Angy Skay

Maureen


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duda alguna. No sabía qué hacer. Miré alrededor para buscar algo con qué lavarme, hasta que perdí la vergüenza y asomé mi cabeza al dormitorio.

      —¿Puedo ducharme? —le pregunté.

      —Sí, claro. En el armario tienes toallas.

      —Gracias. —Apenas se me oyó, ya que contesté desde dentro.

      Miré el armario que me había indicado y allí había un par de toallas. Entré a la ducha y el remojo duró unos minutos. Mientras estaba dentro, escuché cómo hablaba con alguien por teléfono. «Mándamelo por email», pidió. Salí despacio. De repente, la vergüenza había vuelto otra vez. Me sentía como si hubiera hecho algo malo, aunque sabía que, en el fondo, era algo natural.

      Él estaba mirando las fotos que había sacado horas antes.

      —¿Tienes hambre?

      —Tranquilo, llevo el almuerzo en la bolsa. Te recuerdo que esta mañana iba a clase. Por cierto…, ¿cómo vamos a hacerlo para el tema de mi justificante?

      —Acabo de pedírselo a un amigo que entiende del tema.

      —Aidan —intenté preguntarle algo mientras me vestía, pero sentía pudor.

      —Dime. —No apartó la mirada del ordenador.

      —¿Por qué te portas así conmigo?

      —¿Así cómo? —Se dio la vuelta para mirarme.

      —Seamos sinceros. En mi casa, no es que fueras la alegría de la huerta y más de una vez quise mandarte a paseo.

      —Quisiste y lo hiciste —me cortó riendo.

      —Hablo en serio. ¿Por qué ese cambio hacia mí?

      —¿Cambio? —seguía sin comprender.

      —Digamos que el chico malo del que me hablaste antes era la imagen que yo tenía de ti.

      —¿Y ya no te resulto un chico tan malo?

      —Sabes a qué me refiero.

      Me miró, bajó la mirada y no contestó.

      —¿Quieres algo de beber?

      Se levantó y se dirigió a la puerta, sin contestar.

      —No, Aidan…

      Salió y me dejó con la palabra en la boca. Ese era el chico que recordaba. A los pocos minutos volvió a entrar con un sándwich y un par de latas de cerveza. Se sentó en la cama junto a mí y comenzó a comer. No tenía intención de contestarme.

      —¿Tu madre sigue abajo? —pregunté masticando mi almuerzo.

      —Sí.

      —¿Y no te dirá nada porque yo esté aquí?

      —Ya te dije que mi madre estaba durmiendo la mona y sigue en ello.

      —¿La mona?

      —Se fue a dormir borracha bastante tarde. Así que no cuentes con ella hasta dentro de un buen rato. Y que tú estés aquí… te aseguro que le trae sin cuidado.

      —¿Vivís solos?

      —Sí —contestó bebiendo un sorbo de su lata de cerveza.

      —¿Y tu padre?

      —Preguntas demasiado, ¿lo sabes?

      —Tienes razón, lo siento.

      —Está en la cárcel —respondió después de un silencio.

      —Lo siento.

      —¿Por qué?

      —Porque está en la cárcel.

      —Él se lo buscó, no tienes por qué sentirlo.

      Madre alcohólica y padre en la cárcel. Vaya plan. Decidí no preguntar más por su familia.

      —¿Mi hermano John viene a menudo aquí?

      —Antes venía más. Aunque todavía viene de vez en cuando, cuando no tiene novia. Tu hermanito no es que sea un santo. —Rio por lo bajini.

      —¿A qué te refieres?

      —Antes de que se fuera a vivir con tu padre, se crio en este barrio. Somos amigos desde hace muchos años… Y hasta aquí puedo contarte —dijo, zanjando el tema—. ¿A qué hora se supone que terminas hoy las clases?

      —A las dos y media.

      —Tienes tiempo todavía. ¿Te apetece hacer algo en especial? —preguntó dejando su plato encima de la mesa.

      —No sé…

      Le sonó el móvil a modo de mensaje, miró la pantalla y se fue al ordenador.

      —Listo. —La impresora se puso en marcha y salió un papel—. Aquí tiene usted. Su justificante del «Shandon Medical Center».

      —¿Cómo lo has hecho? —me sorprendí al ver el papel—. Pero ¡si parece original!

      —No hay nada como tener contactos.

      Miré el papel con atención para ver lo sorprendente de la falsificación.

      —Pero, aquí pone que debo tener dos días de reposo —leí.

      —Sí, claro, con un dolor abdominal no pueden mandarte a casa y ya está. Necesitas dos días de reposo y después te harán unas pruebas. —Sonrió.

      —¡¿Pruebas?!

      —Por supuesto, Maureen, si haces una cosa de estas, tienes que hacerla bien.

      —Entonces, ¿dónde voy yo mañana?

      —Yo estaré aquí —me consoló—. O, si quieres, podemos ir a algún sitio.

      —¿Tienes que hacer más fotografías?

      —Depende del día que haga, sí.

      Mi móvil sonó. Era Anne, mi compañera de clase.

      —¿Qué pasa?

      —¿Qué te pasa a ti? Miss Crawford nos ha contado que tu padre te ha llevado a urgencias.

      —Luego te cuento. Tranquila, todo está bien.

      —¿Seguro? —sonó preocupada—. ¿Qué te ha dicho el médico?

      —Nada importante… —miré a Aidan—. Dos días de reposo y más adelante me harán pruebas.

      Él me miró y me guiñó un ojo, orgulloso.

      —¿En tu escuela conocen a tu hermano? —preguntó en cuanto colgué.

      —No. Algunas de mis compañeras sí, pero el profesorado, no, que yo sepa.

      —Entonces seré yo quien lleve tu justificante mañana a clase.

      Me contagió su entusiasmo. La verdad es que me apetecía volver a verlo al día siguiente.

      Al poco rato se hizo la hora de irme.

      —Te acompañaría a casa, pero como tu hermano me vea contigo, te aseguro que me corta el cuello.

      —Todavía tenéis que contarme por qué no te deja verte conmigo.

      —Son cosas suyas. Ya te dije que todo el mundo tiene un pasado y tu hermano sabe bastantes cosas de mí, como yo las sé de él.

      —Pero él te aprecia, ¿no? Si no, no te habría dado cobijo en casa.

      —Eso sí, los dos somos amigos de verdad, de eso no te quepa la menor duda. Lo que hizo él por mí, lo habría hecho por él.

      —Pero él no se mete en líos, ¿no?

      —Sí que es verdad que John ha sentado