Rolando Hernández Jaime

Fundamentos teóricos e históricos de la dirección y la actuación escénicas


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escena, por lo que la participación del mismo es, de hecho, parte del fenómeno activo que constituye la representación de un espectáculo teatral. El teatro es un hecho vivo que adquiere su dimensión final ante la vista del espectador, pues es el único arte en que el público y el artista se miran mutuamente a la cara y se comunican de manera directa sus sentimientos durante la realización de la obra artística.

      Sea cual sea el estilo o formato de la representación teatral, cada una de sus funciones es una obra artística en sí misma, pues, como acto ejecutado por seres vivos que representan situaciones, hechos y sentimientos tomados de la vida real y que por tanto se intercomunican con los espectadores, en cada ocasión la ejecución de la obra artística es diferente, precisamente por la interrelación con los disímiles públicos a los que se presenta.

      Como todo amante del teatro conoce y como se aprecia en los principios expuestos hasta aquí, el teatro es un arte complejo, con múltiples ramificaciones conceptuales, estéticas y técnicas, a partir de las cuales se crea una forma de ver, interpretar, recrear y enriquecer la vida.

      Como dijera el destacado teatrista francés Louis Jouvet (1887-1951), en su artículo “La profesión del director”, el teatro significa “Realizar lo corporal por medio de lo espiritual. Es una manera de actuar con una obra, con los lugares y los ornamentos de que se dispone para montarla, con los intérpretes que la representarán y con el poeta que la ha concebido­­ y finalmente, con el público al que se encuentra destinada” (en Ceballos, 1992: 58).

      Solo de la combinación perfectamente equilibrada de los elementos aquí enunciados, puede lograrse un verdadero espectáculo teatral. En la articulación de todos los componentes que se relacionan con cada uno de estos principios generales está la única fórmula posible para la producción exitosa del milagro que tiene lugar en cada representación escénica. Por ello afirmo que la actividad del director de teatro dramático debe basarse en el dominio absoluto, tanto en la teoría como en la práctica, de las leyes que rigen estos principios.

      1.2 Principios básicos de la dirección escénica

      1.2.1 La dirección escénica y el director: conceptos y definiciones

      ¿Cómo definir el arte de la dirección escénica? Existen muchos intentos por precisar en qué consiste esta heterogénea profesión, la más joven del universo teatral. Algunas definiciones son más precisas que otras, pero en la mayoría de los casos resultan muy generales o insuficientes para abarcar todas las dimensiones de este oficio. Incluso, muchas veces se identifica esta noción con la de “director artístico”, pero esta última es una profesión más amplia, que se refiere a los directores de espectáculos que incluyen varias artes, en los que cada unidad artística ya está hecha, entonces la función del director artístico es integrarlas técnicamente al espectáculo general. La definición de director artístico también se emplea de manera genérica para referirse a todos los directores de las diferentes manifestaciones artísticas.

      En esta discusión sobre funciones y definiciones en el campo de actividad del director, interviene un elemento de primordial importancia: el concepto de “puesta en escena” (mise en scène), que define la función más general del director. La dirección escénica consiste precisamente en realizar la puesta en escena; con esta definición se enuncia la actividad que se lleva a cabo durante el acto de dirigir. Encontramos, entonces, que al hablar de la función del director, en unas ocasiones se emplea el término “puesta en escena” y, en otras, “dirección escénica”. Ambas definiciones son relativamente modernas, pues surgen en la segunda mitad del siglo xix, cuando el trabajo del director adquirió la categoría de un arte con vida propia.

      El término “dirección escénica” define la función, y “puesta en escena” define la actividad que se ejecuta durante el cumplimiento de esa función; por tanto, ambas nociones son complementarias, pues una se refiere a lo general y la otra a lo particular del mismo fenómeno: la conducción y la realización de un espectáculo teatral. Por eso, cuando en una exposición teórica o en el programa de mano de un espectáculo encontramos la expresión “dirección y puesta en escena”, estamos ante una formulación redundante, pues ambas definiciones significan lo mismo.

      Existen, igualmente, dos términos que se utilizan como sinónimos de los anteriores: “montaje” y “escenificación”, que son más recientes, sobre todo el segundo. Por último, hay otro vocablo para referirse al director de teatro, también surgido en Europa a finales del siglo xix, utilizado todavía por varios países y que sería muy saludable generalizar, pues con una sola palabra ya se define al director de teatro, diferenciándolo nominalmente de los demás directores artísticos: regisseur, en francés, y regiser, en español, que viene del antiguo organizador del espectáculo teatral nombrado “regidor”. En Cuba, algunos usan la expresión para señalar al director o maestro de ballet.

      Como muestra de definiciones conceptuales de “puesta en escena”, cito:

      En una acepción restringida, el término puesta en escena designa la actividad que consiste en la disposición, en cierto tiempo y en cierto espacio de actuación, de los diferentes elementos de interpretación escénica de una obra dramática. (Veinstein, 1992: 617).

      La puesta en relieve (puesta en escena) sería algo como aspirar una realidad para espirar otra después de haberse realizado el intercambio gaseoso. (Martínez, 2002: 6).

      En una interpretación sobre la actividad del regisseur, como se le llamó desde aquella época, Jouvet, en sus Reflexiones de un comediante (2002: 57), describe así su función: “Jardinero de los espíritus, doctor de los sentimientos, cronometrista de las palabras, partero de lo inarticulado, ingeniero de la imaginación, cocinero de los discursos, director de las almas, rey del teatro y sirviente del escenario, malabarista, mago y piedra de toque del público”.

      Finalmente, una de las definiciones más acertadas que he encontrado sobre la dirección escénica es de B. E. Zajava, en su libro La profesión del actor y el director (1978: 123): “El arte de la dirección escénica consiste en la organización creativa de todos los elementos de un espectáculo teatral, con el objetivo de lograr una obra artística única, acabada y armónica”.

      Como se aprecia, la dirección escénica debe lograr, a partir del texto dramático, escrito o solamente estructurado, la realización de un espectáculo, en el que corresponde a ella la concepción general, el ordenamiento y la armonización de todos sus componentes. El director es, ante todo, el guía artístico de la creación teatral, pero es también el pedagogo responsable de la formación específica del colectivo que dirige, para poner la labor creativa de ese colectivo en función de los principios artísticos de la creación teatral que él está dirigiendo.

      Aquí se debe recordar que el autor del texto dramático, o sea de la obra literaria, es el dramaturgo, pero el autor del espectáculo, o sea de la obra escénica, es el director; aunque se debe decir que los demás miembros del colectivo teatral también forman parte de la autoría de lo logrado en la puesta en escena. Esta afirmación se refiere a la exigencia que impone la naturaleza del teatro actual: para lograr la unidad artística acabada y armónica del espectáculo que señala Zajava, es necesario que en la labor del director se integre, resuma y condense toda la fuerza creativa del colectivo que dirige. Este es uno de los principios esenciales del arte teatral moderno.

      Ahora bien, una de las polémicas más antiguas en el teatro tiene que ver con la autoridad del director. Unos prefieren a un director suave, condescendiente en toda la labor de dirección; otros, a un director exigente e inflexible (en algunos casos, este último tipo de director llega a un grado tal de imposición, que se convierte casi en un dictador). Salvando las posibles excepciones, considero que tanto un extremo como el otro son contraproducentes, pues lo que, por sus características, exige el teatro, es un director que guíe artística, técnica y educativamente, pero también y, no menos importante, que guíe los procesos creativos de forma espiritual y anímicamente positivas.

      Todo actor que decide ponerse en manos de un director para que este guíe su trabajo lo hace porque confía en él, y si este goza de autoridad reconocida, pues confía mucho más. Si un director obliga al actor a hacer algo con lo cual él no está de acuerdo o que no entiende