Elizabeth Duke

Amor a prueba


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contrario, Roxy… Es que esperaba a alguien mayor, ¿tú eres la hermana mayor, verdad? Como me han contado hace un rato lo brillante que eres, enseñando historia en la universidad, esperaba que llevaras calcetines azules, gafas y el pelo recogido en un moño.

      Había tenido que sonreír. No era el primer hombre que la imaginaba con aspecto de profesora rancia simplemente porque era una arqueóloga reputada y profesora de historia antigua. Solo que Cam no podía saberlo, a Hamish no se le había ocurrido comentárselo, lo que no la sorprendía. Ella no había ido de excavaciones en los últimos dos meses y Cam acababa de llegar a casa aquella mañana tras un viaje de negocios de ocho semanas.

      –El ala de invitados es por aquí, Roxy.

      Se sobresaltó ante el sonido de la voz de Cam. Cuando él se giró para invitarla a pasar, sus miradas se encontraron. El impacto de sus ojos negros la afectó más que nunca.

      Seguía igual de seductor y carismático. Pero ya no podía impresionarla más. Ya no era la ingenua y confiada Roxy de hacía un año.

      Pero él ni se había dado cuenta ni le preocupaba. Había dejado bien claro las dos últimas veces que prefería las morenas de ojos oscuros y piernas largas a las rubias de ojos azules con tendencia a tropezarse.

      Roxy pasó rápidamente delante de él. El ala de invitados era un apartamento completo, con una cocina, salón comedor, sala de estar, una habitación doble y un espacioso cuarto de baño. Parecía cómodo y acogedor, con un toque en la decoración que le recordaba a su hermana. A Serena le gustaba mucho la decoración.

      –La cama ya está hecha –informó Cam mientras entraba tras ella.

      Los nervios de Roxy se tensaron aún más ante la mención de la palabra cama. Se preguntó para quién estaba hecha. ¿Estaba siempre preparada para las visitas? ¿Para las visitas femeninas? ¿O la había hecho rápidamente Cam tras su llamada?

      –Mary ocupa una habitación junto a la de Emma. Y el dormitorio principal donde duermo yo está al otro lado de la habitación de Emma. No te preocupes Roxy, yo acudiré a la habitación del bebé si se despierta por la noche. De todos modos, siempre lo hago.

      Roxy respiró profundamente. No quería iniciar una discusión, pero tenía que preguntarle algo.

      –¿Y qué tal si traemos a mi sobrina al ala de invitados solo durante el fin de semana? Será un modo de hacer que nos conozcamos ella y yo. Yo me levantaré si se despierta por la noche. Así podrás recuperar horas de sueño. Parece que lo necesitas.

      –Gracias, pero no hace falta. Me las arreglo bien. Emma ya duerme toda la noche. Se toma el último biberón sobre las siete y duerme hasta las cinco o las seis. Rara vez se despierta por la noche.

      –¿No te importa despertarte a las cinco para darle de comer?

      El ánimo de Roxy empezó a flaquear. Parecía que estaba disfrutando de cuidar de la niña. ¿Pero cuánto le duraría el entusiasmo?

      –Nada de nada… Ya casi es como una hija para mí –aseguró con una firmeza que hizo que Roxy olvidara su intención de ser cauta.

      –Mi hermana quería que yo tuviera la custodia de Emma si le pasaba algo alguna… alguna vez –afirmó. Se le quebró la voz y se le llenaron los ojos de lágrimas–. Sigo… sigo sin poder creer que…

      De repente le pareció demasiado. El dolor, el viaje y la tensión nerviosa la hundieron. Ocultando el rostro en el oso de peluche, estalló en llanto.

      –Roxy…

      Cam la rodeó con los brazos antes de que se diera cuenta. No tuvo fuerzas para luchar contra él mientras la acunaba y arrojaba el osito sobre la cama. Apoyó la cabeza en su pecho y siguió derramando lágrimas que le mojaban la cara y, a él, la camisa.

      –Está bien Roxy…

      La voz de Cam vibraba en su pecho, contra la mejilla húmeda de Roxy. Le estaba acariciando el cabello con asombrosa delicadeza mientras, con la otra mano, la acercaba más a él. La caricia le resultó tan reconfortante que no podía creer que aquel fuera Cam Raeburn. Debilitada por esa inesperada compasión empezó a sollozar de nuevo y su rostro lleno de lágrimas le empapó la camiseta desteñida.

      Cam la meció con tanta delicadeza como a un bebé, hasta que expulsó todo su dolor y su pena.

      Después levantó la cara conteniéndose las lágrimas. No quería que Cam pensara que se estaba desmoronando y que no podía cuidar al bebé de Serena.

      –Lo siento, Cam, yo… Todo esto me ha desbordado: Serena, Hamish, el vuelo, la falta de sueño. Ya estoy bien. De verdad.

      Él se apartó y la miró para asegurarse.

      –No tienes que disculparte –aseguró. La estaba observando con extrañeza, su voz sonó un poco rara también, ni tan fría ni tan suave como antes–. Es bueno llorar… aunque…

      Se calló y dio un paso atrás retirando las manos. No podía verle los ojos, pero pudo sentir su arrepentimiento.

      –Te prepararé un café –anunció con brusquedad, como siempre–. Ven cuando estés lista. Estaré en la cocina.

      La dejó para que deshiciera las maletas y se aseara. Cuando se reunió con él en la cocina unos minutos más tarde, llevando el oso de peluche gigante, él estaba de pie cortando verduras sobre la encimera.

      –¿Te parece bien un sofrito chino para cenar? –preguntó señalando una banqueta.

      –¿También cocinas?

      Estaba troceando verduras con maestría, como si lo hubiera hecho mil veces.

      –Un soltero necesita saber cocinar si no quiere alimentarse de comida preparada o cenar fuera cada noche. Ha llegado a gustarme, aunque Philomena cocina para mí si se lo pido. ¿Tú cocinas, Roxy? La miró y ella captó un brillo de duda en sus ojos.

      –Dame una hoguera y te enseñaré lo bien que cocino –contestó dejando el peluche sobre una banqueta–. Puede que no tenga tu indudable delicadeza, no soy un chef, pero al menos nunca paso hambre.

      –¿Te importa si tomamos el café aquí en la cocina? Así podré continuar con esto. ¿Te dio tu padre los detalles del testamento de tu hermana? –preguntó mientras servía el café.

      –¿Qué detalles?

      ¿Se refería a la custodia de Emma? Según su padre, Serena no había mencionado la custodia en su testamento.

      –Serena te dejó algunos objetos personales y joyas. Los tengo guardados. El piso de Sydney que tu padre os compró a tu hermana y a ti cuando vendió la casa familiar y se mudó a la costa oeste es ahora legalmente tuyo. Aunque entiendo que ya era tuyo, desde que Serena se casó con Hamish.

      Roxy frunció el ceño. ¿Esperaba que volviera a Sydney para quedarse allí? ¿O creía que no se merecía un piso en la ciudad para ella sola por no estar mucho tiempo en él?

      –¿Y la ropa de Serena? –inquirió con dificultad sin mirarlo–. ¿Sigue aquí esperando a que la repartan?

      Si Cam estaba usando el dormitorio principal, podía haber dispuesto de ella o apartarla para que Roxy se hiciera cargo.

      –Blanche se encargó de las cosas de tu hermana cuando ella y tu padre estuvieron por aquí para el funeral –respondió–. Tú no estabas, Roxy. No sabíamos nada de ti –replicó en un tono casi acusador–. Blanche dijo que ninguna de las cosas de Serena te servirían porque ella era más alta. Las recogió y las donó a la beneficencia.

      Roxy se estremeció. Sin duda Blanche se había quedado con algunas cosas para ella o para su propia hija. No le importaba. Sería demasiado doloroso vestirse con la ropa de Serena. Una joya o alguno de sus efectos personales, simplemente como recuerdo, era diferente.

      –Raeburn’s Nest me pertenece –informó. Se detuvo para beber un sorbo de café–. Todo lo demás, la parte de Hamish en la