Kat Cantrell

El escándalo del millonario


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      Editado por Harlequin Ibérica.

      Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      Núñez de Balboa, 56

      28001 Madrid

      © 2016 Kat Cantrell

      © 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

      El escándalo del millonario, n.º 183 - noviembre 2020

      Título original: A Pregnancy Scandal

      Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

      Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

      Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

      ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

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      Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

      I.S.B.N.: 978-84-1348-958-2

      Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

      Índice

       Créditos

       Capítulo Uno

       Capítulo Dos

       Capítulo Tres

       Capítulo Cuatro

       Capítulo Cinco

       Capítulo Seis

       Capítulo Siete

       Capítulo Ocho

       Capítulo Nueve

       Capítulo Diez

       Capítulo Once

       Epílogo

       Si te ha gustado este libro…

      Capítulo Uno

      La tercera vez que Alex se escondió detrás de la estatua griega, la curiosidad se apoderó del senador Phillip Edgewood. La había estado observando mientras charlaba con sus amigas y colegas.

      ¿Cómo no iba a mirarla?

      Alexandra Meer era la mujer más hermosa de la sala.

      Y resultaba sorprendente, ya que Phillip se esperaba que apareciera en vaqueros a la fiesta que había organizado para recaudar fondos, lo cual no le hubiera importado en absoluto, porque le gustaba con independencia de lo que llevara puesto.

      Pero aquella versión bien vestida y maquillada de la mujer que había conocido hacía dos semanas en la oficina de la empresa Fyra Cosmetics le había dejado sin habla.

      La senadora Galindo carraspeó para atraer la atención de Phillip a lo que le estaba diciendo. Ramona Galindo, la otra senadora estadounidense de Texas, y Phillip tenían mucho en común, y solían verse cuando ambos estaban en Dallas.

      Pero a Phillip le resultaba difícil prestar atención a la senadora mientras observaba el comportamiento sigiloso de Alex. Fingió escucharla porque el propósito de la fiesta era contactar con sus colegas fuera de Washington, pero siguió mirando a Alex.

      ¿Estaba tirando los canapés para que no se dieran cuenta de que no se los había comido? ¿O esperaba reunirse con alguien interesante en aquel hueco en sombras?

      Si se trataba de lo primero, a Phillip le pareció que era su deber cívico informarla de que él también odiaba los canapés, a pesar de que aquella fuera su fiesta. Si se trataba de lo segundo, también era su deber cívico concederle su deseo.

      En realidad, Phillip necesitaba distraerse. Ese día era el cumpleaños de Gina; mejor dicho, lo habría sido si su esposa viviera. Habría cumplido treinta y dos años. Cabría pensar que tras casi dos años de practicar el papel de viudo, sabría desenvolverse mejor. Sin embargo, allí estaba, dando tumbos.

      Eso le decidió. Podía pasarse el resto de la velada melancólico y malhumorado o podía hacer saltar las chispa que siempre se producía cuando estaba con Alex.

      Al acceder a ayudar a Fyra Cosmetics en el proceso de aprobación de un nuevo producto de la empresa por parte de la FDA, no se esperaba conocer a alguien tan interesante, sobre todo cuando ese alguien era la directora financiera de la empresa.

      Entre comidas y reuniones se había ido desarrollando «algo» entre los dos. Ella le reía los chistes y hacía que se sintiera un hombre, no un político. Y había accedido a acudir a la fiesta, cuando estaba casi seguro de que rechazaría la invitación.

      ¿Qué más indicios necesitaba él para aceptar que la relación podía llegar a ser algo más que la de dos personas que trabajaban juntas?

      –Disculpe –murmuró a la senadora Galindo mientras se estiraba las mangas de la camisa por debajo del esmoquin y se iba derecho hacia la mujer más interesante de la fiesta para pillarla… haciendo lo que estuviera haciendo.

      Se cruzó de brazos y se metió detrás de la estatua, impidiendo de ese modo que ella se moviera. El aroma de Alex lo abrumó al principio. Luego lo hizo ella, alertando sus sentidos.

      –Qué casualidad encontrarte aquí –dijo él alegremente–. Espero no ser el tipo aburrido al que tratas de evitar en la fiesta.

      Alex lo miró con los ojos como platos, que rápidamente se volvieron cálidos Eran de un fascinante color verde con una mota castaña en el iris izquierdo. No se parecía a ninguna otra mujer de las que Phillip conocía, lo cual decía mucho, ya que se relacionaba con la élite de Dallas y Washington.

      –Claro que no. El tipo más aburrido es el alcalde –Alex gimió, lo cual le hizo sonreír–. Quiero decir que no estoy evitando al alcalde. Tampoco es un hombre aburrido. ¡Tú tampoco! No estoy evitando a nadie.

      ¿Estaba mal