que no te había visto nunca por aquí? –le preguntó el pequeño, perplejo–. Gabi viene a veces, pero Samantha y tú no habíais venido nunca.
–Es que vivimos muy lejos –intentó justificarse ella, ruborizada–. Samantha vive en Nueva York, es actriz y siempre está muy ocupada.
B.J. miró a Samantha con los ojos como platos, y se quedó boquiabierto al reconocerla.
–¡Te he visto en la tele! Eres la mamá en el anuncio de mis cereales preferidos –alzó el puño en un gesto victorioso antes de añadir–: ¡Lo sabía! ¡Qué pasada! ¿Dónde más has salido?
–En un montón de cosas que seguro que no habrás visto –le contestó Samantha–. En un par de obras de teatro de Broadway, una telenovela, y varios anuncios más.
B.J. estaba tan entusiasmado que empezó a dar saltitos en la silla.
–¡Ya verás cuando se lo cuente a mis amigos del cole! Señora Cora Jane, ¿lo sabe mi papá? ¡Voy a contárselo!
–Espera un momento, tu desayuno está listo –le dijo ella, consciente de que Emily parecía un poco molesta al ver el entusiasmo del niño al conocer a una actriz famosa. Estaba claro que la rivalidad que siempre había existido entre sus dos nietas seguía vigente.
Después de poner platos con tortitas, huevos y beicon delante de todos y de servir más café, se sentó a la mesa y le comentó a B.J. que Emily había trabajado para varias estrellas de cine, con lo que logró que el niño centrara de inmediato toda su atención en dicha nieta.
–¡Ostras! ¿a qué te dedicas?, ¿con quién has trabajado? ¿Conoces a Johnny Depp?
Cora Jane era consciente de que a Emily no le gustaba hablar de sus clientes famosos, pero sabía que tenía que lograr que su nieta volviera a ser el centro de atención en ese momento. Un niño podía ser muy voluble con sus afectos y, por muy ridículo que pudiera parecer, estaba convencida de que B.J. podía ser la clave para que Emily y Boone se reconciliaran. Al niño le hacía falta una madre. Sí, Boone estaba esforzándose al máximo y no estaría de acuerdo con ella en eso, pero durante aquella hora había visto cómo respondía B.J. al ser el centro de atención de sus nietas.
A lo largo de los años, había tenido la suerte de que las tres niñas pasaran con ella casi todos los veranos, y habían estado más unidas que muchos otros abuelos con sus nietos. A lo mejor eso se debía en parte a que no se había entrometido demasiado en sus vidas. Les había dado consejos y algún que otro empujoncito en la dirección correcta cuando había sido necesario, claro, pero por regla general había dejado que ellas cometieran sus propios errores y tomaran sus propias decisiones.
El problema radicaba en que, a esas alturas de la vida, ninguna de las tres parecía interesada en echar raíces. Todas tenían logros profesionales de los que enorgullecerse, pero ninguna de ellas tenía una vida; al menos, lo que ella consideraba que era una vida de verdad.
Las cosas tenían que cambiar. Ninguna de sus tres nietas se había criado en Sand Castle Bay, pero el tiempo que habían pasado allí les daba derecho a considerar que aquel lugar era su hogar.
Se limitó a observar en silencio mientras B.J. bombardeaba a Emily con un sinfín de preguntas sobre Hollywood, preguntas a las que su nieta fue contestando con paciencia y una sonrisa en los labios.
–¿Y en Disneyland?, ¿has estado allí? ¡Apuesto a que has ido mil veces!
Emily se echó a reír.
–Siento decepcionarte, pero no he ido nunca.
El niño la miró atónito.
–¿Nunca?
–No.
–¡Pues puedes venir con papá y conmigo! –exclamó él con entusiasmo–. Él me prometió que me llevaría, y nunca rompe sus promesas.
Emily puso cara de desconcierto, como si no supiera cómo contestar ante semejante sugerencia, y al final dijo:
–Seguro que lo pasaréis muy bien los dos.
–¡Tú también puedes venir! ¡Voy a decírselo a papá!
Cora Jane y sus nietas sonrieron al verle salir de la cocina a toda velocidad.
–Me parece que has hecho una conquista –comentó Gabi.
–De tal palo tal astilla –apostilló Samantha.
–¡Dejadlo ya! –protestó Emily, ruborizada–. Está en esa edad en la que se quiere a todo el mundo.
–¿Tienes mucha experiencia con niños de ocho años? –le preguntó Gabi en tono de broma.
–No, pero me parece una obviedad. Estaba charlando muy animado con la abuela y contigo antes de que llegáramos Samantha y yo, aquí se siente cómodo.
Gabi se puso seria al advertirle:
–Ten cuidado con él, Em. Ha sufrido mucho.
–¿A qué viene eso? Voy a estar aquí un par de días, no va a tener tiempo de encariñarse conmigo.
–Solo te pido que tengas cuidado. Es posible que él no entienda que tú acabarás por marcharte.
–Me parece de lo más dulce lo bien que le habéis caído las tres de buenas a primeras –comentó Cora Jane–. Le vendrá bien contar con algo de influencia femenina.
Emily soltó una carcajada antes de preguntar:
–¿Crees que Boone no es capaz de inculcarle buenos modales?
–Boone es capaz de eso y de mucho más. Yo lo que digo es que eso no es lo mismo que contar con el toque de una madre, nada más.
Emily la miró con suspicacia.
–Abuela, no te habrás hecho ilusiones pensando que Boone y yo podríamos retomar nuestra relación, ¿verdad? Porque eso es imposible, mi vida está en California.
–Sí, vaya vida –murmuró Cora Jane.
Emily la miró ceñuda.
–¿Qué significa eso? Mi vida es fantástica. Gano un montón de dinero, y soy una profesional respetada en mi campo.
–¿Ah, sí? ¿Y con quién compartes ese éxito?, ¿a quién tienes a tu lado? ¡A nadie! A menos que haya alguien especial, y no te hayas molestado en hablarnos de él –miró a sus otras dos nietas, y les preguntó con firmeza–: ¿Alguna de vosotras la ha oído hablar de alguien?
–Muchas mujeres tienen una vida feliz y plena sin un hombre –protestó Emily, antes de volverse hacia sus hermanas–. ¿A que sí?
–Bueno, los hombres tienen alguna que otra utilidad –comentó Gabi, sonriente.
–En eso tienes razón, hermanita –afirmó Samantha.
Emily las miró indignada.
–Gracias por el apoyo, ¡esperad a que empiece a sermonearos a vosotras!
–Eso no va a pasar, porque nuestras vidas son perfectas –alegó Gabi, antes de ponerse en pie y de posar la mano sobre el hombro de su abuela.
Cora Jane alzó la mirada hacia ella y se limitó a decir:
–Bueno, ahora que lo mencionas…
Dejó la frase inacabada ex profeso, pero el significado implícito en sus palabras estaba claro y seguro que les daría que pensar a las tres. Tenía planes para cada una de sus nietas y, Dios mediante, se le había concedido una oportunidad inesperada y perfecta para llevarlos a cabo.
Capítulo 3
Boone se había quedado impactado al ver a Emily, eso estaba claro. Le temblaba la mano mientras reemplazaba las bombillas dañadas, tanto las que se habían fundido con el apagón como las que se habían roto cuando la tormenta había arrancado la protección de una de las ventanas delanteras.