Leoma —dijo en voz alta.
—Tenéis que comer, milady.
—No tengo hambre —sabía que se portaba como una niña malcriada, pero los insultos le habían revuelto el estómago.
—Tienes que comer, Gillian.
Cerró los ojos al oír la voz de Brice. Gillian no lo había visto al entrar en el salón, pues prefería sentarse a una mesa más baja y no a la que su hermano había hecho construir en el estrado para su uso.
—Marchaos, por favor.
—No.
Brice no rogó ni suplicó, tampoco ordenó. Simplemente pronunció la palabra con la inevitabilidad que implicaba. Gillian salió de la cama y se acercó a la puerta; quitó el cerrojo y se echó a un lado para que él pudiera entrar. Brice entró, dejó fuera a Leoma, cerró la puerta y se apoyó contra ella. Gillian se quedó esperando a que hiciera o dijera algo, pero simplemente la observó.
Luego se movió, pero sólo para acariciarle las mejillas y secarle las lágrimas que ella ni siquiera sabía que hubiese derramado. Sus caricias fueron tiernas y, si todo terminaba al día siguiente, las recordaría siempre.
—Ya te he hecho daño dos veces, Gillian. Dos veces en las que debería haber escuchado el consejo de otras personas.
Gillian se miró el brazo, pensando que se refería a eso. Le dolía después de haberse chocado con Leoma, pero eso no era culpa de Brice.
—No sólo ahora, Gillian —dijo él—. Siéntate —le dio la vuelta a la silla y la señaló—. ¿Podemos hablar de las cosas importantes entre nosotros?
Al igual que Brice esperaba a que ella estuviese preparada para buscar placer, también había esperado a que estuviese preparada para afrontar las situaciones difíciles entre ellos y a su alrededor. Pero había pasado demasiado tiempo, los peligros aumentaban y él seguía sin saber mucho más de lo que sabía al tomar Thaxted. Al ver su ceño fruncido se dio cuenta de que, aunque no hubiese confianza entre ellos, al menos tenía que haber franqueza.
—Le permití a tu hermano dictar los términos y al final tú acabaste herida. Quería aprender más de él y de sus propósitos, pero sólo acabé aprendiendo más sobre su deshonra y su maldad. Pensaba que, al apartar a tu hermano del poder y al demostrar que es posible otro tipo de gobierno, como el que tenía tu padre, me aceptarían. Pensé que podría ganarme su confianza y su apoyo, y también el tuyo —se pasó las manos por el pelo y la miró—. En vez de eso, no he sido capaz de darme cuenta de que me llevará más de quince días construir algo que tu hermano demostró que podía destruirse en un momento.
Al ver cómo su expresión había cambiado al entrar en el salón, se había dado cuenta de que los sirvientes susurraban insultos hacia ella. Algunos ni siquiera habían sido sutiles. Y todos señalaban semillas de maldad sembradas por Oremund. Para obtener la verdad, tenía que conseguir que Gillian le explicase más acerca de sus lazos familiares y los riesgos implicados, pues no había nadie más implicado a fondo en aquel asunto que ella. Se agachó junto a Gillian y la miró cara a cara.
—Pero para hacer eso y para establecer aquí mi gobierno, necesito tu ayuda, Gillian. ¿Me contarás la verdad sobre tus padres y sobre el poder de Oremund sobre Thaxted?
Observó cómo una serie de emociones cruzaba su rostro, pero finalmente asintió. Él se apartó para darle espacio y para poder concentrarse en sus palabras en vez de en su aroma, o en cómo su piel incitaba a tocarla.
—Mi padre tomó a mi madre como su amante dos años después de que Oremund naciera. Yo no sé qué ocurrió entre mi padre y su esposa, pero se decía que no volvió a compartir su cama tras el nacimiento de Oremund. Cuando yo nací, las cosas se volvieron difíciles entre mi padre y su esposa, así que él empezó a pasar cada vez más tiempo aquí en Thaxted. Lady Claennis fue enviada a una de las propiedades norteñas de mi padre, junto con Oremund. El día después de que mi padre recibiera la noticia de su muerte, se casó con mi madre.
A Brice se le ocurrió una buena razón para aquella separación tan visible y pública, pero no quiso decirla en voz alta sin tener más prueba que sus sospechas.
—¿Y siguió viviendo aquí mientras Oremund vivía en el norte? —junto a Mercia y Northumbria, y a los constantes daños de Edwin y de Morcar, hijos de Aelfgar.
—Sí, y creció el resentimiento. Cuando llegó a la mayoría de edad, mi hermano empezó a cuestionar todo lo que hacía mi padre, incluso lo contradijo en lo referente a aliados y enemigos. Cuando el rey Eduardo murió y Harold fue coronado, las cosas empeoraron, pues cuando llegó la llamada del rey, Oremund la rechazó. Y mi padre tuvo que luchar en su lugar.
La tela de araña quedó clara entonces, y la conexión evidente entre Oremund y los condes del norte hablaba de una conspiración mucho mayor de lo que había imaginado en un principio. ¿Acaso el rey Guillermo pensaba que sacando a Morcar, a Edwin y a Edgar de Inglaterra podría frenar sus planes? Y con Edmund Haroldson aún vivo y reclutando más y más rebeldes para su ejército invisible, las cosas podían ir mucho peor.
—¿Y tu madre?
Gillian suspiró y la tristeza invadió su voz.
—Enfermó cuando las cosas entre mi padre y Oremund se pusieron peor, como si pensara que ella era la causa de su disputa. Cuando empeoró, mi padre se la llevó a las hermanas del convento, que eran conocidas por sus habilidades curativas.
Brice sintió un escalofrío por la espalda y esperó a que le contara más.
—¿Y?
—Murió sin poder regresar a Thaxted. Un día mi padre recibió la noticia de su muerte y, para cuando llegamos, ya había sido enterrada. Dado que mi padre le había legado Thaxted, me nombró a mí heredera, y Oremund recibió las demás propiedades y el título cuando murió mi padre.
Aquella extraña sensación regresó con la promesa de que había más, mucho más que aquello. Algo que explicaría la obsesión de Oremund por mantener a Gillian cerca a pesar de odiarla. Antes de poder hacer la siguiente pregunta, el sonido de su estómago rompió el silencio.
Gillian se sonrojó y él se dio cuenta de que había bajado al salón a desayunar y aún no lo había hecho.
—Mis disculpas por hacerte pasar hombre. Vamos, la comida nos espera abajo.
Obviamente ella se mostraba reticente. Dudaba entre bajar con él al lugar en el que no era bienvenida o quedarse allí, sola, pero segura.
—Ven conmigo —insistió él, y Gillian finalmente le dio la mano y se levantó.
Mientras caminaba hacia el salón, sabía lo que tenía que hacer. No le había gustado cuando Giles había hecho algo similar, pero ahora comprendía la necesidad de una muestra pública. Brice condujo a Gillian escalera abajo, tentado en varias ocasiones de tomarla en brazos. Cuando llegaron comprobó que sus hombres, al menos, habían llevado a cabo sus órdenes.
Todos los sirvientes encargados de trabajar dentro estaban allí reunidos, aguardando su regreso. No necesitaba hacer una gran demostración; algo pequeño sería efectivo y serviría para difundir la palabra. Cuando Gillian intentó apartarse de su lado, él le sujetó la mano y esperó mientras Ansel pronunciaba su nombre y su título.
—Lord Eoforwic, que Dios lo tenga en su gloria, se casó con Aeldra de Thaxted y le legó la fortaleza —comenzó—. En su testamento declaró que Gillian, lady Thaxted, era la heredera de su madre y que se quedaría con la fortaleza y con los terrenos a su muerte, sin tener poder sobre sus otras fincas y títulos. Guillermo de Normandía me ha nombrado a mí, Brice Fitzwilliam, barón de Thaxted, y me ha entregado a lady Gillian en matrimonio. Por el rito de la Iglesia Católica y ante testigos, ahora es legalmente mi esposa, lo que confirma su lugar aquí… —hizo una pausa y recibió las miradas directas de algunos de ellos—. Si le faltáis al respeto a ella, me lo faltáis a mí. Si la desobedecéis, me desobedecéis a mí.