Amy Frazier

Aquellos sueños olvidados


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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 1998 Amy Lanz

      © 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Aquellos sueños olvidados, n.º 1499 - febrero 2021

      Título original: Family By The Bunch

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

      Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Jazmín y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

      ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

      Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

      Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.:978-84-1375-143-6

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Epílogo

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo 1

      RODEADO por niños vestidos de diseño y madres con falditas de tenis, el vaquero que esperaba en la parada del autobús escolar destacaba notoriamente.

      Neesa Little se frotó los ojos como reacción tanto a esa visión como al sol mañanero y fue a sacar de la guantera de su descapotable las gafas de sol, pero se acordó de que se las había dejado en la cocina.

      El hombre llevaba un Stetson y no pegaba nada en ese vecindario tan lleno de clase. En absoluto. De hecho, con su camisa gastada de trabajo y los vaqueros y botas igual de gastados, no parecía venir de ninguna parte cercana a Ellis Springs, Georgia. Más bien parecía como si acabara de llegar cabalgando desde el salvaje Oeste. Lo único que le faltaba eran un lazo, el caballo y un perro pastor.

      El hombre se inclinó para recibir un exuberante abrazo de la última niña que subió al autobús. Era el último día del año escolar y la alegría se mostraba en el rostro de la niña.

      Esa escena le produjo un dolor ya familiar a causa de sus propias deficiencias biológicas.

      Cuando se incorporó, el vaquero la miró directamente y a ella se le cortó la respiración. En los pocos segundos en que sus miradas se cruzaron, ella se sintió vulnerable y deseó no haber descapotado el coche y haber podido ponerse, por lo menos, las gafas de sol, ya que los ojos oscuros de él parecieron llegarle al alma.

      Eso era una tontería. El sol debía estar afectándola.

      Solo era una mirada accidental y él era un desconocido. Un padre normal y corriente del vecindario y, probablemente, estaba felizmente casado. Con dos o tres hijos, un préstamo para pagar la casa y los palos de golf en la parte trasera de una furgoneta. Lo de ir vestido de vaquero debía de ser solo una especie de demostración machista.

      ¿Qué poderes especiales podía tener él para conocer sus más profundas vulnerabilidades? ¿Qué interés podía tener en ella? Tragó saliva.

      –¡Estás estrangulando el volante! –dijo la voz de su mejor amiga y vecina, Claire English, sorprendiéndola–. Y además, el conductor del autobús ya ha apagado los intermitentes rojos. Muévete, chica.

      Cuando el autobús las pasó lentamente, Neesa quitó el pie del freno y miró a la parada una vez más. Las mamás con falditas de tenis ya rodeaban al tipo del Stetson como polillas alrededor de una llama. Evidentemente, él no necesitaba otra admiradora.

      –¿No es toda una imagen? –le preguntó Claire alegremente–. ¿Crees que volverá a caballo a su rancho el lunes por la mañana o esas chicas lo convencerán para que se quede? ¿No harán de él su Vaquero de las Afueras?

      –¿No vive aquí?

      Neesa sabía que solo se necesitaba esa pregunta para que su amiga empezara a hablar. Claire lo sabía todo de todos. Y no había nada que le gustara más que compartir ese conocimiento con ella.

      –No, no vive aquí. Se llama Hank Whittaker. Hoy está haciendo de niñera de los niños de los Russell mientras Evan y Cilla están fuera de la ciudad, trabajando un poco en su matrimonio.

      –¿Es un ranchero de verdad?

      –Oh, sí que lo es. Tiene un rancho de caballos. Por lo que tengo entendido, es bastante grande.

      Neesa extendió su antena profesional, pero trató de no parecer muy interesada, ya que seguramente Claire malinterpretaría su atención por ese vaquero atractivo.

      –Bueno, no encaja mucho en el papel de niñera –dijo.

      –No, la verdad. ¿Has visto cómo le quedan esos vaqueros?

      Lo cierto era que ella solo se había fijado en su mirada, intensa y con un destello de arrogancia. No, no arrogancia. Algo más sutil, más intrincado. A no ser que se confundiera mucho, ese