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© 1999 Betty Neels
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Matrimonio entre amigos, n.º 1496 - febrero 2021
Título original: A Good Wife
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
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Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
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I.S.B.N.:978-84-1375-141-2
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Índice
Capítulo 1
SERENA Lightfoot se despertó con el sol una mañana de abril, y se quedó mirando el techo; ese día cumplía veintiséis años. Aunque no iba a ser un día diferente de los demás; su padre por supuesto no se acordaría, Matthew, su hermano mediano, un párroco que vivía algo lejos y que acababa de casarse, posiblemente le enviaría una tarjeta, y Henry, su hermano mayor, abogado y padre de familia, ni lo pensaría, aunque su esposa probablemente se acordaría. Estaba Gregory, por supuesto, con quien, como se decía antiguamente, «se entendía».
Se levantó, quedándose unos minutos en la ventana para admirar la vista; nunca se cansaba de ella, del campo de Dorset. Apartado de las carreteras principales, el pueblo estaba medio oculto por un pequeño bosque, las colinas estaban cerca y tras ellas se extendía la quietud de la campiña. El reloj de la iglesia dio las siete y Serena se vistió y bajó a la cocina a preparar el té.
La cocina era amplia, pero lamentablemente carecía de un equipamiento moderno. Había una mesa de madera refregada rodeada de sillas macizas, una anticuada cocina de gas junto a un profundo fregadero y un enorme aparador en una pared. Había una alfombra raída en frente de la cocinilla y dos sillones, en uno de los cuales había una pequeña gata atigrada a quien Serena dio los buenos días antes de poner el agua a hervir. La única concesión a la modernidad era un voluminoso frigorífico, que la mayoría de las veces estaba estropeado.
Serena dejó que el agua hirviese y fue a la puerta a recoger el correo. Había varias cartas en el buzón, y por un momento se imaginó que todas fuesen para ella. Pero no lo eran, por supuesto: facturas, sobres de aspecto legal, un catálogo o dos, y, exactamente como había esperado, dos tarjetas para ella. Y ninguna de Gregory. Tampoco la esperaba. Él había dejado bien claro en varias ocasiones que no era partidario de malgastar el dinero, incluidos los cumpleaños. Su padre y sus hermanos lo aprobaban por ello, pero Serena esperaba que cuando se casaran ella sería capaz de cambiar su austeridad.
Volvió a la cocina y preparó el té, le dio leche a la gata y, cuando el reloj sonó a y media, llevó la bandeja del té a la habitación de su padre.
Era un gran aposento, lúgubre, con pesados muebles antiguos y con las cortinas echadas para evitar la luz del sol. Ella retiró una de las cortinas al cruzar la habitación, para poder ver al ocupante de la enorme cama.
El señor Lightfoot encajaba en la habitación, con su sombría apariencia de antiguo caballero victoriano, bigote incluido. Estaba sentado en la cama, sin hablar, y cuando Serena le deseó buenos días, él gruñó.
–Buenos para algunos –observó–, para los que no sufren como yo.
Serena le puso la bandeja en la cama y le dio las cartas. Había aprendido a lo largo de los años que la única manera de vivir con su padre era prestar oídos sordos a sus palabras.
–Es mi cumpleaños, padre.
Él estaba abriendo las cartas.
–¿Ah, sí? ¿Por qué me envía otra factura la compañía del gas? Qué tremendo descuido.
–Tal vez no pagaste la primera.
–No seas ridícula, Serena. Yo siempre pago mis facturas puntualmente.
–Pero es posible cometer un error –dijo Serena.
Y salió de la habitación, preguntándose por enésima vez cómo su madre había podido vivir con un hombre tan pesado. Su vida a veces le parecía intolerable, viviendo con él, haciendo la casa, cocinando y cuidándolo. Hacía tiempo que se había declarado inválido, sin preocuparse para nada de ella.
Cuando el doctor Bowring le dijo que no tenía nada, se negó a volver a verlo y se puso él mismo un tratamiento para su enfermedad, asegurando que tenía problemas de corazón y congestión pulmonar. A ello había añadido un lumbago que le daba motivos para meterse en la cama siempre que lo deseaba.
No había sido tan horrible mientras vivía su madre. Tenían una ama de llaves, y entre las dos habían establecido una rutina que les dejaba bastante libertad para llevar una vida social. Serena jugaba al tenis e iba a bailes en casa de sus amigos y su madre jugaba al bridge y tomaba café con sus amigas. Entonces su madre cayó enferma y murió sin una queja, sólo