Anne Carson

Economía de lo que no se pierde


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México, 1983. Anne Carson está atenta. (N. de la T.).

      PRÓLOGO

      Vela falsa

      Los humanos valoramos la economía. ¿Por qué? Sea que encomiemos a una matemática por su demostración o a un dibujante por su uso de la línea o a un poeta por proporcionarnos pepitas de belleza y verdad, la economía es un tropo de valor intelectual, estético y moral. ¿Cómo vinimos a hallar consuelo en esta noción? Es debatible si el tropo precede al invento de la acuñación. Y ciertamente, en una civilización tan incondicionalmente comprometida con la codicia como la nuestra, nadie cuestiona la sabiduría del ahorro. Mas el dinero es sólo un mediador de nuestra codicia. ¿Qué significa ahorrarse tiempo, un problema, una humillación, saliva o piel para calzado? ¿O palabras? Sus biógrafos relatan que, cuando Paul Celan tenía cuatro años, se le ocurrió crear sus propios cuentos de hadas. Empezó a contar estas nuevas versiones a todos en su casa, hasta que su padre le aconsejó parar. «Si necesitas historias, el Antiguo Testamento está lleno de ellas». Para el padre de Celan, crear nuevas historias era un despilfarro de palabras. Estos sentimientos paternos no son infrecuentes. Mi propio padre era propenso a hacer comentarios escépticos cuando me veía inclinada sobre la mesa de la cocina, cubriendo páginas con letra pequeña. Quizás los poetas despilfarran lo que sus padres ahorrarían. Pero la pregunta sigue en pie: ¿qué perdemos exactamente cuando las palabras se malgastan? ¿Y dónde se encuentra el depósito humano en el cual estos bienes están almacenados?

      Un poema de Paul Celan parece ocuparse del acumulamiento de ciertos bienes poéticos en un depósito al que llama «tú». Entre estos bienes están las tradiciones líricas del amor cortés, el misticismo cristiano, Mallarmé, Hölderlin, por no decir el propio Celan. Él ha elegido contemplar estas tradiciones a través del prisma de un momento brillante y drástico del romance entre Tristán e Isolda: el momento de la vela falsa.

      MATIÈRE DE BRETAGNE

      Ginsterlich, gelb, die Hänge

      eitern gen Himmel, der Dorn

      wirbt um die Wunde, es läutet

      darin, es ist Abend, das Nichts

      rollt seine Meere zur Andacht,

      das Blutsegel hält auf dich zu.

      Trocken, verlandet

      das Bett hinter dir, verschilft

      seine Stunde, oben,

      beim Stern, die milchigen

      Priele schwatzen im Schlamm, Steindattel,

      unten, gebuscht, klafft ins Gebläu, eine Staude

      Vergänglichkeit, schön,

      grüsst dein Gedächtnis.

      (Kanntet ihr mich,

      Hände? Ich ging

      den gegabelten Weg, den ihr weisst, mein Mund

      spie seinen Schotter, ich ging, meine Zeit,

      wandernde Wächte, warf ihren Schatten - kanntet ihr mich?)

      Hände, die dorn-

      umworbene Wunde, es läutet,

      Hände, das Nichts, seine Meere,

      Hände, im Ginsterlicht, das

      Blutsegel

      hält auf dich zu.

      Du

      du lehrst

      du lehrst deine Hände

      du lehrst deine Hände du lehrst

      du lehrst deine Hände

       MATIÈRE DE BRETAGNE

      Luz de ginesta, amarilla, las laderas

      supuran hacia cielo, la espina

      corteja la herida, algo dentro

      resuena, es el ocaso, la nada

      hace rodar sus mares hacia la plegaria,

      la vela de sangre navega hacia ti.

      Árido, encalla

      el lecho detrás de ti, recubierto

      de juncos, en lo alto,

      cerca de la estrella, los estuarios

      de leche balbucen en el cieno, dátil de piedra,

      abajo, tupida, abierta en lo azul, una mata

      de fugacidad, hermosa,

      saluda tu memoria.

      (¿Me conocíais,

      manos? Recorrí

      la senda escindida que señalabais, mi boca

      escupía el cascajo, recorrí –errantes cornisas–

      mi tiempo, arrojó su sombra, ¿me

      conocíais?)

      Manos, la herida

      corteja la espina, resuena,

      manos, la nada, sus mares,

      manos, en la luz de ginesta, la

      vela de sangre

      navega hacia ti.

      Tú

      Tú enseñas

      Tú enseñas a tus manos

      Tú enseñas a tus manos tú enseñas

      Tú enseñas a tus manos

      a dormir.

      Todas estas fluidas tradiciones encallan en la segunda estrofa, seca, empantanada, varada, atrapada entre juncos, balbuciendo en el cieno que engendra la tercera estrofa: cinco versos suspensos entre paréntesis. El pensamiento del poeta se detiene sobre sí. Su senda se bifurca y sus palabras son cascajo. Celan ha urdido estos versos intermedios desde la inmovilidad para destacar el movimiento del resto. Mares y fenómenos fluyen de nuevo en la cuarta estrofa y se despliegan, sin interrupción, hacia el final de la página. El poema en su totalidad, recapitulando la primera estrofa, posee el ritmo de una vela de sangre navegando hacia delante en olas de ginestas de luz hacia ginestas de luz hasta ti.

      El «tú» de Celan es difícil de fijar, como de difícil color su vela de sangre. De aludir a la leyenda de Tristán, la vela debería ser blanca o negra. Tristán había acordado esta