Darío López R.

El padrenuestro


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visitantes y a sus potenciales lectores. Las librerías evangélicas muestran en sus estantes libros sobre este tema, que ofertan constantemente a sus habituales clientes y a las personas interesadas en el tema. Sin embargo, a pesar de que el menú puede ser bastante variado en extensión, contenido y calidad, difícilmente se pueden encontrar estudios bíblicos acerca de la oración cristiana, particularmente, estudios bíblicos sobre la “Oración del Señor” (Hamman 1967: 102), conocida universalmente como el Padrenuestro.

      Precisamente, con este breve libro, pensado principalmente como una guía de estudios bíblicos sobre el Padrenuestro, se busca llenar el mencionado vacío y ofrecer a los creyentes, a las congregaciones, a los pastores y a los estudiantes de los centros de formación pastoral, un insumo para valorar y repensar la oración cristiana. Particularmente, se pretende revalorar la dimensión personal, familiar, social y política, privada y pública del Padrenuestro, oración modelo a la cual se ha llamado la “oración de la liberación integral” (Boff 1986: 13) o la “oración liberadora” (Pikaza 1985: 346).

      En esta guía de estudios bíblicos, sin perder de vista lo que se enseña en el Nuevo Testamento sobre la oración cristiana, se busca que los participantes en los grupos de estudio bíblico de las congregaciones locales, así como los asistentes a las Escuelas Dominicales y a los cursos intensivos de discipulado, se encuentren cara a cara con la Palabra de Dios y le confiesen, como lo hizo el salmista hace muchos años: Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino (Sal 119.105), o expresen al unísono:

      La ley de Jehová es perfecta, que convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel, que hace sabio al sencillo. Los mandamientos de Jehová son rectos, que alegran el corazón; el precepto de Jehová es puro, que alumbra los ojos. El temor de Jehová es limpio, que permanece para siempre; los juicios de Jehová son verdad, todos justos. Deseables son más que el oro, y más que mucho oro afinado, y dulces más que la miel, y que la que destila del panal (Sal 19.7–10).

      Las preguntas formuladas en cada capítulo, luego del análisis bíblico y teológico respectivo, buscan que los participantes pasen de la observación del pasaje bíblico, a una comprensión de él con el objeto de, finalmente, reflexionar sobre las lecciones que se derivan de este estudio para su vida personal, familiar y ciudadana.

      La intención que subyace en cada capítulo es que los miembros de las congregaciones, los pastores y los estudiantes de teología, entre otros, comprendan mejor los fundamentos de la fe evangélica; tengan una vida personal y familiar más saludable, acorde con los principios del reino de Dios; y sean ciudadanos modelos cuya contribución a la paz, la justicia y la reconciliación, sea visible y ejemplar en sus contextos particulares de misión.

      Además, para enlazar la propuesta teológica, pastoral y misional del Padrenuestro con el mensaje del Nuevo Testamento sobre la liberación integral que el reino de Dios trae consigo, se añaden dos estudios bíblicos que tratan sobre el mismo tema, aunque, quizás, desde una perspectiva distinta a la de la Oración del Señor. Uno de los estudios examina la propuesta liberadora del Magnificat o canto mesiánico de María de Galilea (Lc 1.46–55). El otro estudio profundiza en la oración liberadora de la comunidad de discípulos de Jerusalén en circunstancias en las que peligraba no solamente su integridad física debido a las amenazas de las autoridades político-religiosas temporales de ese tiempo, sino también la proclamación pública de la buena noticia del reino de Dios (Hch 4.23–31).

      Villa María del Triunfo, enero de 2020

      La oración cristiana

      Vivimos en sociedades humanas en las cuales las personas de toda condición social y trasfondo cultural están buscando, desesperadamente, orientación y consejo para tener una vida más saludable en el mundo cambiante de estos días. La proliferación de brujos y adivinos en las calles y en los programas de televisión, las personas que leen las manos y la lectura de horóscopos, son señales claras de la existencia de múltiples necesidades que tienen los seres humanos, cualquiera sea su trasfondo social, cultural o religioso. Cabe, entonces, la siguiente pregunta: ¿En qué se diferencian las palabras y los consejos de brujos y adivinos de los consejos bíblicos como la exhortación a orar siempre, incansablemente y sin desmayar? (Lc 18.1).

      La oración, para un discípulo de Jesucristo, es una disciplina espiritual necesaria y vital en su comunión con Dios, así como en el cumplimiento de su misión en el mundo. En otras palabras:

      La oración es el corazón de la vida cristiana. Es mediante ella que nos comunicamos con Dios, y también es frecuentemente a través de ella que Dios se comunica con nosotros. La oración no es solo un hablar, sino también un escuchar; no es solo un pedir, sino también una entrega; no es solo una meditación, sino también una alabanza; no es solo una práctica, sino también un misterio; no es solo una devoción, sino también un ministerio (González 2019: 7).

      Así lo comprendió el apóstol Pablo y, por eso mismo, les dio este consejo a los discípulos de la ciudad de Tesalónica: Orad sin cesar (1Ts 5.17). Su consejo fue claro, preciso y directo. No se trataba de un consejo pasajero, ocasional, improvisado, o de un mandato temporal. No dependía tampoco del estado de ánimo cambiante de los discípulos ni del tiempo del que disponían para dedicarse a la práctica de esta disciplina espiritual. La palabra “orad” indica que se trata de un mandato, de una ordenanza, de un imperativo en el que no hay lugar para las dubitaciones ni las postergaciones.

      El mandato de orar que el apóstol Pablo dio a los discípulos de Tesalónica se refuerza en su segunda parte, pues ahí se indica que la oración debe ser continua. Las palabras “sin cesar” indican que la oración tiene que ser una práctica perseverante, permanente, impostergable. El consejo apostólico enfatiza, entonces, que la oración no es opcional o secundaria para la vida cristiana. Es una disciplina espiritual que debe estar incorporada como una marca característica del seguimiento a Jesús.

      En síntesis, para los discípulos de Jesús de Nazaret, la oración perseverante, “sin cesar”, es una exigencia cotidiana. Sin embargo, no se trata de un mandato en el cual se les pide a los discípulos que permanezcan orando cada hora, cada minuto y segundo del día, dejando a un lado cualquier otra ocupación, Se trata, más bien, de tener siempre un espíritu de oración, así como la disposición de orar en todo tiempo, indesmayablemente, reconociendo de esa manera su dependencia del Señor.

      La enseñanza bíblica respecto al lugar fundamental, central, medular, que tiene la oración en la vida de los creyentes es abundante. En el Antiguo y el Nuevo Testamento encontramos tantos ejemplos de oración como la mención de las circunstancias en las cuales los creyentes elevaron su clamor a Dios. Una clara muestra es la oración registrada en el salmo 42:

      Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía. Mi alma tiene sed de Dios, del Dios vivo; ¿cuándo vendré y me presentaré delante de Dios? Fueron mis lágrimas mi pan de día y de noche. Mientras me dicen todos los días: ¿Dónde está tu Dios? (Sal 42.1–3).

      En el Antiguo Testamento se subraya que la oración es un elemento clave de la fe bíblica. Las experiencias de Ana, la mamá del profeta Samuel (1S 2.1–10), del rey David (Sal 51.1–19) o del rey Asa (2Co 14.11), son suficiente evidencia.

      En el Nuevo Testamento se trata insistentemente el tema de la oración haciendo uso de ejemplos (Fil 1.3–11; Hch 12.5), parábolas (Lc 18.1–8) o demandas específicas relacionadas con la responsabilidad de orar siempre (1Ti 2.8; Stg 5.16).

      Todos estos ejemplos de oración indican que, mediante la práctica de la oración, los discípulos confiesan la soberanía de Dios, afirmando así que únicamente Él controla todo el universo, y que Él tiene la última palabra en la historia. Confiesan su fe en Dios como Creador de todo lo que existe y dueño de todo el universo. Confiesan que Él es el Señor de la Historia, afirmando de esa manera que las autoridades temporales tienen solamente un poder conferido o delegado, ya que el poder último lo tiene únicamente Dios. Confiesan que Él se comunica con los seres humanos y actúa en el terreno de la historia.

      Así se puntualiza en la oración comunitaria de la primera generación de discípulos que Lucas registra en Hechos de los Apóstoles, una oración relacionada o conectada