Oh, me habría encantado haber venido antes, conocerlo…
–No hay nada que conocer, madre –Melanie sacudió la cabeza. Sabía que su madre no podía tomarse una semana de vacaciones. Durante el último año había estado en Grecia, casi sin poder regresar a California–. Es estupendo. Y, sí, me ama.
–Entonces eso es todo lo que importa –besó la mejilla de Melanie–. Porque si te da un solo momento malo, tendré que matarlo, ¿sabes?
–Eso lo mantendrá a raya –la Marcha Nupcial ya había comenzado. Melanie respiró hondo, tratando de calmar los nervios–. Bueno, tocan nuestra canción.
–No, únicamente la tuya, nena. Jamás tocarán esa canción para mí.
Margo se había resignado a ello hacía mucho tiempo. El matrimonio no tenía lugar en su mundo. Era mejor pasar por la vida esperando poco, disfrutando de lo que tenías por el tiempo que durara. Y cuando alguna relación era demasiado larga, era ella quien con tacto le ponía fin. Antes de que otro lo hiciera en su lugar.
Alguien abrió las puertas y la música las envolvió. Margo aferró con fuerza el brazo que tenía en torno al suyo y comenzó a andar despacio con su hija por el pasillo. Como en casi todo en su vida, esa era otra ruptura con la tradición. Se sentía infinitamente satisfecha de que Melanie le hubiera pedido que fuera ella quien diera su mano.
Si su hija alguna vez había pertenecido a alguien, había sido a ella. Pero a partir de ese momento pertenecería a otra persona. Y ésta a ella.
Margo sintió que el corazón se le henchía con cada paso que daba. Había educado a su hija de la mejor manera que pudo, amando cada momento de ese tiempo. Pero había sido demasiado breve, demasiado corto.
–¿Te encuentras bien, mamá? –susurró Melanie, inclinando la cabeza.
–Sí –asintió Margo–, muy bien –aunque no era verdad. Ni siquiera era ella misma; le irritaba su falta de control–. Me prometí que no lloraría, y aquí me tienes, tan tradicional que podría gritar.
Respiró hondo y trató de frenar la humedad en sus ojos. Tras unos segundos, tuvo éxito. Deseó con todo su corazón tener a alguien con quien compartir ese momento. Pero a pesar de todos los amigos que había hecho, todos los hombres por los que sentía afecto y que la querían, no había nadie para esa ocasión especial. Nunca había tenido a alguien que vigilara a la joven asustada que se había convertido en madre y que, de algún modo, logró no estropear la vida del pequeño milagro que le habían confiado.
La única persona que había estado presente, con quien habría podido compartir eso, se había ido. Margo pensaba en Elaine, la mujer que había acudido en su ayuda, que la había sacado del pequeño estudio y del callejón sin salida que era su trabajo como cantante en un coro en Las Vegas, para llevarla a su casa y a su corazón. Gracias a Elaine había podido florecer, ser quien era en la actualidad.
–A tu tía Elaine le habría encantado verte así.
Melanie sonrió con ternura. La tía Elaine llevaba muerta casi tres años. El vacío que había dejado jamás se podría llenar. Pero amar a Lance había ayudado mucho.
–Lo sé, mamá, lo sé.
–Ese es él, ¿eh? –preguntó Margo, que no quería ponerse sentimental en un momento como ese.
–Sí, es él –la sonrisa de Melanie le iluminó toda la cara.
–Muy atractivo –los ojos de Margo se desviaron hacia el lado del novio en la iglesia. Bruce estaba en la primera fila, junto al pasillo–. La primera edición es tan atractiva como la segunda –apretó el brazo de Melanie–. Hacéis una hermosa pareja y tendréis hijos igual de hermosos.
Habían llegado junto al novio. Con cierta renuencia que la pilló desprevenida, Margo entregó a su hija a un hombre de ojos amables y luego dio un paso atrás.
–Veo que no bailas.
Bruce captó el aroma de un perfume sexy que acompañaba a la voz y sintió una mano en el hombro. Por segunda vez aquel día lo sorprendió la misma mujer.
Alzó la vista para ver a Margo a su izquierda. El comentario se basaba en el hecho de que estaba sentado solo a una mesa para ocho. Todos los demás bailaban. Se encogió de hombros al sentir que la mano se separaba de él.
–No me gusta bailar.
Ella sabía que había hombres que odiaban bailar, pero algo en la voz de Bruce hizo que Margo no quedara del todo convencida por la excusa. Se colocó delante de él para verlo mejor.
–¿No te gusta o no sabes? –un rápido vistazo le reveló lo que quería saber. Le tomó la mano, y se sintió aturdida por el poder controlado que experimentó. Siempre le habían gustado los hombres fuertes–. Lo que me imaginaba. Ven, deja que te enseñe –lo instó a ponerse de pie–. Todo radica en las caderas –para demostrárselo, acomodó la mano de él en su cadera y se movió despacio.
–¿Qué? –preguntó él al rato, con un nudo en el estómago.
–El ritmo –con gentileza lo condujo hasta la pista–. Deja que se apodere de ti. No pienses que es un baile, piensa en moverte con el ritmo –le asió la mano y estuvo lista para darle la primera lección.
Cuando él bajó la vista vio que el vestido se ceñía a ella como una segunda piel. Exhibió una sonrisa invitadora mientras pegaba su cuerpo al suyo.
–Pareces el tipo de hombre que sabe moverse con el ritmo –antes de que él pudiera protestar, se encontró rodeado de otras parejas. No quería llamar la atención, pero odiaba quedar como un tonto. Ella leyó la incertidumbre en sus ojos y la sintió en su cuerpo. Tenía miedo de hacer el ridículo. Margo lo había perdido hacía muchos años–. No te preocupes, fingiremos que tú me llevas.
–¿Cómo puedo fingir que te llevo cuando no sé lo que hago? –la misma sonrisa que vio en el rostro de Melanie iluminó el de Margo.
–Es sencillo. Los presidentes lo hacen todo el tiempo –le guiñó un ojo.
–Voy a pisarte –advirtió en un último esfuerzo por salvarse.
–Mis pies saben cuidarse –no iba a dejarlo escapar con tanta facilidad–. Relájate, Bruce. Pásatelo bien.
–¿Relajarme? –repitió. Sabía que se lo estaba pasando bien–. No era consciente de que estuviera tenso.
–Oh, sí, tus hombros se encuentran tensos –pasó con ligereza la mano por uno para recalcarlo–. Y a juzgar por la distancia que hay de un extremo a otro, es mucha tensión.
–Me falta práctica en más de una cosa –tomó su mano, más para inmovilizarla que para adoptar una postura de baile. Vio la diversión en los ojos de ella y ladeó la cabeza, olvidando que era un pez fuera del agua–. ¿Estás coqueteando conmigo? –la alegría se extendió por unos pómulos que habrían hecho llorar de júbilo a un escultor.
–Si tienes que preguntarlo, es a mí a quien le falta práctica –se relajó; estar con ese hombre le proporcionaba una absoluta placidez. De momento se dejó llevar por esa sensación–. Pero sí, estoy coqueteando contigo.
–¿Por qué? –apenas se conocían.
–¿Por qué coquetea una mujer? –encogió sus esbeltos hombros. Se subestimaba con el baile, ya que lo hacía bastante bien.
–Dije que me faltaba práctica.
–Una mujer coquetea para que el hombre la halague. O porque se encuentra con un hombre atractivo y le gusta obtener su atención. Coquetea porque es agradable. O para ser amistosa porque es así –pasaron junto a Lance y Melanie. Margo sintió una leve sacudida en el corazón. Había animado a Melanie a ser independiente desde que empezó a andar, pero hasta ese momento no había visto lo bien que había aprendido la lección. Melanie ya era una adulta–. O quizá –continuó en voz baja, mientras observaba a la joven pareja bailar– porque