Sandra Field

Suya por una noche


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le pasaba?

      Devon intentó controlarse. Esperaba que aquel impulso no se le hubiera notado en la cara. Lo miró con desdén y dijo:

      —Estoy segura de que conoce a un montón de mujeres.

      —No lo niego.

      —En mi opinión, el hombre que se jacta de sus conquistas no merece la pena.

      —Aquellos que tienen poca experiencia, señorita Fraser, tienen que conformarse con opiniones.

      Evidentemente a él le resultaba poco atractiva para conseguir un hombre. Devon apretó los dientes y dijo:

      —¡Algunos preferimos elegir las experiencias! Usted tiene buen aspecto. Eso lo reconozco. Pero un hombre, en mi opinión, nuevamente, debe tener más sustancia que el envoltorio.

      —¡Tiene muchas opiniones acerca de los hombres, para ser una mujer cuyo envoltorio no garantiza una segunda mirada!

      «¡Me las pagarás!», pensó Devon. «Haré que me mires más de dos veces, playboy arrogante». Llevaba dos vestidos en las fundas de plástico: uno perfectamente correcto para una boda de alta sociedad, y el otro más interesante, pero de ninguna manera tan correcto. Ya sabía cuál se iba a poner. Acababa de decidirlo.

      Claro que si era lista, se pondría el menos llamativo pero más seguro. Porque lo peor era que, a pesar de aquella absurda conversación, encontraba a Jared muy atractivo. Debía de ser su masculinidad que llamaba a su femineidad en un nivel muy básico. Él irradiaba una seguridad sexual que la irritaba intensamente, en parte porque estaba segura de que él era completamente inconsciente de ello. Él no estaba intentando atraerla. ¡Oh, no! ¡Ella no valía la pena aquella pérdida de tiempo ni el esfuerzo!

      Pero aquella forma de estar, ese pelo negro cayéndole por la frente bronceada, la fuerza de sus dedos, cada molécula de su cuerpo, la atraía. Aunque cada una de sus palabras la advertían de que huyera de él. Ella se las había arreglado muy bien para mantener su sexualidad oculta durante los últimos años. Y si bien Jared Holt la atraía y la enfurecía, también le daba miedo.

      —Está muy callada —dijo él—. ¿No me diga que se ha quedado sin opiniones?

      —Las he malgastado con usted.

      —Todo este día está malgastado para mí —dijo Jared con énfasis.

      —Entonces… al final… estamos de acuerdo en algo.

      Con repentina impaciencia, él tiró de ella para que entrase, cerró la puerta y la llevó por un gran corredor hacia el hueco de una escalera de caoba. Era fuerte. Ella sabía que sería inútil resistirse a él.

      Devon apoyó una mano en la barandilla, e intentando herir el ego de Jared, le dijo:

      —Nos complementamos entonces…

      —Se me debe de haber escapado algo, porque no entiendo qué quiere decir.

      —Me refiero a su buen aspecto, ¿se acuerda? El envoltorio. Me resulta algo familiar usted. Aunque no sé bien por qué. ¿Ha trabajado alguna vez de modelo?

      —¡No! —exclamó él, molesto.

      Devon subió por las escaleras mirando todos los retratos de los caballos de carreras por los que Benson Holt era famoso.

      —¡Qué hermosos animales! Quizás trabaje para su padre en los establos, ¿no, señor Holt?

      —No —dijo él como mordiendo las palabras.

      Otra vez había logrado molestarlo.

      —Entonces, ¿a qué se dedica?

      —Me dedico a intentar mantener a distancia a las cazadoras de fortunas. En lo que he fracasado, evidentemente.

      Él la llevó a un ala separada del resto y abrió una puerta blanca.

      —Su madre está en la última habitación. Esta es la suya. Ambas tienen cuarto de baño privado.

      Antes de que Devon pudiera protestar, él entró y dejó la maleta al lado de la cama. Ella no lo quería allí. No lo quería ni cerca de ella ni de su cama.

      —Intente sonreír para las cámaras, ¿quiere? A no ser que quiera que todos los álbumes de fotos de la boda lo muestren como un niño malhumorado que no se ha salido con la suya.

      —No me diga lo que tengo que hacer. No me gusta —dijo él suavemente.

      Devon sintió que le faltaba el aire y que su corazón daba un pequeño vuelco.

      Desde el primer momento le había parecido peligroso. Y no se había equivocado. Pero algo en su interior la hacía no echarse atrás, a pesar de lo intimidante que era aquel hombre.

      —¡Qué interesante! A mí también me disgusta que me den órdenes. Es algo más que tenemos en común —dijo ella.

      —Desgraciadamente vamos a tener muchas más cosas en común. No creo que le guste ser mi hermanastra, de igual modo que a mí no me atrae ser su hermanastro. Navidad y Día de Acción de Gracias en la misma casa… Los cumpleaños de la familia. Y así, otras muchas cosas —él sonrió burlonamente y añadió—: Usted y yo estaremos atados el uno al otro después de esta boda, una razón más por la que debió perder el avión.

      —Mi trabajo… Soy abogada especializada en derechos de minas, requiere que pase grandes temporadas fuera del país. Usted podrá estar disponible para todos los cumpleaños. Yo no.

      Jared se acercó y le puso un mechón de pelo detrás de la oreja. Al sentir su contacto, Devon tuvo que hacer un gran esfuerzo para no demostrar su reacción.

      —Y hablando de fotos de boda, espero que piense hacer algo con su pelo en los próximos cuarenta minutos. Pero no nos haga esperar, ¿quiere, señorita Fraser? Ese es un privilegio de la novia.

      Jared atravesó la alfombra de la habitación, y cerró la puerta suavemente. Devon dejó las fundas de plástico en la cama y respiró profundamente. La habitación parecía más grande sin él. Más grande y más vacía. Entonces se oyó un golpe en la puerta y ella saltó como si le hubieran apretado un gatillo en la sien.

      —¿Sí? —preguntó.

      —Querida, ¿eres tú?

      —Entra, madre —dijo Devon.

      —Jared me ha dicho que habías llegado. Estaba tan preocupada, pensé que no podrías llegar a tiempo, y realmente necesito tu apoyo… Jared me mira con desprecio, realmente me aterroriza. No sé cómo puede ser hijo de Benson… ¡Querida, ni siquiera te has vestido!

      —Porque acabo de llegar —dijo Devon, y le dio un beso en la mejilla. La miró de arriba abajo y agregó sinceramente—: Estás estupenda.

      —No quería vestirme de blanco, no me parecía adecuado. ¿De verdad estoy bien? —preguntó Alicia ansiosamente. Se alisó la falda de su vestido de seda color marfil.

      Por una vez Alicia había evitado los lazos y adornos de costumbre. El vestido era elegante y el peinado igualmente discreto. Hacía cinco meses que Devon no la veía, y por aquel entonces Benson solo era un nombre que Alicia pronunciaba en las conversaciones más de lo necesario.

      Devon se preguntó si Benson habría producido más cambios en su madre y exclamó:

      —¡Qué bonito vestido! Muéstrame el anillo.

      Con una timidez que a Devon le pareció fuera de lugar teniendo en cuenta que era el quinto matrimonio de su madre, Alicia extendió la mano. El diamante brilló en su engarce. A Devon nunca le habían gustado los diamantes; no le parecían más que piedras mercenarias con un frío brillo.

      —Espero que seas muy feliz —dijo Devon.

      Alicia miró su reloj preocupada.

      —La ceremonia empieza dentro de treinta minutos.

      —Entonces será mejor que te marches y que me prepare —dijo