Janet Ferguson

El sustituto


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      –También lo sé. Y lo último que quiere Guy es que se forme un lío por esto.

      –Puede que, como acaba de llegar, Sylvia y John no pongan la tele esta noche –dijo Laura, pensativa–. Tendrán muchas cosas de qué hablar, ¿no te parece? Por otro lado, los periódicos de mañana…

      –Espero que tío John se entere esta noche –interrumpió Kate–. Si algo va mal con esa pierna… Es muy posible que el cuchillo estuviera sucio, y aunque Guy haya tomado antibióticos, podrían surgir complicaciones.

      –Vamos, vamos –dijo Laura en tono tranquilizador–. Guy ya es mayorcito, y, además, es médico. Sabrá lo que tiene que hacer con su pierna.

      –Supongo que tienes razón –dijo Kate, sin convicción.

      –Y lo que deberías hacer tú es acostarte pronto –dijo su madre con firmeza–. Has trabajado en exceso desde que John se rompió el brazo, y se nota que estás agotada. Supongo que no estaréis de guardia, ¿no?

      –No. Le toca a la clínica Grainger.

      –Bien. En ese caso, será mejor que hagas lo que te he dicho.

      –De acuerdo, de acuerdo. Me acostaré temprano –Kate sabía que era mejor ceder que discutir con su madre.

      A pesar de todo, apenas pudo relajarse en la cama. Y cuando consiguió dormirse, soñó que Guy se ponía muy enfermo, tanto que no podía pedir ayuda, y entonces aparecía su tío señalándola acusadoramente con el dedo y gritando una y otra vez: «¡Tú eres la culpable, Kate!»

      Capítulo 2

      FUE molesto despertar a la mañana siguiente con Guy en la cabeza. Kate pensó que debía averiguar cuanto antes cómo se encontraba. Mientras se vestía, trató de pensar en el mejor modo de hacerlo sin parecer especialmente preocupada.

      –He pensado en acercarme a Melbridge esta mañana –dijo a su madre–. Le prometí a tío John que trataría de conseguir el último libro de Robert Goddard. Si lo encuentro, podría dejarlo en Larchwood al volver.

      –Si no te importa, te acompaño –dijo Laura–. Me gustaría ver a Guy, y a John, por supuesto. Hace casi una semana que no voy por allí. Pero antes tengo que hacer un par de cosas. ¿Te viene bien que salgamos a las diez?

      –Perfectamente –Kate miró su reloj. Aún eran las ocho. Decidió ocupar el rato que le quedaba amontonando las hojas caídas del jardín.

      Al salir, sintió que, a pesar de que el sol lucía en el cielo, el aire había refrescado. El verano había pasado.

      Faltaban cuatro días para octubre, y una semana después cumpliría veintiocho años. Aquel pensamiento fue un revulsivo. No lo habría sido tanto si aún estuviera con Mike.

      –Siempre pensé que podría contar con él –murmuró en voz alta, mientra amontonaba las hojas con el rastrillo.

      El sonido de la puerta de un coche cerrándose le hizo mirar hacia la casa. Eran John y Guy.

      Respiró, aliviada. Evidentemente, debía encontrarse bien. No tendría por qué haberse preocupado tanto. Aunque, por supuesto, sólo había sido una preocupación profesional.

      Su madre ya los había visto y salió a recibirlos, seguida de los perros. Desde el jardín, Kate vio cómo abrazaba a John y luego estrechaba la mano de Guy. Sintiéndose inhabitualmente cohibida, fue a darles la bienvenida. ¿Sabría ya tío John lo sucedido?

      –Me han descubierto –le dijo Guy mientras entraban en la casa.

      –¡Y deberíamos haberlo sabido antes! –dijo John en tono vehemente–. Al parecer, no pensaba decírnoslo. ¡Y, probablemente, tú tampoco, Katie!

      Kate evitó mirar a Guy.

      –La verdad es que aún no había decidido qué hacer. Afortunadamente, ya no tengo que hacerlo. Supongo que visteis las noticias.

      –Las vimos –dijeron ambos hombres al unísono.

      –La noticia también ha salido en los periódicos –continuó el doctor John–, tanto en el Telegraph como en el Mail.

      Guy pareció irritado.

      –Chris Jaley, mi amigo médico del aeropuerto, debió dar los detalles a los periodistas.

      –Fuiste muy valiente –Laura volvió de la cocina con una bandeja que Guy tomó de sus manos antes de que Kate pudiera levantarse.

      –Fue una de esas ocasiones en las que uno actúa sin pensar –explicó–. Me temo que la valentía no tuvo nada que ver con ello.

      –No estoy de acuerdo –dijo Laura mientras servía café en las tazas y animaba a Guy a tomar unas pastas y a servirse azúcar. Kate se fijó en que aceptaba ambas cosas, y eso hizo que le pareciera menos distante y poderoso, más cercano a ella.

      También se fijo en el movimiento de sus hombros bajo la elegante chaqueta gris que llevaba puesta, en su espeso pelo, en la forma de sus fuertes manos y en el contraste de sus morenas muñecas con las mangas de la camisa blanca. Bajó la mirada hacia su pierna. ¿Le dolería?

      Cuando alzó la vista, vio que Guy la estaba observando con aquella mirada mezcla de burla y diversión que ya conocía de otra ocasión. Fue una sorpresa darse cuenta de lo bien que lo recordaba, pero enseguida pensó que Guy no era la clase de hombre al que uno olvidaba fácilmente.

      –Estamos dando una vuelta por el distrito –dijo John, moviendo su cuello cuidadosamente en los confines del collarín–. Quiero enseñarle a Guy las mejores rutas para cuando tenga que visitar a los pacientes. Pero lo cierto es que aún no hemos llegado muy lejos. No hemos podido evitar parar al pasar por aquí.

      –Menos mal –dijo Laura cariñosamente.

      –De momento no me siento demasiado cómodo en el coche –continuó el doctor John, mirando a Kate–, así que me preguntaba si podrías acompañar tú a John mientras yo me quedo charlando con tu madre. ¿Qué te parece?

      –No creo que a Kate le parezca buena idea –dijo Guy, dejando su taza en la mesa de golpe–. Tengo un mapa y sé leer, John. No hay motivo para que Kate renuncie a su mañana libre.

      Nadie dijo nada durante unos segundos. Finalmente, Kate habló.

      –De todas maneras, pensaba ir a Melbridge esta mañana. Puedes llevarme en el Rover de John y de paso te puedo ir dando indicaciones. Tenemos varios pacientes a este lado del río, aunque la mayoría están en Melbridge.

      –En ese caso, me parece buena idea. Te llevo –dijo Guy, dejando a Kate con la sensación de que era él quien le hacía el favor. Pero no era así.

      Unos minutos después circulaban en el coche por Guessens Road.

      –Puedes dejarme en Melbridge y luego seguir tu camino –dijo Kate–. Tengo que hacer unas cuantas compras que me llevarán un rato.

      –¿Cuánto rato?

      Sin volver la cabeza, Kate vio que Guy tensaba las manos en torno al volante.

      –Más o menos una hora.

      –En ese caso, te recojo a la vuelta.

      –No tienes por qué hacerlo. Puedo tomar el autobús.

      –Sí, seguro que puedes –dijo Guy al cabo de unos segundos durante los que Kate no supo cuáles eran sus intenciones.

      Aquel hombre la iba a volver loca, pensó. Los tres meses que se avecinaban iban a ser difíciles.

      Tratando de disimular su incomodidad, empezó a hablar muy deprisa.

      –Seguro que John y mi madre están encantados de poder charlar un rato a solas. Probablemente, no dejarán de hablar de papá hasta que volvamos.

      –John y tu padre eran muy parecidos, ¿no? –preguntó