Cara Colter

Siempre queda el amor - Entrevista con el magnate


Скачать книгу

salíamos por ahí porque querían estar contigo. Lo odiaba, unos adolescentes populares teniendo que cargar con unos mocosos.

      –A lo mejor tú eras popular, pero yo desde luego no.

      –Es broma; seguramente yo tampoco lo era –dijo él sonriendo–. Pero entonces pensaba que lo era. Supongo que todos los chicos a esa edad son así.

      Kevin sí que se había creído siempre el mejor en todo, recordó Kayla, y aunque nunca se lo había dicho para que no se llevase una decepción, nunca lo había sido. Había sido divertido, sí, y encantador, desde luego. Guapo, aunque no espectacular. Atlético, pero no un as en todos los deportes.

      Siempre se había mostrado competitivo con David de un modo sutil, pero siempre había llevado las de perder porque este siempre había sido más atractivo y más fuerte.

      Cuando David se apuntó al cursillo de formación de socorristas, Kevin se apuntó también. Además, no solo quería igualarlo; quería ser mejor que él. Si David cruzaba a nado el lago, Kevin lo cruzaba y volvía. Cuando David se compró su primer coche, un coche de segunda mano que necesitó bastantes arreglos, Kevin se compró uno nuevo… o más bien hizo que su padre se lo comprara.

      Ella se había pasado su matrimonio intentando convencerle de que no tenía que compararse con David, y perdonando sus celos y su resentimiento hacia él. Incluso había excusado su actitud, diciéndose que la había causado la repentina indiferencia de David, tras la muerte de aquella niña, hacia él, que había sido su mejor amigo.

      David, en cambio, sí que había sido el chico más popular del instituto. Ya de adolescente había habido algo en él, su porte, el modo en que acostumbraba a tomar las riendas, que lo había distinguido de los otros chicos. Ese mismo algo que lo había hecho irresistible a todas las chicas del pueblo.

      «Y en una noche mágica yo fui la chica afortunada a la que besó… para después no volver a mirarme siquiera», pensó Kayla.

      –Yo también adoraba a esos niños –dijo.

      Prefería recordar el afecto de los pequeños y no la sensación de pérdida que le había causado la repentina indiferencia de David tras aquel beso.

      –Eran unos pilluelos –dijo él–. Nunca les decías que se fueran. Recuerdo cuando íbamos al lago con el resto de la pandilla a hacer una barbacoa, y a ti pasándoles los perritos calientes que yo había comprado.

      –¿Eso hacía?

      –Sí, y también les dabas parte de las nubes de azúcar que asábamos en la hoguera, y latas de refresco.

      –Será que no podía soportar la idea de que pasasen hambre.

      David se quedó callado un momento y la miró.

      –Pero, en serio, siempre te imaginé con un montón de hijos; sobre todo cuando pareció que tenías tanta prisa por casarte.

      Kayla se mordió el labio. Había deseado con todas sus fuerzas tener un hijo, pero ahora se daba cuenta de que había sido una bendición que no lo hubiese tenido.

      –Nunca parecía el momento adecuado para tenerlo –respondió en un tono frío, que no invitaba a que le hiciera más preguntas.

      –Ay, Kayla… –murmuró él y, aunque su tono había sido hermético, tuvo la impresión de que David había intuido en su respuesta cada momento infeliz de su matrimonio.

      –¿Y tú?, ¿cómo es que no te has casado? ¿Por qué no tienes una esposa e hijos, una gran familia feliz?

      –Al principio era porque no había conocido a ninguna mujer con la que quisiera formar una familia –respondió él en un tono quedo.

      –¡Anda ya! ¡Si han salido fotos tuyas en las revistas con varias mujeres con las que has salido! Como Kelly O’Ranahan. Es guapa, tiene talento, éxito…

      –Y también es insegura, superficial y no sería capaz de distinguir la constelación de Orión.

      David se quedó mirándola a los ojos, y Kayla sintió que la invadía una ola de calor.

      –¿Qué has querido decir con lo de «al principio»? –le preguntó en un susurro.

      David no contestó, sino que alargó el brazo y deslizó una mano por su cabello, y la miró con tal anhelo, que a Kayla se le cortó el aliento.

      De pronto era como si un millar de posibilidades se abriesen ante ella, algo que no había sentido en años, y por algún motivo eso la hizo sentirse aún más culpable que los pensamientos desleales que había estado teniendo con respecto a Kevin.

      Y entonces, de repente, una fuerte luz blanca les dio de pleno en la cara.

      –¡Policía! ¡Levántense de ahí!

      Конец ознакомительного фрагмента.

      Текст предоставлен ООО «ЛитРес».

      Прочитайте эту книгу целиком, купив полную легальную версию на ЛитРес.

      Безопасно оплатить книгу можно банковской картой Visa, MasterCard, Maestro, со счета мобильного телефона, с платежного терминала, в салоне МТС или Связной, через PayPal, WebMoney, Яндекс.Деньги, QIWI Кошелек, бонусными картами или другим удобным Вам способом.

/9j/4AAQSkZJRgABAgAAAQABAAD/2wBDAAgGBgcGBQgHBwcJCQgKDBQNDAsLDBkSEw8UHRofHh0a HBwgJC4nICIsIxwcKDcpLDAxNDQ0Hyc5PTgyPC4zNDL/2wBDAQkJCQwLDBgNDRgyIRwhMjIyMjIy MjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjIyMjL/wAARCA7kCWADASIA AhEBAxEB/8QAHwAAAQUBAQEBAQEAAAAAAAAAAAECAwQFBgcICQoL/8QAtRAAAgEDAwIEAwUFBAQA AAF9AQIDAAQRBRIhMUEGE1FhByJxFDKBkaEII0KxwRVS0fAkM2JyggkKFhcYGRolJicoKSo0NTY3 ODk6Q0RFRkdISUpTVFVWV1hZWmNkZWZnaGlqc3R1dnd4eXqDhIWGh4iJipKTlJWWl5iZmqKjpKWm p6ipqrKztLW2t7i5usLDxMXGx8jJytLT1NXW19jZ2uHi4+Tl5ufo6erx8vP09fb3+Pn6/8QAHwEA AwEBAQEBAQEBAQAAAAAAAAECAwQFBgcICQoL/8QAtREAAgECBAQDBAcFBAQAAQJ3AAECAxEEBSEx BhJBUQdhcRMiMoEIFEKRobHBCSMzUvAVYnLRChYkNOEl8RcYGRomJygpKjU2Nzg5OkNERUZHSElK U1RVVldYWVpjZGVmZ2hpanN0dXZ3eHl6goOEhYaHiImKkpOUlZaXmJmaoqOkpaanqKmqsrO0tba3 uLm6wsPExcbHyMnK0tPU1dbX2Nna4uPk5ebn6Onq8vP09fb3+Pn6/9oADAMBAAIRAxEAPwDVooox WJsIBS4p2KUjigYyijFFABRRilAoAMUUtFAADikbmg0daAGEUqjilIpy9KAEopTxSDrQAYopwFNN ADTSgc0d6dikAdqYBTs0CgA6DNJndTsZGKTAXvTAaI8HNOpQ2aQ0AANJSUvWgBMUtOxSGgBM0h5o OaUCgBVfauKaXpdoNLsHrQA3ORSEZpehxSgUCG4op9MPWgYtFFKOtAARSEU6koAQUtIaB1oAXFIa dRikAgFBFKBQRTATFApaaetIBaXZnmhaCxB6UwDy6TGOKN59KOvNABS/6ykp3CcigBMeXQKXh+pp BQA7tSE0dqQ0AIelNApaAKQBjigU7FNNMBc0E0lHNACUYpQDS0gAHApDzRRTAB0paKKACiiigAzR ikB5p+RigBtLSUooAKM0Gm856UAOzRmk5ooAXNGaTn0ooACM0KMU4DijI9aACkPWlpD1oASlpKWg BDS9qTBpRQAmM080AUlADSKBxTsUmKADtSYo5pcUAJ0o60pGBSLQAuKSn9qaR6UAANLTVB7inUAI aQjNKRSgUAR4oxTyOaTFAAOlFL2pKAF7UmKADS4oATFGKWjFACUUUDrQAAU4DBpcUpxQAxqaOtOJ pADQAGilpKAENKo4pDT0HBoASkNONNIoAYacOlIQaWgApMc0uKdigBtMxzTzSYoAMUYpwFKRxQAy jNHek5oELSGl5paBjRxS5pT04ptAgPNOUYoFLQAGmkUppQKAGjiloYHPSlFACUhFKetKBQADpRRR QAzy9tLvxxSliabgUDAU4U2nUAFFFFAgpGpaQ0ANxSgUYpy4oGIBQetONNNACg0jHJpM0UALR3oo 70AFKaSloENPWl9aQ9aX1pPcZ0ngn/kNH/cr0ivN/BP/ACGj/uV6RWsdjGW4UUUVQgooooAKKKKA CiiigAooooAKKKKACiiigAooooAKKKKACiiigAooooAKKKKACiiigAooooAKKKKACiiigAooooAK KKKACiiigAooooAKKKKACiiigAooooAKKKKACiiigAooooAKKKKACiiigAooooAKKKKACiiigAoo ooAKKKKACiiigAooooAKKKKACiiigAooooAKKKKACiiigAooooAKKKKACiiigAooooAKKKKACiii gAooooAKKKKACiiigAooooAKKKKACiiigAooooAKKKKACiiigAooooAKKKKACiiigAooooAKKKKA CiiigAooooAKKKKACiiigDxcClpTikzzWJuApc0Gk70CA0gpTQOOtAwxRilBBpSKBDMUoo4oBB6U DA0CjBNGCKBCEZpAMHNPFBxjg0AIxyMUgGKF680pHPFABTSOafikxQMbinE5o28UwdaADbml24p4 xQ3tQA0HFNZd1BBzUiAY5oAYBgUYpzYBz2oC56UANxS0tIaADrSYpRQaAEHFLmkowfSgBD1oxS4N FAgozR2ppUnoKBjscU3FPpMUAJRS4NGOaADFGKdRigBoGKD0p1IRjk0AIBS9KQEUpIoAWkPFKtDD PSgBuM0uKUcUpxQAzpS9qCKQcDFAAaXtSYzS0AIabtp+CaXaaAGYp2MUcUpI7UAN705qb3zTuvSg BnelApMYPNOFAAaTrTiMikHHWgBMYpetDYOMUgoAd0ppFONFAEeMUopSOaKADGaQingjHvRxQAzN OzTSDmigAoxS4pcUA