su propuesta. Sus padres no me conocen de nada, por ejemplo. Lo que sugiere es de lo más generoso, pero también imposible.
—No veo por qué —se obstinó Andrew—. Puede que le resulte tremendamente aburrido…
—No se trata de eso —concluyó el señor Belinski.
Sin decir una palabra más, se dio la vuelta y salió a toda prisa de la estación, pero Andrew corrió tras él y lo siguió hasta el lugar donde se alojaba. Una vez supo la dirección, John Frewen y él pudieron seguirle los pasos e intentar convencerlo por turnos; Andrew (como ya se ha visto) fue a Devonshire para obtener el consentimiento de sus padres y volvió con una invitación por escrito de lady Carmel, y, después de otras dos semanas, el señor Belinski (aunque también influyeron otros factores) de pronto cedió y se dejó llevar una vez más por su errático destino.
III
—Iremos en mi coche —dijo John Frewen—. ¿Puede venir Betty también?
Andrew lo miró absolutamente horrorizado.
—Yo diría que no. La última vez escandalizó a toda la casa. No voy a llevar allí más influencias perniciosas —replicó Andrew con aire de superioridad.
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