Susan Mallery

E-Pack HQN Susan Mallery 2


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difícil tarea de ocuparse de toda su familia.

      –Tú no tenías por qué ocuparte de todos –musitó.

      –Alguien tenía que hacerlo.

      –Tu madre lo hacía.

      –La situación la superaba. Había demasiado trabajo y no recibía ninguna ayuda.

      –Hiciste lo que pudiste.

      –No era suficiente.

      Heidi comprendía por qué estaba tan preocupado por May. En aquel entonces, no había sido capaz de protegerla. La situación en la que en aquel momento se encontraba le permitía proteger a cuantos quería. Pero aquella atención tenía un precio. Cuando uno de sus hermanos no estaba a la altura que esperaba, no era capaz de perdonarle.

      –Háblame de tu hermana.

      Rafe se la quedó mirando fijamente.

      –¿Qué quieres saber?

      –¿Cómo es?

      –Más pequeña que yo. Yo tenía nueve años cuando ella nació.

      –Yo pensaba que tu padre había muerto cuando tenías ocho años.

      –Y así es.

      –¡Ah!

      A Heidi no le cuadraban las cuentas.

      –Fue unos meses después. Mi madre tuvo que enfrentarse a un momento muy difícil –dejó una pastilla de jabón sobre la mesa–. Shane trajo a un hombre a casa. Un vaquero que venía al rodeo. Supongo que mi madre pasó la noche con él. Yo me marché antes de que se levantaran y nunca volví a verle. Unos meses después mi madre nos dijo que iba a tener un bebé. Al poco tiempo nació Evangeline.

      –No debió de ser nada fácil.

      –Mi madre es una mujer fuerte.

      –Me refiero a tu hermana. Saber que no eres del todo parte de la familia, ser el recuerdo constante de lo que hizo tu madre.

      –No es así. Para ninguno de mis hermanos –vaciló un instante–. No sé. A lo mejor tienes razón. Evie nunca viene a vernos. Clay y Shane aparecen todos los meses para ver a mi madre, pero Evie no.

      Heidi imaginó que Rafe tenía mucho más claro el problema de lo que se permitía reconocer. Pero admitirlo significaba tener que enfrentarse a él. Y siempre y cuando no lo considerara una situación problemática, podía ignorarla.

      –¿Dónde está ahora tu hermana?

      –Es bailarina. Estuvo estudiando en la escuela de baile de Juilliard. Es una mujer con mucho talento.

      Heidi esperó, pero Rafe no dijo nada más.

      –¿Y cómo es?

      –No paso mucho tiempo con ella. Cuando era niña, se pasaba la vida bailando.

      –¿Siempre fue una especie de extraña?

      Rafe se levantó.

      –¿Eso es como lo de los lugareños? Para ser alguien tan amante de la idea de comunidad, parece que te gusta colocar a todo el mundo en un grupo. O contra él.

      –Eso no es justo.

      –A lo mejor no, pero es acertado. Evangeline es mi hermana, la quiero. Es cierto que no conozco todos los detalles de su vida, pero si alguna vez necesitara algo, yo estaría a su lado para dárselo. Todos nosotros lo haríamos. Somos una familia.

      Salió a grandes zancadas de la habitación. Heidi le observó marcharse preguntándose si Evangeline estaría de acuerdo. May había decorado el cuarto de estar con fotografías de sus hijos, pero solo había puesto una de Evangeline. Tenía la sensación de que Rafe no había hablado con su hermana desde hacía meses. A lo mejor más. Suponía que todas las familias guardaban algún secreto incluso entre sus miembros. La cuestión estaba en quererse a pesar de los secretos o, quizá, precisamente por ellos.

      May alisó el papel que tenía sobre la mesa de la cocina.

      –¿Qué te parece? –preguntó con cierta ansiedad.

      Heidi analizó el dibujo. Vio el boceto del establo tal y como estaba en aquel momento y el que mostraba cómo sería si May duplicaba su tamaño. Había montones de cubículos para los caballos, zonas para almacenar el forraje, puertas anchas y un pajar para el heno.

      –Es maravilloso.

      Y muy caro, lo que sumaría más dinero a su cuenta en el caso de que ganara el caso.

      –Sí, imaginaba que dirías eso –contestó May–. He hablado con Shane y le he contado lo del rancho. Espero que esté dispuesto a venir.

      –¿Shane? –Heidi sacó una silla y se sentó–. ¿Aquí?

      No se creía capaz de sobrevivir a otro Stryker. Ya tenía suficientes problemas con Rafe.

      –Te gustará Shane. Es mucho más sociable que Rafe. Estoy segura de que eso tiene que ver con el hecho de no ser el mayor.

      Heidi repasó el dibujo con el dedo y comprendió que no iba a decir que no. Lo último que necesitaba era que May se enfadara con ella. Pero si no tenía cuidado, los Stryker invadirían todo su mundo. En el caso de que eso ocurriera, no habría ningún ganador.

      Rafe observaba en silencio mientras iban descargando la madera. Gracias a su madre y a los planes de ampliación del establo, lo que había comenzado como una simple reparación se estaba transformando en toda una renovación. Cuando su madre le había enseñado el proyecto el día anterior, Rafe apenas había hecho ningún cambio y le había prometido asegurarse de llevarlo a cabo. Aquella mañana, May le había informado de que había hablado con Ethan, había contratado a sus hombres hasta el final del verano y ya había pedido que le enviaran todos los suministros necesarios. En ese momento, Rafe imaginaba que tendría suerte si en algún momento conseguía regresar a San Francisco.

      Debería estar enfadado y deseando regresar a la ciudad, pero la verdad era que no le importaba mucho. Pasaba las mañanas trabajando con los hombres de Ethan. Después de comer, llamaba a su empresa. Daba instrucciones a la señora Jennings y hablaba con Dante sobre cómo iban las cosas por la oficina. Alrededor de las tres volvía a reunirse con los trabajadores de Ethan. Terminaban de trabajar justo antes de la cena. El resto de la velada solía pasarla delante del ordenador. A veces veía un partido de fútbol con Heidi o iban juntos a dar un paseo.

      No era exactamente la clase de vida que debería buscar un soltero, pensó mientras se ponía los guantes. Nada de comidas fuera ni sesiones de cine. Pero la verdad era que lo único que echaba de menos de su vida anterior era salir con Dante y sus entradas para la temporada del estadio de los Giants.

      Había pensado que se aburriría en el rancho. Que estaría nervioso. Pero de momento estaba disfrutando mucho más de lo que esperaba. Tenía callos en las manos y se sentía agradablemente dolorido después de todo un día de trabajo. Salía tantas veces a montar con Mason que la propia Charlie había notado que el caballo estaba en mejor forma que nunca.

      Había honestidad en aquella tierra, pensó, y se echó a reír. Como no tuviera cuidado iba a terminar convirtiéndose en el vaquero que su madre siempre había querido que fuera.

      El conductor del camión caminó hasta él con una tablilla y un papel.

      –¿Tienes cabras en el rancho? –preguntó mientras le tendía a Rafe un bolígrafo.

      –Sí, ¿por qué?

      –Juraría que he visto unas cabras por la carretera cuando venía hacia aquí. Creo que deberías asegurarte de que las vuestras no han salido del rancho.

      Rafe garabateó rápidamente su firma, se volvió y caminó hacia la casa. No sabía adónde había llevado Heidi las cabras aquella mañana. Pero no había dado ni un par de pasos cuando la puerta trasera de la casa se