presidido por John Adams, pero la tarea de la redacción se confió a Thomas Jefferson. Ya era un consumado escritor y estaba trabajando, con sus paisanos virginianos y políticos James Madison y George Mason, en una Constitución y en una Declaración de Derechos para el estado de Virginia que pronto crearían. Jefferson escribió con rapidez, tomó préstamos de dicho documento y de otros, de modo que, en pocos días, ultimó el primer borrador. Primero se lo enseñó a Franklin y a Adams, que hicieron solo unas pocas revisiones, y luego al comité en pleno, el cual lo debatió durante dos semanas. Para entonces, el Congreso ya había acordado el nombre de la nueva nación: el 24 de junio de 1776, su presidente, John Hancock, empleó por vez primera de forma oficial la denominación «los Estados Unidos» al nombrar a un nuevo voluntario francés, Antoine Félix Wuibert, oficial del Ejército Continental.26
El borrador revisado de la Declaración se presentó ante el Congreso el 28 de junio; para entonces, las colonias del Atlántico Medio ya habían autorizado a sus delegados que votaran a favor de la independencia, también con la asunción de que era el camino para obtener ayuda exterior.27 La moción para que se aprobase la resolución de Richard Henry se presentó el 2 de julio. Entonces, el Congreso debatió y revisó el borrador durante dos días, antes de aprobar la versión final del texto el día 4, que caía en jueves. Aquella tarde, se tipografió una hoja apaisada de la que se imprimieron unas doscientas copias que se enviaron a las colonias y al cuartel general del Ejército Continental. La intención del Congreso de que la declaración fuera leída por Luis XVI y Carlos III queda de manifiesto por el hecho de que el lunes 8 de julio, primer día laborable después del fin de semana, se envió una copia de la misma en un barco que zarpaba hacia Francia, junto con instrucciones para Silas Deane, comerciante de Connecticut que entonces estaba en París como delegado para negociar compras de armas.28 Dicho delegado debía «comunicar de inmediato el texto a la Corte de Francia y enviar copias del mismo a las demás Cortes de Europa».
Aunque las resoluciones de Richard Henry Lee y de todos los subsiguientes debates del Congreso –como había advertido con tanta claridad el propio Jefferson– ligaban la Declaración de Independencia a la solicitud de ayuda exterior, en ninguna parte del texto aparecían las palabras «Francia» o «España». Incluso, en el párrafo inicial, Jefferson afirmaba que la única razón de ser del documento era que «un respeto decente de lo que opinara la humanidad» los obligaba a justificar sus acciones. Esta afirmación, igual que el razonamiento similar esgrimido en la Declaración de las Causas y Necesidad de Tomar las Armas, ocultaba la verdadera razón y el auténtico destinatario de la Declaración de Independencia. Aunque la intención del Congreso fuera pedir ayuda a Luis XVI y a Carlos III, lo más probable es que Jefferson no estuviera pensando en ambos monarcas en el propio momento de la redacción del texto. Lo que empleó para justificar la causa de la independencia fueron los sentimientos más elevados de los pensadores de la Ilustración –Locke en lo referente al derecho natural, Voltaire en cuanto a la opresión y Montesquieu acerca de la libertad–.29 La inclusión de cualquier súplica expresa dirigida a una potencia extranjera habría rebajado la dignidad y envilecido la Declaración a la que con tanto celo había dado forma. La idea era que la propia existencia del documento sirviera como toque de corneta para pedir ayuda.
La Declaración se convirtió en un documento de gran importancia histórica. Tras la apología inicial que ocultaba su verdadera intención, Jefferson desplegaba su prosa más elevada:
Mantenemos que estas verdades son obvias, que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador con ciertos Derechos inalienables, que entre estos están la Vida, la Libertad y la búsqueda de la Felicidad. Que para asegurar estos derechos se han instituido los Gobiernos entre los Hombres, derivando sus justos poderes del consentimiento de los gobernados.30
Continuaba lo anterior con una letanía de acusaciones al monarca británico por no haber cumplido con estos ideales. Se le imputaban desde ofensas generales contra las colonias a otras concretas como interferencia en procesos judiciales, secuestro, pillaje y saqueo. Jefferson no libraba de culpas a los británicos y los llamaba «Enemigos en la Guerra, en la Paz Amigos». Al declarar a los Estados Unidos miembro del conjunto de las naciones soberanas, Jefferson recordaba a sus anhelados aliados que ahora la nueva nación tenía «pleno Poder para emprender la Guerra, ultimar la Paz, entablar Alianzas, establecer el Comercio y hacer todos los demás Actos y Cosas a las que tienen derecho los Estados Independientes».
Solo al final del texto de la Declaración de Independencia Jefferson incluyó un pasaje que podría llamar la atención de los reyes de Francia y España de un modo especial: «Y en apoyo de esta Declaración, con una firme confianza en la protección de la divina Providencia, comprometemos todos nuestras Vidas, nuestras Fortunas y nuestro sagrado Honor». Es decir: para llegar a ser una nación independiente, autogobernada, hemos arriesgado todo lo que tenemos para ganar esta guerra con Gran Bretaña. Sin alianza militar, no existe la esperanza de que podamos seguir adelante. Por favor, venid en nuestra ayuda.
Al otro lado del Atlántico, Francia y España sopesaban sus opciones. Apenas habían transcurrido trece años desde que habían librado una guerra desastrosa con Gran Bretaña en la que habían perdido comercio, colonias e influencia. Una nueva contienda, del lado de los rebeldes norteamericanos, podía revertir las anteriores humillaciones –o llevar a ambos países a la ruina–.
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NOTAS
1. Phillips, K., 2012, 387-391.
2. Citado en Ferling, J., 2009, 114.
3. Citado en Ketcham, R., 1990, 70.
4. PBF, vol. 23, 237-238.
5. Resumo aquí textos de mi currículo de escuela primaria y secundaria, libros de texto de la Commonwealth of Virginia y de las Department of Defense Dependents Schools, libros de texto universitarios y varias enciclopedias en internet.
6. Wills, G., 1978, 325, expone argumentos análogos.
7. Bobrick, B., 1997, 156.
8. Armitage, D., 2007, 41-45; Lucas, S. E., 1994.
9. Maier, P., 1997, 51; Armitage, D., ibid., 31.
10. Vid. en Shain, B. A., 2014, 190-250 un relato y análisis a fondo.
11. Ibid., 274-293.
12. Liell, S., 2003; Ferling, J., 2011, 217-223. Gracias adicionales a Ray Raphael por señalarme la coincidencia con la llegada del discurso de Jorge III.
13. Liell, S., ibid., 174.