Susan Mallery

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pero tengo verdadero interés en esa biblioteca. He estado pensando en organizar una fiesta para conseguir fondos. Tengo que hablar con Pia.

      Pia era responsable de docenas de fieras en Fool’s Gold. Desde su diminuto despacho, era capaz de hacer milagros. Gracias a su extraordinaria capacidad de planificación, los banderines siempre llegaban a tiempo, aparecían los vendedores y se montaban los cuartos de baño portátiles.

      –Te ayudaremos. Solo tienes que decirnos lo que quieres que hagamos.

      Charlie negó con la cabeza.

      –No pienso trabajar de voluntaria.

      –¡Claro que sí! –replicó Heidi–. Y sabes que lo harás.

      Charlie suspiró.

      –De acuerdo, estaré allí.

      –Todavía está todo en un estado muy inicial, pero os avisaré en cuanto me ponga en acción.

      Jo le sirvió a Heidi su margarita y les prometió que las hamburguesas llegarían pronto. Después se fue a atender a otros clientes. Heidi alargó la mano hacia su vaso y se dio cuenta entonces de que sus amigas la estaban mirando fijamente.

      –¿Qué pasa?

      –Es el segundo –le advirtió Charlie.

      –Lo sé.

      –Normalmente no te pides la segunda copa hasta que no llega la comida. A veces ni siquiera pides una segunda copa.

      –He tenido un mal día –Heidi se dejó caer contra el respaldo–. Ni siquiera sé por dónde empezar.

      Annabelle le palmeó el brazo.

      –Empieza por donde quieras. Te entenderemos.

      –Glen se está acostando con May. Por lo menos, eso creo. Ayer estaba en su habitación, riéndose, y la risa me pareció muy íntima. Estoy preocupada por ella. No quiero que Glen le rompa el corazón. Es lo que hace siempre. No es hombre de una sola mujer. He intentado hablar con Rafe, pero no me ha hecho caso. Cree que Glen es demasiado viejo para tener relaciones sexuales. ¡Qué hombre tan estúpido! Y durante toda mi vida, Glen me ha estado diciendo que el amor era un sentimiento irreal, y que de existir, solo existía para los incautos. Y ahora me dice que May es la mujer de su vida y que lo que siente por ella es auténtico. Que estaba equivocado y que yo debería olvidar todo lo que me ha dicho hasta ahora sobre el amor.

      Se interrumpió para tomar aire.

      –Y por increíble que pueda parecer, Rafe ha contratado a una agencia matrimonial y esta noche tiene una cita. Porque si tuvierais oportunidad de conquistar a un hombre como él, ¿os importaría venir hasta Fool’s Gold? Y las vacas ya no están, algo de lo que me alegro, porque necesitaba el dinero, y voy a contratar a un representante de ventas para los quesos, y estoy asustada. En realidad ha sido idea de Rafe, que me está ayudando a quedarme con mi casa a la vez que intenta quitármela –tomó aire–. Están pasando un montón de cosas.

      Alargó la mano hacia la margarita y le dio un largo trago.

      Annabelle y Charlie intercambiaron una mirada.

      –Menuda lista –comentó Annabelle.

      –Casi todos son temas relacionados con Rafe. Y está bebiendo más de lo normal –añadió Charlie–. Ya sabes lo que eso significa.

      –Problemas –Annabelle sacudió la cabeza–. Grandes problemas.

      –Problemas de hombres.

      –No hay ningún problema relacionado con ningún hombre –replicó Heidi–. Ninguno. Cero. No me siento atraída por Rafe.

      –Pero le has besado –dijo Annabelle suavemente.

      –Sí, pero eso fue...

      Inmediatamente se llevó la mano a la boca. ¡No pretendía mencionar lo del beso! Dejó caer la mano.

      –No es lo que estáis pensando.

      –¿Hubo lengua? –quiso saber Charlie.

      Preparada para el interrogatorio, Heidi apretó los labios y no dijo una sola palabra.

      –Eso es un sí –interpretó Annabelle con un suspiro–. Echo de menos los besos con lengua. O cualquier tipo de beso. Hecho de menos el sexo, los hombres y los orgasmos –volvió a suspirar–. Lo siento, ¿cuál era la pregunta?

      –Así que fue un beso con lengua –confirmó Charlie.

      Jo les llevó las hamburguesas. Cuando se fue, Heidi agarró una patata frita de su plato.

      –Fue algo completamente accidental. E intrascendente por las dos partes. Rafe tiene una casamentera. ¿A quién se le ocurre una cosa así? No sé por qué no puede conseguir una chica por sus propios medios. Es rico y atractivo. Y cuando monta a Mason... ¡Oh! –se volvió hacia Charlie–. ¿Sabías que tu caballo sabe cazar a lazo? Bueno, por lo menos cumple con la parte que le corresponde como caballo.

      Charlie tomó su hamburguesa.

      –Teniendo en cuenta que fui yo la que compré a Mason, sí, lo sabía. ¿Y qué? ¿Rafe resulta muy sexy a caballo?

      –Más de lo que debería estar permitido. Con esos hombros y ese sombrero...

      –¡Oh, no! ¡Estás fatal! –Annabelle se la quedó mirando fijamente–. Pensaba que te ibas a acostar con él para conservar el rancho, no que te ibas a enamorar de él.

      Heidi le dio un bocado a la hamburguesa y masticó. Tragó, e hizo un gesto de desprecio con la mano.

      –No me estoy enamorando de él. No es mi tipo. Es un lugareño, conozco a los hombres como él.

      –¿Un lugareño? –repitió Charlie–. Creo que me imagino a qué te refieres, pero tú ya no vives en una feria ambulante. También tú eres ahora una lugareña

      –Pero en el fondo, no –Heidi continuó bebiendo su margarita.

      El tequila se deslizaba suavemente por su garganta. Y se alegraba de tener el cerebro un poco entumecido. Muy pronto dejaría de pensar en Rafe y en su cita con alguna preciosidad de San Francisco.

      –Qué hombre tan estúpido –musitó–. ¿Quién se piensa que es mostrándose tan atractivo montando a caballo? Además, no fui yo la que empecé a besarle. Fue él el que me besó.

      –¿Fue un beso increíble? –preguntó Annabelle con nostalgia.

      –Sí. Pero eso no quiere decir que quiera acostarse conmigo.

      –Y tampoco que tú estés amargada –musitó Charlie.

      –Claro que no estoy amargada. Pero ese hombre es un estúpido.

      –Eso ya lo has dicho –le recordó Annabelle.

      Heidi terminó el resto de la margarita e hizo un gesto para que le sirvieran la tercera copa.

      –En realidad no te apetece –le advirtió Charlie–. Ya estás completamente borracha.

      –Tú no me mandas –protestó Heidi.

      –Ya es demasiado tarde –repuso Annabelle–. No podemos hacer nada.

      –Mañana por la mañana te arrepentirás.

      A lo mejor Charlie tenía razón, pero, en aquel momento, a Heidi no le importaba.

      –¡Pero necesito mi coche! –dijo Heidi, apoyándose contra la puerta de la camioneta de Charlie–. Ya sé que no puedo conducir, pero podríamos tirar de él. O pastorearlo, como a las vacas –se echó a reír al imaginar un rebaño de coches siguiéndola fielmente–. Deberíamos hacer un anuncio...

      –¿De qué estás hablando? –preguntó Charlie.

      –De nada. No siento las mejillas.

      –No