había quedado allí, como un legado, más aún, como un regalo para la humanidad. Cientos, miles de años después, personas nuevas y desconocidas, como él, podrían leer aquellas maravillas y compartir los conocimientos o las historias que encerraban.
Igual que las Pirámides de Egipto todavía eran contempladas por la suya o podrían hacerlo las generaciones venideras.
Teo extrajo un libro al azar.
Cubiertas de cuero repujado, labradas en relieve, casi mil páginas de letras menudas y apretadas, sin ilustraciones. El título era muy dramático: Una historia de amor desgarradora. Debajo de él, en la primera página del interior, se explicaba que era “una novela de pasiones desmedidas y amores cruzados en la España de la Edad Media”.
Dejó el libro en su lugar y continuó caminando.
Sin rumbo.
Respirando aquel aire embriagador.
Teo estaba seguro de que nada olía mejor que un libro. Si era viejo, porque guardaba la huella de todas las manos que lo habían tocado y de todos los tiempos en los que había vivido. Y si era nuevo, porque la tinta fresca, el aroma de la imprenta, seguía pegado a sus páginas dándole el sabor de lo desconocido.
¿Cómo escogería su primer libro entre tantos?
¿Cuántas vidas debería vivir para poder leerlos todos?
Como le daba igual perderse, caminó un rato por el laberinto de pasillos, más y más boquiabierto a cada paso. No tenía muy claro el orden de los libros colocados en los estantes. Lo que sí le maravillaba eran los detalles, por ejemplo que no hubiera ni una pizca de polvo. Alguien cuidaba aquel tesoro con mimo, impidiendo que la pátina del tiempo hiciera más estragos de los normales en un tesoro como aquel.
Iba a subir por la primera escalera que encontró, para visitar las plantas superiores, cuando vio el resplandor.
A lo lejos.
A la izquierda, al final de un pasillito que moría en una pared de ladrillo.
Caminó hasta el lugar, atraído por la luz, o quizás capturado por el efecto sorpresa, como un Ulises cualquiera atrapado por el canto de las sirenas en su viaje de regreso a ítaca.
Y cuando asomó la cabeza por la esquina del pasillito...
Lo vio.
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