Pilar Pont Geis

Tercera edad


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y desean integrarse a uno de estos programas, nos daremos cuenta de que las motivaciones son muchas y variadas, pero que las podemos agrupar bajo estos cuatro aspectos: prevención, mantenimiento, rehabilitación y recreación. Partiendo de esta base, toda la teoría y la práctica que se expone en este libro se centra en estos aspectos, desarrollando y justificando su forma de ser.

      El contenido de este libro consta de dos partes generales: una prime-ra parte basada en conocimientos y aspectos teóricos y una segunda parte, donde se desarrollan los contenidos de forma práctica.

      En cuanto a la teoría, se desarrolla el tema de la tercera edad desde diferentes vertientes; en primer lugar, se realiza un estudio de todos aquellos aspectos físicos, psíquicos y socio-afectivos que caracterizan a estas personas, su relación con la actividad física y la salud. En segundo lugar, abordamos un tema tan básico como es el de la alimentación, ya que una actividad física adecuada debe ir siempre acompañada de una correcta alimentación, pasando a continuación a desarrollar una serie de puntos de interés para aquellas personas mayores que deseen iniciar una actividad física, tocando temas como la necesidad de su práctica, desarrollando aquellos elementos motivadores que mueven a hacer actividad, dando referencias de los lugares donde acudir, la forma de practicar, cuándo y cómo iniciarse en su práctica, etc.

      Pasamos a continuación a abordar todos aquellos elementos que intervienen para llevar a cabo un programa, o sea, todos aquellos aspectos metodológicos que todo profesional de la actividad física debe conocer y valorar para llevar a buen término un programa. Ya que para que se produzca una buena relación en las sesiones entre el responsable y el grupo, para que éste mejore y avance, es necesario planificar adecuadamente el proceso de enseñanza-aprendizaje, de otro modo se produce una desmotivación por parte de los asistentes y como consecuencia el abandono de la actividad. Es necesario que el responsable se forme constantemente, que conozca todos los aspectos que caracterizan a las personas mayores, la forma de incidir en ellos positivamente mediante una práctica de actividades físicas adecuadas al grupo.

      Por último, desarrollamos todos aquellos contenidos que consideramos adecuados para su práctica con las personas mayores; abordando no sólo desde un punto de vista teórico, sino también práctico, ofreciendo las actividades agrupadas por su forma y por los objetivos que mediante su práctica podamos conseguir.

      Este libro intenta, pues, ser útil y práctico, no tan sólo para los profesionales de la actividad física, sino también para aquellas personas mayores y adultos que tengan un interés en introducirse e informarse sobre este tema.

      PRIMERA PARTE

       TEORÍA

      CAPÍTULO I

       GENERALIDADES

      La ancianidad es una etapa más de la vida, para la que debemos prepararnos con objeto de vivirla de la mejor manera posible.

      Nacemos, crecemos, maduramos, envejecemos. Hay que aceptar todo el proceso y adaptarse física y psicológicamente a cada una de sus etapas. En los primeros estadios de la vida, la evolución es muy rápida; los cambios que sufre un ser humano en muy pocos años, desde que nace hasta la adolescencia, son muy significativos. El individuo está en constante evolución, diariamente su cuerpo se va desarrollando, hasta convertirse en adulto. Paralelamente, hay un desarrollo a nivel psíquico e intelectual, el niño y el adolescente van madurando y aprendiendo muy rápidamente. A medida que la persona se va haciendo mayor, esta evolución es más lenta, o al menos, más latente. Alrededor de los 21 años, el crecimiento corporal se detiene, el joven deja de crecer físicamente, aunque su organismo sigue evolucionando. Podríamos decir que el crecimiento o, mejor dicho, el desarrollo es más a nivel intelectual que físico. Más adelante, llega un momento en que el organismo comienza una fase de involución y se inicia un envejecimiento. Exterior-mente, se manifiestan algunos rasgos de envejecimiento como: cabellos blancos, arrugas en las manos y en la cara, flacidez y demás signos de envejecimiento. También los órganos internos empiezan a dar señales de cansancio o de falta de atención, como, por ejemplo, dolores musculares o articulares, problemas respiratorios, o bien circulatorios. Social-mente, se considera que es alrededor de los 60-65 años, edad que coincide con la jubilación, cuando estas señales empiezan a manifestarse. A pesar de que cada organismo, cada tejido, cada aparato envejece por cuenta propia y con velocidad y ritmo distintos a otros, no se puede hablar de un punto, un instante en la vida del ser humano en que la evolución se vuelva involución. Sus causas continúan siendo un misterio, aunque se han efectuado y se siguen realizando numerosos trabajos de investigación al respecto. Dichos trabajos han demostrado que el programa de vida inscrito en nuestros genes se desarrolla de manera distinta según los individuos y está considerablemente influido por el medio en que vivimos.

      “La persona mayor ha de tomar una actitud positiva en la vida y la primera de estas actitudes básicas es aprender a ser uno mismo, aprender a saber vivir consigo mismo, a conocerse tal y como uno es, con sus dimensiones reales, espaciales, temporales, corporales, espirituales.”José M. Cagigal, Oh deporte! (Anatomía de un gigante), Valladolid, editorial Miñón, pág. 194.

      A lo largo de toda la vida vamos aprendiendo y madurando. La tercera edad es el momento más alto de la madurez. Las personas mayores tienen en su poder un tesoro de sabiduría y experiencia y sólo por ello merecen respeto, por lo que deben ser valoradas y no marginadas.

      Son muchos los años que permiten prepararse para la vejez. A lo largo de toda la vida se tiene la posibilidad de disponerse a vivir una ancianidad sana y equilibrada y de aceptar la llegada de este momento evolutivo de una manera positiva y natural. De hecho, cada etapa de la vida supone una preparación para la siguiente. Así, el proceso evolutivo de un niño resulta positivo si supera adecuadamente cada uno de los momentos de su desarrollo, tanto a nivel físico como intelectual y afectivo. Y así como la infancia es una preparación para la adolescencia, ésta lo es para la edad adulta y esta última para la vejez. Para vivir una vejez sana, es necesario interiorizar cada una de las etapas anteriores y aprovechar las posibilidades que ofrece cada momento evolutivo. Hay que enriquecer las vivencias e intentar ser felices siempre que sea posible, buscar soluciones a los problemas que vayan surgiendo a lo largo de la vida y encontrar alternativas para cada situación. Hay que procurar seguir evolucionando siempre, tanto física como intelectualmente, sin dejarse llevar por la comodidad y la rutina, fortaleciéndose, enriqueciéndose en todo momento y a cualquier edad. Hay que sentirse vitales siempre desde el nacimiento hasta la muerte.

      Cuanto más se enriquezca la vida y de cuantos más recursos se disponga para enfrentarse con las diferentes situaciones, mejor se afrontará la vejez y mejor se aceptarán los posibles problemas con los que nos podemos encontrar en esta etapa de la vida.

      Me parece básico vivir siempre con ilusiones, hacer planes, tener proyectos a corto y a largo plazo. Aprender a valorar las pequeñas cosas de la vida, lo que sucede a diario, para fortalecerse y enriquecerse interiormente. Llegada la vejez, es necesario no encerrarse en uno mismo y no dejarse vencer por los problemas y las preocupaciones. Aunque la sociedad nos jubile, seguimos siendo personas llenas de necesidades y motivaciones; será necesario, pues, aceptar con optimismo la nueva situación y buscar en todo momento la parte positiva de las cosas. Es importante buscar actividades gratificantes que ocupen el tiempo libre de que se dispone, que ayuden a sentirse mejor, a aceptarse a sí mismo y a los demás. Algunas de ellas deberán estar encaminadas a mejorar la agilidad y a sentir, valorar y conocer el propio cuerpo. Posiblemente a lo largo de la vida no se haya dedicado tiempo al cuidado y conocimiento del cuerpo, ha estado abandonado y olvidado y, sólo en el momento en que éste comienza a fallar, a dar signos externos de envejecimiento, nos damos cuenta de que tenemos un cuerpo al que hay que atender. Pocas veces a lo largo de la vida, nos paramos a pensar en el cuerpo, a sentirlo, a observar cómo se mueve y se desplaza, cómo reacciona ante el exterior y cómo se relaciona con su entorno. Nuestros movimientos se han visto limitados a los necesarios para la realización del quehacer diario: desplazarse para ir a trabajar, agacharse a recoger algo que se ha caído, sin fijarnos siquiera en cómo nos agachamos, etc. Muy pocas han sido las horas que se han dedicado a conocer el propio cuerpo, a sentirlo y a valorarlo.

      Hay que intentar, pues, ahora,