigos. Él abrazó a quien lo negaría e intentó rescatar a quien lo traicionó. E incluso muriendo en la cruz, perdonó a sus torturadores. Ése es el hombre que me inspiró…

      2

       La educación mundial está formando idiotas emocionales

      Después de contarle a Sofía sus increíbles aventuras como personaje anónimo y los riesgos que corrió, Marco Polo vio que había un sobre en su mesa. Lo abrió y leyó el mensaje. Era una invitación para una reunión muy importante. Los rectores de las universidades más famosas de las principales naciones se reunirían durante cinco días para discutir el futuro de la educación y el uso de las tecnologías digitales.

      —¿El rector Vincent Dell te invitó? Pero ¿no tiene celos de ti, obstaculiza tus proyectos y te critica a tus espaldas?

      —Sí, pero mi paz vale oro. El resto es basura. No compro las tonterías que yo no concebí.

      Marco Polo era jefe del departamento de psiquiatría de la universidad donde Vincent Dell, el anfitrión del evento, era rector. Era un hombre que tenía muchos secretos. Con frecuencia, las personas sólo conocían la antesala de su personalidad. Las partes más ocultas estaban sumergidas en un hombre que no tenía escrúpulos para volverse multimillonario. Para detentar el poder a cualquier costo. Su ambición lo cegaba. Era un científico indigno de la ciencia. Sumamente lógico y capaz, pero extremadamente destructivo. Marco Polo era su gran adversario. Incluso en algunas ocasiones, hubiera querido destruirlo. Habían defendido tesis juntos, pero la elocuencia de Marco Polo, su capacidad de seducir a las personas y de construir tesis y nuevas ideas siempre provocaban los celos de Vincent Dell. Y los celos son de dos tipos: los celos y la envidia blanca, que nos impulsan a reflejarnos en el otro para reinventarnos y crecer; y los celos y la envidia saboteadora, aquella que ciega a su portador para destruir a quien tiene enfrente y es exitoso.

      Vincent Dell quería destruir a Marco Polo. Era una de sus metas, uno de sus deseos ocultos. Y él llevaría ese comportamiento hasta las últimas consecuencias. Marco Polo conocía esos conflictos pero pensaba que ese rechazo no pasaba de unos celos comunes entre intelectuales. No estaba consciente de que los celos y la envidia que Vincent Dell alimentaba eran destructores, asesinos.

      Sofía tomó la invitación y leyó lo que decía la tarjeta. Quedó perpleja.

      —Mira la recomendación del rector: “Marco Polo, conozco tu fama de causar tumultos y escándalos por donde pasas. Por eso sólo estás invitado como oyente. Quiero que anotes los principales datos presentados por esos líderes internacionales y elabores un reporte, ya que eres un especialista en la formación humana. Reitero: la audiencia de rectores que recibiré es de la mejor estirpe intelectual y muy moderada. La discreción es vital”.

      —Algunos líderes siempre quieren domar nuestro cerebro, pero el Homo sapiens es indomable. Tarde o temprano nos rebelamos contra todo lo que mutile nuestra libertad.

      Como jefe del departamento de psiquiatría, Marco Polo no podía negarse al pedido del rector.

      Una semana después, casi recuperado de sus traumatismos físicos, fue a la fatídica reunión.

      Los celos de los líderes son distintos a los de los compañeros románticos. Éstos, cuando los tienen, presionan al otro por reconocimiento, mientras que aquéllos sabotean a quien no responde a sus expectativas. No pocos guillotinan a sus pares. Egos exaltados, mentes inquietas, deseo ansioso de evidencia social, celos intelectuales constituían el cáliz emocional que muchos bebían en la reunión a la que Marco Polo había sido invitado como espectador pasivo. La reunión se efectuaba en una enorme mesa oval en el auditorio de una respetada universidad californiana. Vincent Dell, el anfitrión, era intelectualmente notable y emocionalmente intratable. Amante inveterado de la inteligencia artificial, excelente para convivir con las máquinas, era pésimo para relacionarse con los seres humanos, sobre todo con los miembros de los cuerpos docente y estudiantil. Fue él quien inauguró el evento y, minutos después, fue directo al asunto, que era la pauta principal de los rectores estadunidenses, latinos, europeos, africanos y orientales.

      —¿Están preparadas nuestras universidades para formar a los profesionales del futuro, incluso en los próximos diez años? —preguntó el rector, contundente. Y él mismo respondió con convicción—: ¡No! No estamos listos para formar personas bien preparadas para la revolucionaria era digital, en cambio constante. No estamos preparados para formar alumnos que piensan en apps, repetición de procesos, escalabilidad, soluciones innovadoras, mucho menos en anticipación de las necesidades del consumidor. Si nuestras universidades están atrasadas, imaginen las escuelas de enseñanza básica del mundo. La enseñanza fundamental y media están en la edad de piedra.

      —¡De acuerdo! En los próximos diez o quince años, millones de esos jóvenes alumnos trabajarán en profesiones que ni siquiera han sido inventadas o imaginadas —dijo Max Gunter, el rector de una universidad alemana, haciéndose eco a las palabras del anfitrión.

      Minoro Kawasaki, de una universidad japonesa, fue más lejos:

      —Casi noventa por ciento de las piezas jurídicas ya son elaboradas por supercomputadoras. Más de ochenta por ciento de las cirugías complejas serán realizadas no por médicos,