parte, durante la segunda mitad de los años sesenta pareció también suceder principalmente fronteras afuera. De hecho, exceptuando un grupo de catorce militantes peronistas rápidamente desmantelado en Taco Ralo (Tucumán), las noticias sobre guerrillas que durante ese quinquenio abundaron en la prensa argentina provinieron de Bolivia, Colombia, Venezuela, Uruguay y Guatemala. Ni la opinión pública ni las autoridades militares tomaron seriamente el episodio tucumano. Hasta los estallidos sociales del año 1969, además, la temática de la violencia permaneció ausente de los estudios de opinión pública.
Algunos investigadores han señalado que la imagen de “supuesta calma” durante el período que antecedió a las rebeliones de 1969 oculta protestas acontecidas durante 1968, como las producidas al cumplirse dos años de la Revolución Argentina.[55] Ello vuelve todavía más revelador el hecho de que buena parte de la prensa haya percibido aquel clima social como pacífico (se llegó a calificar los primeros años del gobierno de Onganía como un “trienio de paz constructiva”[56] o una “pax revolucionaria”).[57] En una sociedad como la argentina, rica en su historia de represión y violencia, no pocos actores asumían que cierta dosis de ambas formaba necesariamente parte del acontecer nacional.
Con la serie de estallidos ocurrida en 1969, que el Cordobazo coronó en las jornadas del 29 y 30 de mayo, la sensación de calma se esfumó. A partir de allí, lo único que parecía estar en claro sobre la política futura era que ya no podría ser igual a la del pasado. El propio presidente Onganía reconoció públicamente que, a partir de lo acontecido en Córdoba, ni el país ni el gobierno serían los mismos. “En la historia de la Argentina”, escribió la revista Panorama al despedir el año,
habrá dos años 1969, o, con más propiedad, dos etapas históricas divididas por mayo de 1969. Hasta ese mes de este año la Argentina, “alegre” y “confiada”, se consideró ajena a muchos males: no pertenecía al Tercer Mundo, no era país subdesarrollado; en su ámbito era imposible la guerrilla urbana. A partir de mayo de 1969 tomó, de golpe, conciencia de la realidad en que transcurría su vida. Los conflictos y los males que azotan al mundo soplan también con el aire de esa reacción por las ciudades y los campos de la Argentina.[58]
La sensación de que la violencia era un hecho demorado y, por no pocos sectores, también esperado, quedó plasmada en un sugestivo título periodístico: “La violencia asistió a la cita”.[59] Si se exceptúa a la minoría que aún continuaba a bordo de la cada vez más confusa y macilenta empresa liderada por Onganía, la satisfacción ante la calma extinguida podía encontrarse en varios referentes de la política, la universidad, la iglesia y el sindicalismo, y en núcleos vinculados al establishment. Mariano Grondona, que en 1966 había celebrado el golpe de Onganía, a una pregunta sobre la violencia desatada a partir de los sucesos de 1969 respondió: “Yo no sé qué ha sido más sorprendente, si la violencia de este año o la no violencia de 1967 y 1968”.[60] En resumen, no sólo para los protagonistas de las rebeliones y para las izquierdas sino también para amplios sectores sociales y políticos, de extracción ideológica disímil, el arribo de la demorada violencia ponía el mundo al derecho.
En lo inmediato, el Cordobazo provocó cambios en el gabinete nacional, derribó las autoridades de la provincia de Córdoba y generó la implantación de un Consejo de Guerra. A largo plazo, y analizado en retrospectiva, inauguró una espiral de violencia que no cesó de multiplicarse y adquirir nuevas formas. Amplios sectores de la prensa advirtieron el cambio de época. “La escena política argentina”, escribió un periodista al comenzar julio de 1969, “parece tener ya, adentro, una protagonista que avanza con las velas desplegadas: la violencia”.[61] “Política subversiva y política represiva”, presagió Panorama en su primer número de 1970, “ya están listas para confrontarse”.[62] Tres meses después, Análisis certificó ese pronóstico concluyendo que “la violencia como elemento político ha entrado en la vida cotidiana del país”.[63]
El inicio de la década del setenta, por tanto, mostró un panorama opuesto al observado al comenzar 1969, consistente en protestas estudiantiles y obreras, policías desbordados y fuerzas militares en la calle. La novedad más espectacular, sin embargo, la produjo la entrada en escena de las organizaciones armadas de izquierda que, mediante hechos también espectaculares, ganaron innegable notoriedad. El crimen político –cuyo retorno se había producido un mes después de las revueltas de mayo, con el asesinato del sindicalista Augusto Vandor– alcanzó carácter bautismal cuando la organización Montoneros secuestró y asesinó al ex presidente Aramburu, un año después del Cordobazo.
A consecuencia de ese y otros hechos de violencia política, Panorama eligió como personaje del año 1970 al terrorismo. Tomás Eloy Martínez, su director, comentó a los lectores que, después de evaluar otras posibilidades,
la abrumadora enumeración de los atentados terroristas que sacudieron a los argentinos durante el año puso fin al debate: la gelinita, la metralla, los secuestros, los robos políticos eran –sumados– no sólo el personaje dominante de estos doce meses: también habían marcado a fuego la historia argentina.[64]
La prensa más influyente en las zonas del interior aquí estudiadas –los diarios La Capital de Rosario y La Gaceta de Tucumán– llegó a conclusiones similares. “Estamos viviendo tiempos monstruosos de insensibilidad y violencia”, editorializó el primero a poco más de un mes del secuestro de Aramburu.[65] “En este 1970 que concluye”, afirmó el segundo, hemos sufrido “la revuelta callejera, la organizada y peligrosa guerra urbana […], el secuestro político, la actividad terrorista indiscriminada e injusta, el asalto y el crimen demencial”.[66] Un mes antes de que Cámpora asumiera el gobierno, el analista político que se asombraba ante la inexistencia de la violencia en 1967 y 1968, luego de recordar que los argentinos tenían “una tradición de violencia que hoy vuelve bajo la forma de la subversión y según el método de la guerrilla”, agregó: “Yo creo que no podemos subestimar la importancia de este fenómeno, es más: creo que es el fenómeno que más importa hoy”.[67] En poco tiempo, buena parte de la sociedad pasó del asombro por la exigüidad de la violencia al sobresalto ante su abundancia.
[51] “¿Los argentinos perdieron la imaginación?”, Panorama, nº 94, 11 al 17 de febrero de 1969, p. 9.
[52] “¿Todo tiempo futuro será mejor?”, Panorama, nº 89, 7 al 13 de enero de 1969, p. 32.
[53] Heriberto Kahn, “Estudiantes. Violencia. Revolución”, Confirmado, nº 148, 18 de abril de 1968, pp. 25-27.
[54] “¿Todo tiempo futuro será mejor?”, Panorama, nº 89, 7 al 13 de enero de 1969, p. 32.
[55] María Matilde Ollier, Golpe o revolución. La violencia legitimada, Argentina 1966-1973,