Amanda Browning

Arriesgando el corazón


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      Había conocido a Robert y Georgia Maitland en Australia hacía algunos años y, desde entonces, eran amigos. Esa era su primera oportunidad de reunirse de nuevo desde que Robert se había retirado de la carrera diplomática el año anterior.

      –Vaya suerte la tuya. ¿Estará ella allí? –le preguntó Nick.

      –No tengo ni idea –respondió Lance ausentemente.

      Su mente estaba pensando en esa posibilidad. Ansiaba volverla a ver. Y esa vez todo iba a ser diferente. Cuando veía algo que quería, no paraba hasta conseguirlo, y quería a Kari Maitland.

      –No le va a gustar nada cuando descubra que ha hecho la tonta contigo –afirmó Nick.

      Lance lo sabía, pero se negó a ser negativo. Quería que Kari Maitland fuera su esposa y siempre conseguía lo que quería.

      –No permanecerá mucho tiempo enfadada. El Día del Trabajo ya estaremos casados.

      –¿No crees que te estás pasando de confianza? No me pareció una mujer que estuviera lista para caer en tus brazos.

      –No lo estaba intentando.

      Lo cierto era que, generalmente, no lo tenía que intentar mucho, pero ese era el reto.

      –Bueno, si alguien lo puede hacer, ese eres tú –admitió Nick–. Pero no va a ser fácil.

      Lance se rió.

      –Muy bien, me encantan los retos.

      –De todas formas, yo procuraría que no se acercara a cosas afiladas o duras. Parece que tiene un carácter bastante fuerte, por lo que he visto al entrar.

      Lance sonrió.

      –No te preocupes. Soy muy capaz de cuidar de mí mismo y de Kari Maitland.

      Lance vio entonces el ejemplar del periódico que ella había dejado sobre la mesa, lo abrió y leyó rápidamente el famoso artículo. Apretó la mandíbula cuando terminó y sintió un mal sabor de boca. Sin duda, aquella era la peor basura periodística que había leído desde hacía tiempo. Sintió un poco de compasión por la amiga de Kari.

      Le tiró el ejemplar a su primo y lo miró duramente.

      –Ella tenía razón en esto, Nick. Este artículo apesta –dijo mientras alcanzaba su bolsa de viaje.

      Nick lo miró.

      –¿Y qué quieres que haga? El dueño elige la línea editorial del periódico.

      Lance se levantó.

      –Podrías intentar encontrar otro trabajo, uno en que puedas emplear mejor tu talento. Si no lo haces, bien podrías publicar una disculpa.

      –Eso no se ha hecho nunca anteriormente.

      –Crea un precedente. Ganarás más amigos de los que podrías perder –le sugirió Lance al tiempo que le daba la mano–. Gracias por el despacho, Nick. Necesitaba el descanso.

      –De nada. Y ya veré lo que se puede hacer con el artículo.

      Lance le dio una palmada en el hombro y luego salió y se dirigió a los ascensores. Llamó uno y pensó que, cuanto antes llegara al hotel, mejor. Pensaba darse un largo y cálido baño, seguido de un sueño aún más largo.

      Mientras bajaba, pensó de nuevo en Kari Maitland. Esa mujer era sorprendente. Admiraba la defensa que había hecho de su amiga. ¡Esa mujer sabía como pelear sucio! Había sido una oponente de altura. Y no había tenido miedo de él.

      Se le escapó una risa. No iba a ser fácil ganarla, pero sabía que lo podía hacer. A pesar de que aún no lo sabía, los días de Kari Maitland como soltera estaban contados.

      Sin saber lo que estaba pasando en su ausencia, Kari abandonó la redacción del periódico llena de ira. Había fallado, y ella odiaba fallar. No la aliviaba decirse a sí misma que no había tenido la menor posibilidad de ganar. La verdad era que lo había hecho todo mal desde el principio. Mantenía todo lo que había dicho, pero era lo suficientemente inteligente como para saber que lo había estropeado todo desde el comienzo. No debía haber perdido los estribos. Había tenido toda la intención de decirlo todo fríamente, pero… ¡Ese hombre la había hecho enfadar tanto!

      ¡Esperaba que tuviera la mayor y peor de todas las resacas posibles!

      Miró su reloj y vio que ya llegaba tarde a la tienda. Era la dueña y llevaba ella misma una librería y se habría prometido que no llegaría tarde. Por supuesto, eso fue antes de haberse encontrado a Sarah llorando a lágrima viva. Nada había ido bien después de eso.

      Hacía unos cinco años que se había ido a vivir a Brunswick porque no había sido capaz de seguir en la misma casa que había compartido con Russ después de que él muriera. Contenía demasiados recuerdos para ella… malos al final. Había tenido la suerte de que el anterior librero hubiera decidido jubilarse y ella había utilizado parte del dinero de la venta de la casa para comprar la librería, una pequeña casa en las afueras de la ciudad.

      Comprar la librería le había dado a su vida un propósito que había perdido con Russ. En la universidad había estudiado para librera y gestión de archivos y le resultó un placer desarrollar su trabajo en esas facetas. Tenía a una ayudante contratada, Jenny, y dos estudiantes que iban un par de días a la semana para ayudar.

      Jenny estaba atendiendo a un cliente cuando Kari llegó media hora más tarde. Llamó a Sarah nada más entrar en la pequeña oficina y, mientras su amiga contestaba, repasó mentalmente todos los acontecimientos. Ahora su ira se había enfriado y podía verlo todo más objetivamente. Eso la hizo ruborizarse. Cielo Santo, las cosas que había dicho. Entonces se dijo que no tenía que ser tonta. Ese hombre se lo había merecido todo y más.

      Inevitablemente, pensar en él le recordó otras cosas, tal como por ejemplo, lo muy consciente que había sido de él. Sus sentidos habían cobrado vida de una manera completamente inesperada. Durante cuatro años, ningún hombre había despertado en ella más que un interés pasajero, que había desaparecido a las dos o tres citas. Ese día había mirado a esos ojos grises y todo eso había cambiado. Se había producido en ella una atracción física por él que era sorprendente.

      ¿Y por qué tenía que sentirla precisamente por ese tipo? Era un hombre al que no podía respetar en absoluto. ¿Cómo se podía sentir atraída precisamente por él cuando había tantos otros hombres para elegir? ¡Debía haberse vuelto loca! Se sintió aliviada cuando pensó en las pocas posibilidades que había de que se volvieran a ver.

      Nada más oír la voz de su amiga por teléfono, le dijo:

      –Lo siento, Sarah, lo he estropeado todo.

      –No importa. Por lo menos lo has intentado –respondió Sarah Benton.

      –¡Pero ha sido muy injusto!

      –Estoy de acuerdo, lo mismo que Mark. Me llamó justo después de que te marcharas.

      –¿Y?

      Sarah se rió tan contenta.

      –Me dijo que ya sabía todo eso de mi padre. Que si fuera de la clase de hombres que permiten que las historias viejas lo separaran de mí, no me merecería. Me dijo que me ama y que, si quiero escuchar algunas verdaderas historias de terror, podríamos sacar a relucir algunos de los esqueletos de su familia.

      Kari se rió.

      –¡Bien por él!

      –¡Soy tan feliz!

      –Tienes todo el derecho a serlo.

      Bueno, pensó Kari, al final todo iba a ir bien.

      –Fui una idiota al preocuparme tanto. Es sólo que mi padre…

      –Ya lo sé.

      –No voy a volver a pensar más en el pasado. Voy a mirar adelante, no atrás –dijo Sarah felizmente y Kari volvió a sonreír.

      –Ese