mujeres como una catástrofe de los Derechos Humanos: al menos una de cada tres mujeres ha sido golpeada, forzada sexualmente, u objeto de otras formas de malos tratos a lo largo de su vida. No son raros los abusos a los que se ven sometidas muchas mujeres embarazadas por parte de sus parejas masculinas. Generalmente, el que comete los abusos sexuales es un miembro de la familia, o alguien conocido. Y es una común incitación a la violencia la negativa a mantener una relación sexual.
La violencia doméstica es la causa más importante de muertes y lesiones de mujeres con edades comprendidas entre los 16 y 44 años; es responsable de más muertes y problemas de salud que el cáncer o los accidentes de tráfico. En Estados Unidos, las mujeres representan el 85% de las víctimas de la violencia doméstica. El 70% de las mujeres víctimas de asesinato muere a manos del hombre que es su pareja. Además de la violencia doméstica, Amnistía Internacional enumera los actos de violencia que se cometen contra las mujeres en la comunidad y los que comete el Estado, entre ellos los perpetrados o consentidos por la policía, los guardias de prisiones, los guardias fronterizos, etcétera, así como las violaciones perpetradas por miembros de las fuerzas armadas durante los conflictos, la violación de mujeres refugiadas y de mujeres retenidas bajo custodia.
Las madres que viven asustadas y sin confianza en sí mismas no pueden proteger a sus hijas e hijos por mucho que los amen. Para un bebé o un niño o niña de corta edad, su madre es todopoderosa: ella es la fuente de alimentos y de consuelo, de aprobación o castigo. Las personas adultas son gigantes en comparación con el diminuto organismo físico de esos pequeños seres. Así pues, si una madre (que en muchas culturas tradicionales podría ser a su vez poco más que una niña) es incapaz de procurar protección y cuidados a su prole, esos niños y niñas se sienten profundamente traicionados, no sólo por su madre, sino por el mundo. Aquellas madres convencidas de su impotencia inspiran desconfianza y transmiten a sus hijos e hijas una imagen devaluada de la mujer.
Niñas y mujeres a salvo y con control de sus vidas
Las muchachas alfabetizadas, que reciben una educación, que poseen conocimientos sobre nutrición, sobre la conveniencia de espaciar los nacimientos, y que se inspiran en un modelo de conducta positivo, se casan más tarde, tienen menos descendencia, y esos hijos e hijas nacen más sanos. El que las mujeres individualmente tomen decisiones en su propio interés, y que sus descendientes sean niños y niñas sanos y deseados, contribuye también a aliviar el problema planetario de la superpoblación.
Está muy arraigada, en el patriarcado, la idea de que la mujer pertenece al hombre, y de que la potencia masculina se refleja en el número de criaturas que éste engendra. Cuanto más patriarcal es la familia, la religión y la cultura, más jóvenes se casan, y menos cultas e independientes son las mujeres. La sexualidad y la maternidad de las mujeres están entonces en manos de los hombres. El fallo del Tribunal en el caso Roe v. Wade [Roe contra Wade] otorgó a toda mujer estadounidense, como principio, el derecho a decidir si quería o no ser madre. Este derecho ha sido atacado, y continúan los esfuerzos por revocar la ley. Cuando es la mujer la que elige, se debilita el principio patriarcal de que el hombre, individualmente o representado por la religión o el gobierno, posee el derecho de dominar el cuerpo de la mujer. Sin los medios con los que controlar la natalidad y elegir en asuntos de reproducción, muchas mujeres traumatizadas que no pueden negarse a mantener relaciones sexuales se ven además forzadas a ser madres, de hijos e hijas que también sufrirán las consecuencias.
Existe ya un proyecto para empezar a construir un mundo en el que las mujeres estarían a salvo de la violencia, la explotación y la discriminación, en el que podrían ocuparse del bienestar de sus pequeños y pequeñas y tener voz en todo tipo de cuestiones, incluidas las relativas al medio ambiente. Así se expone detalladamente en la Beijing Declaration and Platform for Action [Declaración y Plataforma de Acción de Beijing], que fue aceptada por la Cuarta Conferencia Internacional de mujeres de la Organización de las Naciones Unidas celebrada en Beijing en 1995. Se señalan doce áreas especialmente preocupantes, y se especifican los pasos para remediarlas. La firma de un documento como éste fue un significativo paso simbólico que pudo darse sólo tras superar una ingente resistencia. Sin embargo, los hechos son lo que realmente importa, y la verdad es que, en este mundo patriarcal, el interés por las mujeres y las niñas no ocupa un lugar entre las cuestiones prioritarias.
Esta falta de interés queda brutalmente reflejada en el tráfico infantil –de niñas en especial– y de mujeres, que constituye un próspero negocio internacional. A las mujeres de los países del Tercer Mundo se las seduce con promesas de matrimonio y trabajo; se las viola y golpea hasta que se vuelven dóciles y acceden a cooperar; se las transporta de país en país, con el fin de utilizarlas y abusar de ellas sexualmente. Las niñas pequeñas corren la misma suerte: se las compra o secuestra para que satisfagan los apetitos sexuales de hombres que pagan bien por niñas adolescentes, y más jóvenes incluso. Menos rentable, pero de todos modos provechosa, es la venta de mujeres, niños y niñas como esclavos domésticos y de empresas. Muy poco se ha hecho, si es que se ha hecho algo, respecto a este comercio, a pesar de que los informes que llegan a las Naciones Unidas estiman que más de un millón de mujeres y niñas al año se ven envueltas en él. Sólo cuando se informó de que un niño sueco desaparecido durante el tsunami de 2004 había sido visto en una clínica, supieron los americanos del tráfico de menores, o tuvieron noticia de que los niños y niñas que se habían visto separados de sus madres y padres, o que habían quedado huérfanos, podían ser presas a las que sacar provecho.
Para las mujeres, la paz no es simplemente la ausencia de guerra, sino la seguridad y el bienestar de sus hijos e hijas, nietas y nietos, y el sentirse libres de toda clase de terroristas, incluidos aquellos que representan a su gobierno, o que comenten actos de violencia doméstica contra sus familias. Una madre con una conciencia global sabe que no son únicamente sus hijos, hijas, nietas y nietos, o las niñas y niños de su comunidad, o de su país, sino los hijos e hijas de todas las personas y de todos los países los que merecen disfrutar de una vida grata y segura.
¡Qué diferente es la realidad! El Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), en su informe de 2005 “Children Under Threat” [Niños y niñas en peligro], dice que más de la mitad de los niños y niñas del mundo, cuyo número asciende a más de mil millones, sufren privaciones extremas a causa de la guerra, de la pobreza y del HIV/sida. El mundo es pequeño. Una criatura que padece privaciones y abusos pronto se convierte en una persona adulta, y como persona adulta llena de ira, con poder para hacer daño a otros, puede que haga precisamente eso.
El poder de Madre que poseen las mujeres unidas
El poder latente de las mujeres unidas es el recurso aún no explotado que la humanidad y el planeta necesitan. Sólo cuando las madres sean fuertes de espíritu, de mente y de cuerpo, habrá posibilidad de que los niños y niñas sean queridos y estén alimentados y a salvo. Sería posible entonces que, al cabo de varias generaciones, las relaciones entre hombres y mujeres experimentaran un cambio evolutivo en beneficio de todos.
El ejercer nuestros derechos, o exigir aquellos que no se nos han concedido, a fin de cuidar del hogar que es nuestro planeta, de la familia y de quienes comparten la Tierra con nosotros es tarea de la mujer, y se lleva a cabo mejor cuando se hace en compañía.
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