Akal / Pensamiento crítico / 84
Antonio J. Antón Fernández
El sueño de Gargantúa
Distancia y utopía liberal
Epílogo: Slavoj Žižek
Recordamos la utopía desde una sola mirada: sociedades paritarias y felices sin diferencias ni clases sociales. Si hubo futuros trazados desde posiciones liberales, no se nos ocurre otra forma que la distopía: futuros de pesadilla, sin libertad y con diferencias de clase abismales. Pero esto no explica su fertilidad e influencia. Si el liberalismo hizo de los sueños de la izquierda una distopía, ¿pudo ser porque quien soñaba era él?
En estas páginas se analizan esas promesas, para aclarar el ocaso neoliberal de todo futuro, y de nuestro capitalismo sin horizonte.
«¿Qué experiencias jalonan la conformación de los mitos que integran la utopía liberal y qué conexiones posibles hay entre ellas? ¿Desde dónde revocar esos mitos? Algunas respuestas en este ensayo, cuyo músculo intelectual es inapelable.»
Noelia Adánez
«En un pasmoso recorrido por la historia del pensamiento moderno, este libro nos explica cómo y por qué el triunfo del capitalismo no ha sido tanto en la extensión de la mercancía como en la profundidad con que ha calado en nuestras conciencias la utopía liberal que acompaña a la promesa del mercado.»
Fernando Broncano
«El sueño de Gargantúa propone un viaje alucinógeno al inconsciente colectivo del liberalismo. Antonio Antón nos guía en un recorrido fascinante por la contrahistoria tumultuosa y bizarra de nuestra normalidad capitalista y saca a la luz la pulsión milenarista de la utopía del mercado libre.»
César Rendueles
«¿Y si estamos viviendo la utopía de otros? En este libro Antonio J. Antón Fernández nos propone un análisis crítico fascinante sobre cómo las utopías liberales funcionan, y acerca de cómo sus relatos atraviesan, peligrosamente en ocasiones, nuestra vida cotidiana.»
Alberto Santamaría
«Todos deberían leer El sueño de Gargantúa: si ignoras su moraleja, tarde o temprano pagarás el precio en tus propias carnes.»
Slavoj Žižek
Antonio Antón es filósofo y traductor. Editor de Antonio Gramsci y John Reed, ha traducido a autores seminales como Perry Anderson, Giuseppe Vacca, Slavoj Žižek, Luciano Canfora, Alain Badiou, Toni Negri o Domenico Losurdo. Entre sus publicaciones destacan Slavoj Žižek. Una introducción (2012) y Crónicas del neoliberalismo que vino del espacio exterior (Akal, 2015).
Diseño de portada
RAG
Motivo de cubierta
Antonio Huelva Guerrero
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© Antonio J. Antón Fernández, 2021
© Ediciones Akal, S. A., 2021
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
ISBN: 978-84-460-4893-0
INTRODUCCIÓN
(y agradecimientos)
En las tumbas del pasado se solían encontrar, esparcidas junto al cuerpo e incluso en otras partes del terreno ceremonial, semillas de mostaza, avena, zanahoria o amapola. Allí donde se han encontrado estas últimas, una posible interpretación atribuiría su presencia al efecto narcótico que tiene su ingesta: las semillas de amapola se habrían colocado allí con el objetivo de asegurar el sueño plácido del muerto.
Esa es la parte tranquilizadora. Sin embargo, la constante en muchas culturas es que el sueño del muerto debe ser plácido, sí, pero sobre todo eterno. Hay, hubo, un miedo a los «aparecidos», un miedo a que el sueño se interrumpa y reaparezca lo que se pensaba ya definitivamente enterrado. Por ello, esa eternidad es de hecho una garantía para los vivos. No obstante, si esta hipótesis es relevante para el caso de las semillas de amapola, ¿qué hay del resto de semillas?
Lo que se repite en numerosas culturas no tiene que ver con las propiedades de la semilla, sino sobre todo con su cantidad. El objetivo es que, si el cuerpo inerte despertara de su sueño, amenazando así la vida de la comunidad, ese «aparecido» o «vampiro» quedaría atrapado en la tumba, obligado a contar las semillas. Porque el monstruo, la amenaza no-muerta, tiene una compulsión irrefrenable: debe contar. Nada que esté a su alcance puede quedar sin contabilizar. Démosle, pensaban nuestros antepasados, ítems suficientes para que su ejercicio contable sea inacabable. El mismo efecto protector se podía lograr colocando redes de pesca en las tumbas o en las puertas de las casas, pues para contar el no-muerto tendría además que ir deshaciendo, uno a uno, todos los nudos[1].
El «vampiro» o «aparecido» griego o macedonio, llamado vrykolakas, también tiene esta manía irrefrenable de contar, y el motivo de que los vestidos se adornaran con flores de muchos pétalos en varias festividades mediterráneas –contaba en 1903 un viajero y periodista inglés–[2] tendría que ver con esa obsesión numérica, esta vez ampliada a todo tipo de peligrosas criaturas mágicas. En una situación de emergencia, la flor podría arrojarse a la criatura, para que esta tuviera que detenerse a contar los pétalos o estambres. No es este un descubrimiento antropológico reciente: ya en la literatura médica del siglo XIX se menciona la aritmomanía como una explicación psicopatológica del surgimiento de leyendas como la del vampirismo[3].
Lo curioso es que la primera traducción al inglés del término «vampiro» apareció en 1733 en la obra de Charles Forman, precisamente para describir a los que se lucraban con la deuda nacional[4]. A partir de aquí la historia es bien conocida: un siglo y medio después, la versión de Bram Stoker destaca cómo en el forcejeo entre Harker y el vampiro, un golpe fallido del cuchillo en el torso del no-muerto abre una brecha por la que cae un reguero de billetes y oro. Como nos recuerda Franco Moretti, a diferencia
del Drácula histórico y otros vampiros anteriores, [al Drácula de Stoker] no le gusta derramar la sangre: necesita sangre. Chupa tanta como sea necesaria y nunca desperdicia una gota. Su fin último no es destruir las vidas de otros a capricho, echarlas a perder, sino usarlas. Drácula, dicho de otro modo, es un ahorrador, un asceta, un defensor de la ética protestante […] un empresario racional […] impelido a un crecimiento continuo, una expansión ilimitada de sus dominios[5].
Esta versión de 1897, afirma Moretti, es la del «vampiro monopolista», el «producto final del siglo burgués y también su negación». Es una proyección de