Iba con él a todas su visitas y lo ayudaba con los animales.
–¿Por qué no te hiciste veterinaria?
Ella lo miró a los ojos.
–Porque quería trabajar con personas. ¿Por qué no te hiciste tú veterinario?
–Porque todo el mundo dio siempre por hecho que sería médico. Además, jamás había conocido a un verdadero veterinario hasta que llegué aquí. En Londres, no pasaban de tratar gatos de angora con indigestión y algún que otro pez tropical resfriado. Jamás habrían sabido que parte de la vaca debían evitar.
Holly se rió. Le caía bien aquel hombre. Tenía sentido del humor y eso siempre era de agradecer.
Extendió la mano y señaló la entrada al cuarto de estar.
–Sentémonos un rato y te contaré en qué consiste el trabajo y lo que busco. Después, si te parece bien, te enseñaré el lugar. No sé si lo ponía en el anuncio, pero la consulta está aquí mismo, porque no puedo conducir. Eso implica que la gente se presenta a veces a horas intempestivas. También se da alojamiento.
–Eso podría estar muy bien –dijo ella y se preguntó por qué él no podía conducir–. Mis padres no viven muy lejos de aquí, pero las carreteras son bastante precarias en esta zona y en invierno es mejor no tener que viajar.
–No hace falta que me lo digas. Vamos. Será mejor que yo me siente en el sillón o acabarás llena de pelo.
Se acercó y empujó suavemente al gato, que protestó ligeramente. Se sentó y pronto el minino ya estaba sobre su regazo, acurrucado y feliz.
Holly se dirigió al sofá y esperó a que el doctor Elliott pronunciara las palabras que tan cuidadosamente parecía estar elaborando.
–Tuve un accidente el pasado mes de Enero, hace ya casi un año. No puedo conducir y eso hace de las visitas a pacientes algo realmente complicado. A pesar de mis dificultades, querían que volviera, así que llegué a un acuerdo. Durante el día, no hago visitas y por la noche voy en taxi a donde me requieren. Cuando una visita es imprescindible durante el día, también la hago. Pero la verdad es que es tremendamente caro e ineficaz. Además, es demasiado trabajo para una sola persona. Siempre lo fue y por eso tuve el accidente.
–¿Estabas demasiado cansado para concentrarte?
Él bajó la mirada sin expresión alguna en el rostro.
–Me dormí al volante. El otro médico que compartía conmigo la zona se había marchado hacía algunos meses y yo cada vez estaba más y más cansado. Es casi imposible conseguir un colaborador permanente en esta zona. Los médicos en prácticas consideran que no aprenden lo suficiente, que no hay bastantes clínicas y que el trabajo es muy duro.
Se encogió de hombros. No podía olvidar que aún no sabía cómo sería Holly.
–Tuvimos una epidemia de gripe muy fuerte y yo estaba agotado. Me dormí y me choqué contra un árbol. Estuve cuatro meses en el hospital.
–¿Cuatro meses? –Holly abrió los ojos realmente impactada–. ¡Dios Santo! Debió de ser grave.
Él se encogió de hombros.
–El fémur, las costillas, la cadera…
–¡Tuvo que ser horrible!
Él se rió.
–Bueno, no me enteré. Se me ha olvidado mencionar que me rompí el cráneo y estuve tres semanas en coma. Cuando me desperté lo peor ya había pasado. Lo único que tuve que hacer luego fue rehabilitación.
–¿Fisioterapia? –preguntó ella.
–Un poco. Pero funcionó y estoy andando. Lo malo es que hasta dentro de dos años al menos no podré conducir, pues tuve una serie de ataques convulsivos cuando estaba en la UCI y no saben si pueden volver a darme.
Ella frunció el ceño.
–¿Algo parecido a epilepsia?
–Sí, algo así. Tengo que esperar a ver que pasa. No me ha vuelto a dar ningún ataque desde entonces, pero sólo el tiempo podrá decir si fue algo ocasional o no. Mientras tanto, he enseñado a mis pacientes que son ellos los que deben visitarme a mí, cuando es posible. Lo que necesito ahora es alguien que haga guardias nocturnas una noche sí y otra no, que atienda las visitas diarias y cubra las horas normales de atención al público. Yo me ocuparía de las clínicas, las horas extraordinarias de atención al público y todas la emergencias que se den aquí durante las veinticuatro horas.
Eso era mucho trabajo aún incluso para dos personas.
–¿Quién te ayudaba hasta ahora?
Él soltó una curiosa carcajada.
–¿Estás de broma? Nadie. No me ayudaba absolutamente nadie. La vida en el campo sólo es atractiva cuando hace sol.
–Hoy hacía sol.
–No suficiente.
–Así es que llevas semanas solo.
–Di mejor meses.
No era de extrañar entonces que pareciera tan cansado. ¿Es que llevaba gafas para ocultar las bolsas que había bajo sus ojos?
–¿Hay alguien que te ayude por las noches?
–En teoría sí, hay un médico en Holt. Pero a las gentes de por aquí no les gusta, así que, aunque yo no esté de guardia me llama a mí.
–¿Querrán que los atienda yo?
–¡Sí! A todos les gusta disfrutar de una cara bonita. Fuera de bromas, si estás trabajando aquí, no sentirían que están cometiendo ninguna falta de lealtad. Ese es el problema fundamental. ¡Están tan preocupados por serme fieles, que van a matarme!
Ambos se rieron a carcajadas, pero aquella risa pronto se desvaneció con un fuerte ataque de tos de Dan. Se agarraba las costillas como si tuviera la impresión de que se le fueran a salir de su sitio.
–No estás bien, realmente no lo estás –dijo ella.
–Sí, sí lo estoy.
–Déjame que te ausculte.
–No. Yo puedo hacerlo y ya lo he hecho. No hay nada. Es sólo un resfriado.
Ella se encogió de hombros en un gesto resignado.
–¿Eres siempre tan cabezota? –preguntó ella.
–A veces soy realmente cabezota.
–Bien. Así sé dónde piso.
La miró a los ojos y torció la boca en una mueca risueña.
–Estoy bien, de verdad. Lo que necesito es ayuda.
–Bien. Aquí estoy. ¿Cuándo quieres que empiece?
–Bueno, mañana es fiesta, así que, ¿podrías empezar el viernes?
Ella sonrió.
–De acuerdo. Dijiste que el paquete incluía un lugar donde vivir…
–Sí. Ven, te enseñaré todo.
Dan echó al gato de su regazo, quien protestó indignado. La llevó hasta la cocina, que estaba en un estado ligeramente caótico.
–Esta parte es compartida. Es zona de trabajo y de recreo –sonrió–. Por cierto, tengo una mujer que viene todas las tardes, limpia y hace la cena para mí y para quien viva aquí, siempre y cuando no sea comida vegetariana ni ninguna dieta especial. Le costaría asimilar algo así.
–No soy ni vegetariana ni caprichosa. Me educaron para comerme lo que hubiera en la mesa. Y, la verdad, la idea de no tener que cocinar me resulta francamente agradable. No se me da demasiado bien.
Dan se rió.
–A mí tampoco. Acabé por contratar a alguien porque no podía soportar