Kat Cantrell

Los besos del millonario


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      –Sí, lo sé. Recuerda que por eso he participado en el programa.

      Cass frunció el ceño.

      –Estoy segura de que no es suficiente. Lo aprobé porque me lo sugirió el publicista, pero debemos dar más pasos para lanzar la Fórmula-47. ¿Cuándo puedes presentarnos el plan de mercadotecnia?

      –¿El lunes que viene? –propuso Trinity comenzando a pensar el lío en el que estaba metida, ya que la campaña no existía.

      Solo era culpa suya. Sin embargo, era la primera vez que pasaba por una racha de sequía creativa como aquella, y ni siquiera podía quejarse a sus amigas. Asuntos personales de las tres habían establecido una barrera entre ellas, con Trinity en el lado equivocado.

      Lo odiaba. Se alegraba por sus amigas, pero la entristecía que hubieran decidido cambiar de vida de forma tan radical, que su vida fuera ahora tan diferente de la que ella había planeado . Y estaba segura de que ese era el motivo de que la hubiera abandonado la creatividad cuando más la necesitaba.

      El esbozo que había realizado en el cuaderno mientras Logan lo miraba por encima del hombro de ella había sido producto de una grata oleada de inventiva. Tal vez el medio fuera la clave. A la hora de comer iría corriendo a comprar un caballete. Quizá funcionara.

      Podría recuperar la creatividad, ponerse a trabajar y conseguir una brillante campaña para el lunes por la mañana, sobre todo si la publicidad derivada del programa funcionaba como se suponía. Si se quitaba ese peso de encima, se concentraría en convertir la Fórmula-47 en una potente crema contra las arrugas y las cicatrices que llevaría a Fyra al primer puesto en la industria cosmética.

      Cass asintió y se centró en las cifras, por lo que Alex fue la que tomó la palabra, mientras Trinity dejaba vagar la mente para ver si conseguía rescatar algo pasable del subconsciente. No fue así, pero tenía casi una semana. No había problema.

      El caballete y el bloc no fueron la solución mágica, como tampoco la sesión maratoniana de lluvia de ideas que tuvo con el equipo creativo. A las cuatro mandó a Melinda, la recepcionista de Fyra, a buscar al almacén una docena más de blocs. Los restos de los dos que ella había comprado a la hora de comer se hallaban rotos y arrugados en el suelo del despacho.

      Ni siquiera tenía un nombre para el producto, lo que implicaba que no podía diseñar el envoltorio. Su proceso creativo se basaba en bloques de construcción, y el nombre siempre era lo primero. La Fórmula-47 sería el producto principal de Fyra y, como directora de mercadotecnia, debía encargarse del mismo. Bastante tenía ya el equipo creativo con el resto de la mercadotecnia de la empresa.

      Melinda asomó la cabeza por la puerta.

      –Te traigo los blocs. Además, ha venido Lara, del grupo de publicidad Gianni. No tiene cita. ¿Le digo que se vaya?

      La publicista. Estupendo. Era lo que Trinity necesitaba en aquel momento, un recordatorio de que Cass había contratado una empresa externa para hacer su trabajo. Y la gran contribución de Lara había sido lanzarla a los brazos de un buen chico de Texas que besaba de forma fantástica.

      Logan McLaughlin era un nombre que ya debería haber olvidado. Pero, sin saber por qué, continuaba dándole vueltas en la cabeza y excitándola, cuando no debería excitarse al pensar en un hombre áspero, de caderas estrechas y amante del aire libre, que no era su tipo.

      Suspiró.

      –No, hazla pasar.

      Lara Gianni entró en el despacho y agarró a Trinity por los hombros para besarla en ambas mejillas, al estilo italiano.

      –Eres una mujer brillante. Logan McLaughlin es magnífico.

      –Apártate, que yo lo vi primero –dijo Trinity en tono seco–. ¿Por qué es magnífico? Dime que lo es porque tienes buenas noticias.

      Lara rio.

      –Las mejores. El vídeo se ha compartido medio millón de veces y la respuesta ha sido increíble. A la gente le encanta veros juntos. Los comentarios no tienen precio. El amor en un programa de televisión es mercadotecnia brillante.

      –Un momento ¿El amor en un programa de televisión? Era un concurso de emprendedores –la expresión de Lara le provocó un mal presentimiento–. El público debía ver el nombre de Fyra y tener una respuesta positiva. Esa fue la idea que nos vendiste.

      –Eso fue antes de que tú tomaras una dirección totalmente opuesta, que me encanta. Eres brillante.

      Sí, eso le había quedado claro. Lo que no lo estaba era de qué hablaba Lara.

      –No tomé una dirección opuesta. Perdimos el concurso y debía hacer algo, así que besé a mi compañero, y ahora Fyra está en todas las redes sociales.

      –No, vosotros sois lo que estáis en las redes. A la gente le ha gustado el idilio que has creado involuntariamente. Yo te recomendaría que continuaras.

      A Trinity se le hizo un nudo en el estómago.

      –¿Continuar el qué? No hay idilio, solo un beso.

      Un beso apasionado.

      Lara se encogió de hombros.

      –Te sugiero que halles el modo de convertirlo en algo mas que un beso. No tiene que ser una relación de verdad, con tal de que te fotografían con él el mayor número de veces posible besándoos y haciéndoos ojitos.

      Aquello era una locura. ¿Una falsa relación para conseguir publicidad? No podía hacerlo. Y él se negaría. Sin embargo, ¿por qué iba a ser tan distinto de un falso beso por la misma razón? Logan se había lanzado como un perro hambriento a un filete. Tal vez se le diera bien fingir que eran una apasionada pareja.

      La idea le produjo un escalofrío. Los beneficios de semejante acuerdo contenían muchas interesantes posibilidades que no podía desdeñar, como la de atraer a un tipo simpático para que se diera un paseo por el lado salvaje. Sería divertido corromper al prototipo de chico americano, sobre todo frente a una cámara.

      No. Una falsa relación larga era muy distinta a un falso beso. Su capacidad para la actuación no era tan buena. Aunque, de repente, no supo si había fingido que le gustaba o si había fingido que no.

      –De ningún modo. No puedo hacer algo así.

      Lara frunció el ceño al tiempo que sacaba el móvil, tecleaba unas cuantas veces y se lo mostraba a Trinity.

      –Este es el porcentaje de clics de tu vídeo en la página web de Fyra.

      Trinity palideció. ¡Un setenta y cinco por ciento! Hasta ese momento, el porcentaje de clics de su campaña con más éxito había sido del doce por ciento.

      Tras las tácticas que alguien había utilizado para desprestigiar a Fyra, no podía permitirse descartar la idea. Parecía que tendría que hacer una visita al señor McLaughlin al día siguiente. «Hola, eres mi nuevo novio».

      Myra dejó la hoja de cálculo impresa en el escritorio de Logan y no se molestó en disimular la sonrisa.

      –Te dije que el programa de televisión funcionaría.

      En efecto, lo había hecho. No hacía falta que la publicista le indicara que la venta de entradas se había duplicado. La oficina de los Mustangs llevaba toda la mañana comentándolo. Y debía agradecérselo a Trinity Forrester, directora de mercadotecnia.

      ¿Quién habría pensado que aquel ardiente beso produciría tan enormes dividendos?

      Duncan McLaughlin nunca había hecho nada semejante para que sus clientes abrieran la cartera, pero Logan podía alegar en su defensa que no había sido idea suya, a pesar de que la había aceptado rápidamente, tras darse cuenta de que la mujer por la que se le hacía la boca agua no pretendía ligar con él, sino que, simplemente, había hallado una última forma de que las cámaras los enfocaran.

      Como táctica, no podía ponerle pega alguna.

      Salvo